Buscar Poemas con Ciego


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Se han encontrado 84 poemas con la palabra ciego

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Pablo Neruda

el ciego de la pandereta

-- de Pablo Neruda --

Ciego, siempre será tu ayer mañana?
siempre estará tu pandereta pobre
estremeciendo tus manos crispadas?
yo voy pasando y veo tu silueta
y me parece que es tu corazón
el que se cimbra con tu pandereta.
Yo pasé ayer y supe tu dolor:
dolor que siendo yo quien lo ha sabido
es mucho mayor.
No volveré por no volverte a ver,
pero mañana tu silueta negra
estará como ayer:
la mano que recibe,
los ojos que no ven,
la cara parda, lastimosa y triste,
golpeando en cada salto la pared.
Ciego, ya voy pasando y ya te miro,
y de rabia y dolor qué sé yo qué!
algo me aprieta el corazón,
el corazón y la sien.
¡Por tus ojos que nunca han mirado
cambiara yo los míos que te ven!

Poema el ciego de la pandereta de Pablo Neruda con fondo de libro

Mario Benedetti

a tientas

-- de Mario Benedetti --

Se retrocede con seguridad
pero se avanza a tientas
uno adelanta manos como un ciego
ciego imprudente por añadidura
pero lo absurdo es que no es ciego
y distingue el relámpago la lluvia
los rostros insepultos la ceniza
la sonrisa del necio las afrentas
un barrunto de pena en el espejo
la baranda oxidada con sus pájaros
la opaca incertidumbre de los otros
enfrentada a la propia incertidumbre
se avanza a tientas lentamente
por lo común a contramano
de los convictos y confesos
en búsqueda tal vez
de amores residuales
que sirvan de consuelo y recompensa
o iluminen un pozo de nostalgias
se avanza a tientas vacilante
no importan la distancia ni el horario
ni que el futuro sea una vislumbre
o una pasión deshabitada
a tientas hasta que una noche
se queda uno sin cómplices ni tacto
y a ciegas otra vez y para siempre
se introduce en un túnel o destino
que no se sabe dónde acaba

Poema a tientas de Mario Benedetti con fondo de libro

Francisco Villaespesa

morena mía

-- de Francisco Villaespesa --

i
bajo el fulgor lunar el mar es plata;
entreabre tú, mi bien, tu mirador,
y asómate a escuchar la serenata
que, mientras duermes tú, vela el amor
asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.
Ii
la brisa de jazmines perfumada
despierta la pasión que duerme en mí;
la noche está para el amor creada
y todo vive, como yo, por ti.
Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.
Iii
sal a darle consuelo a mi tormento;
que si no sales, del balcón al pie,
como esas rosas que deshoja el viento,
sin la luz de tus ojos moriré.
Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.

Poema morena mía de Francisco Villaespesa con fondo de libro

Lope de Vega

Don Félix, si al Amor le pintan ciego

-- de Lope de Vega --

Don Félix, si al Amor le pintan ciego,
lo que no viera yo jamás lo amara;
si con alas veloces, ¿cómo para?,
pues tengo entre mis lágrimas sosiego

Si no me ha consumido, ¿cómo es fuego,
no siendo fénix en el mundo rara?
Y si es desnudo Amor, ¿cómo repara
en que le vistan, o se cansa luego?

Pintarle como niño, importa poco;
Luzbel se amó, y así fue amor nacido
antes que viese Adán del sol la lumbre.

Mejor fuera pintarle como a loco,
haciéndole a colores el vestido,
y no llamarle Amor, sino costumbre.



Lope de Vega

Padre de los humanos, Amor ciego

-- de Lope de Vega --

Padre de los humanos, Amor ciego,
de quien nació la vida de dos vidas,
y por quien tantas fueron consumidas,
destierro de la paz y del sosiego.

