Buscar Poemas con Encendió


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Se han encontrado 11 poemas con la palabra encendió

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Jorge Luis Borges

ajedrez

-- de Jorge Luis Borges --

i
en su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
Ii
tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Poema ajedrez de Jorge Luis Borges con fondo de libro

José Ángel Buesa

elegía nocturna

-- de José Ángel Buesa --

Quién nos hubiera dicho que todo acabaría,
como acaba en la sombra la claridad del día.
Fuiste como la lluvia cayendo sobre un río,
para que fuera tuyo todo lo que era mío.
Fuiste como una lámpara que se encendió en mi vida;
yo la soplé de pronto, pero siguió encendida.
Fuiste un río ilusorio, cantando en un desierto;
y floreció la arena como si fuera cierto.
Mi amor fue una gaviota que construyó su nido,
en lo alto de un mástil; ahora el buque se ha ido.
Ahora me envuelve un hosco silencio de campana,
donde sólo resuena tu campana lejana.
Como un surco amargo que se negara al trigo,
ahora mi alma no sueña, por no soñar contigo.

Poema elegía nocturna de José Ángel Buesa con fondo de libro

Juan Bautista Aguirre

A una rosa (Aguirre)

-- de Juan Bautista Aguirre --

En catre de esmeraldas nace altiva
la bella rosa, vanidad de Flora,
y cuanto en perlas le bebió a la aurora
cobra en rubís del sol la luz altiva.

De nacarado incendio es llama viva
que al prado ilustra en fe de que la adora;
la luz la enciende, el sol sus hojas dora
con bello nácar de que al fin la priva.

Rosas, escarmentad: no presurosas
anheléis a este ardor, que si autoriza,
aniquila también el sol, ¡oh rosas!

Naced y vivir lentas; no en la prisa
os confundáis, floridas mariposas,
que es anhelar arder, buscar ceniza.

II

De púrpura vestida ha madrugado
con presunción de sol la rosa bella,
siendo sólo una luz, purpúrea huella
del matutino pie de astro nevado.

Más y más se enrojece con cuidado
de brillar más que la encendió su estrella,
y esto la eclipsa, sin ser ya centella
que golfo de la luz inundó al prado.

¿No te bastaba, oh rosa, tu hermosura?
Pague eclipsada, pues, tu gentileza
el mendigarle al sol la llama pura;

y escarmienta la humana en tu belleza,
que si el nativo resplandor se apura,
la que luz deslumbró para en pavesa.

Poema A una rosa (Aguirre) de Juan Bautista Aguirre con fondo de libro

Sor Juana Inés de la Cruz

Envía una rosa a la virreina

-- de Sor Juana Inés de la Cruz --

Ésa, que alegra y ufana
de carmín fragante esmero,
del tiempo al ardor primero,
se encendió llama de grama;
preludio de la mañana
del rosicler más ufano
es primicia del verano,
Lisi divina, que en fe
de que la debió a tu pie
la sacrifica tu mano.



Meira Delmar

el resplandor

-- de Meira Delmar --

Nunca supe su nombre
pudo
ser el amor, un poco
de alegría, o simple-
mente nada.
Pero encendió
de tal manera el día,
que todavía
dura su lumbre.
Dura.
Y quema.
!--Img



Fernando de Herrera

Después que en mí tentaron su crudeza

-- de Fernando de Herrera --

Después que en mí tentaron su crudeza
de Amor y vos las flechas y los ojos,
di honra al uno, al otro los despojos,
y sufrí saña de ambos y aspereza.

El fuego que encendió vuestra belleza
hizo dulces y alegres mis enojos,
y suave entre espinas y entre abrojos
el dolor que causaba mi tristeza.

Tuve esperanza incierta de mi ufana
muerte, viendo el valor de mi tormento;
y confié este error de mi osadía.

Mas ¡ay! que tanta gloria suerte humana
no alcanza, y no se debe al mal que siento
el bien que me negáis, Estrella mía.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 75

-- de Francisco de Quevedo --

Si nunca descortés preguntó, vano,
el polvo, vuelto en barro peligroso,
«¿por qué me obraste vil o generoso?»
al autor, a la rueda y a la mano;
él todo presumido de tirano,
a nueve lunas peso congojoso
(que llamarle gusano temeroso
es mortificación para el gusano),
¿de dónde ha derivado la osadía
de pedir la razón de su destino
al que con su palabra encendió el día?
¡oh, humo!, ¡oh, llama!, sigue buen camino:
que el secreto de dios no admite espía,
ni mérito desnudo le previno.



Francisco de Quevedo

parnaso español 13

-- de Francisco de Quevedo --

Faltar pudo su patria al grande osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las españas,
de quien él hizo esclava la fortuna.
Lloraron sus envidias una a una
con las propias naciones las extrañas;
su tumba son de flandes las campañas,
y su epitafio la sangrienta luna.
En sus exequias encendió al vesubio
parténope, y trinacria al mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio.
Diole el mejor lugar marte en su cielo;
la mosa, el rin, el tajo y el danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 7

-- de Francisco de Quevedo --

Pues eres sol, aprende a ser ausente
del sol, que aprende en ti luz y alegría;
¿no viste ayer agonizar el día
y apagar en el mar el oro ardiente?
luego se ennegreció, mustio y doliente,
el aire adormecido en sombra fría;
luego la noche, en cuanta luz ardía,
tantos consuelos encendió el oriente.
Naces, aminta, a silvio del ocaso
en que me dejas sepultado y ciego;
sígote oscuro con dudoso paso.
Concédele a mi noche y a mi ruego,
del fuego de tu sol, en que me abraso,
estrellas, desperdicios de tu fuego.



Francisco Sosa Escalante

En el sepulcro de una joven

-- de Francisco Sosa Escalante --

Brillaban en sus sienes todavía
Del virginal candor las azucenas,
Y el dardo agudo de letales penas
Su tierno y casto corazon no hería.

Arroyo manso que en la selva umbría
Pasa entre flores de perfume llenas,
Era su vida en el hogar: serenas
Así las horas trascurrir veía.

De los amores la caricia ardiente
Su sangre no encendió, ni el beso impuro
De infame seductor manchó su frente.

Así vivió; del porvenir oscuro
Jamás temió la tempestad rugiente,
Y así tendió su vuelo al éter puro.



Blanca Andreu

ursa maior

-- de Blanca Andreu --

Cierra tus puertas, muerte de los sueños,
fueras el hombre que en turbión de centeno
y hierba seca sobre el mar amarillo
cae cuando se desbocan los caballos
y despierta la cólera del padre.
Aquí y allá caía sobre el mar
sin perder su sonrisa torcida,
anunciaba sus derechos escudo en alto,
y en la sombra que legisla la usura y los muertos
encendió para ti su elocuencia.
Sal de los malecones, señor de los sueños,
muestra tu condición, levanta estatuas
con los barcos perdidos en el dorso.
Vuelve a nosotros ese tu rostro
coronado de algas y espinas.



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