Amor, que a un tiempo eres troyano y griego,
breve placer, tesoro del rey Midas,
divino ensalmador de tus heridas,
luna, que porque crece, mengua luego,

¿por qué te llaman padre, si no eres
como Saturno que sus hijos come?
Que, en efeto, aborreces lo que quieres.

Amor, pues no hay quien residencia tome
a la poca verdad de tus placeres,
mi muerte será Alcides que te dome.



Lope de Vega

¿Quién sino yo tan ciego hubiera sido

-- de Lope de Vega --

¿Quién sino yo tan ciego hubiera sido,
que no viera la luz? ¿Quién aguardara
a que con tantas voces le llamara
aquel despertador de tanto olvido?
¿Quién sino yo por el abril florido
de caduco laurel se coronara,
y la opinión mortal solicitara
con tanto tiempo, en tanto error perdido?
¿Quién sino yo tan atrevido fuera
que descolgara de Sión la lira,
y al babilonio vil música diera?
¿Y quién, sino quien es verdad, la ira
templara en mí, porque al morir dijera
que toda mi esperanza fue mentira?



Josefina Pla

concepción

-- de Josefina Pla --

Me tendrás a tu lado. Me besarás. Y luego,
como al moreno cántaro que espera al fin del surco,
a mi sumiso cuerpo se alargarán tus brazos.
Se saciará tu sed: la exigua sed de un hombre.

De mi lecho después, en largas madrugadas
hacer creerás el blanco camino del olvido.
Y sin embargo, ciego piloto de mi entraña,
conmigo habrás llegado por una noche sola,

a la encantada playa donde no está tu muerte.
Por el nocturno río caliente de mi sangre
irán tus ojos lejos, para jamás volverse,
tu voz prenderá en roca para perennes ecos.

Tú no lo sabes, hombre, tú no lo piensas, ciego.
Esta noche mi cuerpo será, ¡oh antiguo nauta!
el puerto de que zarpen las naves de otra aurora.
1939



José Ángel Buesa

la enredadera

-- de José Ángel Buesa --

En el áureo esplendor de la mañana,
viendo crecer la enredadera verde,
mi alegría no sabe lo que pierde
y mi dolor no sabe lo que gana.
Yo fui una vez como ese pozo oscuro,
y fui como la forma de esa nube,
como ese gajo verde que ahora sube
mientras su sombra baja por el muro.
La vida entonces era diferente,
y, en mi claro alborozo matutino,
yo era como la rueda de un molino
que finge darle impulso a la corriente.
Pero la vida es una cosa vaga,
y el corazón va desconfiando de ella,
como cuando miramos una estrella,
sin saber si se enciende o si se apaga.
Mi corazón, en tránsito de fuego,
ardió de llama en llama, pero en vano,
porque fue un ciego que extendió la mano
y sólo halló la mano de otro ciego.
Y ahora estoy acodado en la ventana,
y mi dolor no sabe lo que pierde
ni mi alegría sabe lo que gana,
viendo crecer la enredadera verde
en el áureo esplendor de la mañana.



Gabriela Mistral

íntima

-- de Gabriela Mistral --

Tú no oprimas mis manos.
Llegará el duradero
tiempo de reposar con mucho polvo
y sombra en los entretejidos dedos.
Y dirías: «no puedo
amarla, porque ya se desgranaron
como mieses sus dedos».
Tú no beses mi boca.
Vendrá el instante lleno
de luz menguada, en que estaré sin labios
sobre un mojado suelo.
Y dirías: «la amé, pero no puedo
amarla más, ahora que no aspira
el olor de retamas de mi beso».
Y me angustiara oyéndote,
y hablaras loco y ciego,
que mi mano será sobre tu frente
cuando rompan mis dedos,
y bajará sobre tu cara llena
de ansia mi aliento.
No me toques, por tanto. Mentiría
al decir que te entrego
mi amor en estos brazos extendidos,
en mi boca, en mi cuello,
y tú, al creer que lo bebiste todo,
te engañarías como un niño ciego.
Porque mi amor no es sólo esta gavilla
reacia y fatigada de mi cuerpo,
que tiembla entera al roce del cilicio
y que se me rezaga en todo vuelo.
Es lo que está en el beso, y no es el labio;
lo que rompe la voz, y no es el pecho:
¡es un viento de dios, que pasa hendiéndome
el gajo de las carnes, volandero!



Gutierre de Cetina

como la obscura noche al claro día

-- de Gutierre de Cetina --

Sigue con inefable movimiento,
así sigue al contento el descontento
de amor y la tristeza al alegría;
sigue al breve gozar luenga porfía,
al dulce imaginar sigue el tormento,
y al alcanzado bien el sentimiento
del perdido favor que lo desvía.
De contrarios está su fuerza hecha;
sus tormentas he visto y sus bonanzas,
y nada puedo ver que me castigue.
Ya sé qué es lo que daña y aprovecha;
mas ¿cómo excusará tantas mudanzas
quien ciego tras un ciego a ciegas sigue?



Gutierre de Cetina

traducción de un soneto toscano

-- de Gutierre de Cetina --

Querría saber, amantes, cómo es hecha
esta amorosa red que a tantos prende,
cómo su fuerza en todo el mundo extiende
o cómo el tiempo ya no la desecha.
Si amor es ciego, ¿cómo se aprovecha
a hacer las saetas con que ofende?
si no las hace amor, ¿qué se las vende?
¿con cuál tesoro compra tanta flecha?
si tiene, como escriben los poetas,
en una mano el arco, en otra el fuego,
¿las saetas, la red, con qué las tira?
las armas del amor, tirano ciego,
un volver de ojos es que alegre os mira,
no el arco ni la red, fuego y saetas.



Alfonsina Storni

El hombre

-- de Alfonsina Storni --

No sabe cómo: un día se aparece en el orbe,
hecho ser; nace ciego; en la sombra revuelve
los acerados ojos. Una mano lo envuelve.
Llora. Lo engaña un pecho. Prende los labios. Sorbe.

Más tarde su pupila la tiniebla deslíe
y alcanza a ver dos ojos, una boca, una frente.
Mira jugar los músculos de la cara a su frente
y aunque quién es no sabe, copia, imita y sonríe.

Da una larga corrida sobre la tierra luego.
Instinto, sueño y alma trenza en lazos de fuego,
los suelta a sus espaldas, a los vientos. Y canta.

Kilómetros en alto la mirada le crece
y ve el astro, se turba, se exalta, lo apetece:
una Mano le corta la mano que levanta.



Alfonsina Storni

El hombre (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

No sabe cómo: un día se aparece en el orbe,
hecho ser; nace ciego; en la sombra revuelve
los acerados ojos. Una mano lo envuelve.
Llora. Lo engaña un pecho. Prende los labios. Sorbe.

Más tarde su pupila la tiniebla deslíe
y alcanza a ver dos ojos, una boca, una frente.
Mira jugar los músculos de la cara a su frente
y aunque quién es no sabe, copia, imita y sonríe.

Da una larga corrida sobre la tierra luego.
Instinto, sueño y alma trenza en lazos de fuego,
los suelta a sus espaldas, a los vientos. Y canta.

Kilómetros en alto la mirada le crece
y ve el astro, se turba, se exalta, lo apetece:
una Mano le corta la mano que levanta.



Lope de Vega

si todas las espadas que diez años

-- de Lope de Vega --

Si todas las espadas, que diez años
sobre troya desnudas tuvo el griego,
si de roma abrasada todo el fuego,
si de españa perdida tantos años,
si el toro de metal, si los extraños
caballos fieros de diomedes ciego,
si todo el infernal desasosiego
tan libre de esperanzas y de engaños
sufriese, ardiese, hiciese, atormentase,
despedazase, y siempre me tuviese,
y al dolor que padezco se igualase,
no es posible que el alma lo sintiese
o que, si lo sintiese y os mirase,
entre estas penas gloria no tuviese.



Lope de Vega

cuando me paro a contemplar mi estado

-- de Lope de Vega --

Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por donde he venido,
me espanto de que un hombre tan perdido
a conocer su error haya llegado.
Cuando miro los años que he pasado,
la divina razón puesta en olvido,
conozco que piedad del cielo ha sido
no haberme en tanto mal precipitado.
Entré por laberinto tan extraño,
fiando al débil hilo de la vida
el tarde conocido desengaño;
mas de tu luz mi escuridad vencida,
el monstro muerto de mi ciego engaño,
vuelve a la patria, la razón perdida.



Lope de Vega

Al viento se encomienda, al mar se entrega

-- de Lope de Vega --

Al viento se encomienda, al mar se entrega,
conjura un áspid, ablandar procura
con tiernos ruegos una peña dura,
o las rocas del mar donde navega;

pide seguridad a la fe griega,
consejo al loco y al enfermo cura,
verdad al juego, sol en noche oscura,
y fruta al polo donde el sol no llega;

que juzgue de colores pide al ciego,
desnudo y solo al salteador se atreve,
licor precioso de las piedras saca;

fuego busca en el mar, agua en el fuego,
en Libia flor, en Etiopía nieve,
quien pone su esperanza en mujer flaca.



Lope de Vega

Ángel, a gran peligro os arrojastes

-- de Lope de Vega --

Ángel, a gran peligro os arrojastes
cuando a decir verdad os atrevistes,
supuesto que al Bautista parecistes,
cuando con tal rigor la predicastes.
Notable ejemplo a los demás dejastes,
luz sobre monte, y no lisonja fuistes,
que puesto que del púlpito caístes,
al cielo envuelto en sangre os levantastes.
Ángel fue el gran Bautista, si en la vista
y en la verdad le sois tan semejante
y en hábito tan pobre y tan estrecho.
Ángel, no es mucho, pues murió el Bautista
por decir al verdad, que un ciego amante
por la misma ocasión os pase el pecho.



Lope de Vega

Bajaba con sus cándidas ovejas

-- de Lope de Vega --

Bajaba con sus cándidas ovejas
por el valle de Aram Raquel hermosa,
el oro puro y la purpúrea rosa
mezclando las mejillas y guedejas.
Ellas lamiendo a la canal las tejas,
y ella mirando el pozo cuidadosa,
anticipóse a levantar la losa
el que fue mayorazgo por lentejas.
Bebió el ganado caluroso, y luego
diola beso de paz, y por despojos
lágrimas que lloró perdido y ciego.
Muy tierno sois, Jacob ¿Tan presto enojos?
Sí, que en llegando al corazón el fuego,
lo que tiene de humor sale a los ojos.



Lope de Vega

Cuando el mejor planeta en el diluvio

-- de Lope de Vega --

Cuando el mejor planeta en el diluvio
templa de Etna y volcán la ardiente fragua,
y el mar pasado el límite desagua,
encarcelando al sol dorado y rubio;

Cuando cuelgan del Cáucaso y Vesubio
mil cuerpos entre verdes ovas y agua,
cuando balas de nieve y rayos fragua,
y el Gange se juntó con el Danubio;

cuando el tiempo perdió su mismo estilo
y el infierno pensó tener sosiego
y excedió sus pirámides el Nilo;

cuando el mundo quedó turbado y ciego,
¿dónde estabas, Amor, cuál fue tu asilo,
que en tantas aguas se escapó tu fuego?



Lope de Vega

El cuerpo de Faetón Climene mira

-- de Lope de Vega --

El cuerpo de Faetón Climene mira,
orillas del Erídano arrojado,
en cuyo pecho mísero, abrasado,
aún dura el fuego de quien humo espira.

Y dice así: «La tierra humilde mira,
hijo famoso, el pensamiento honrado,
con que, de las estrellas abrazado,
a gobernar la luz del cielo aspira».

Murmura en fin que temerario alzaste
vuelo imposible al sol de quien caíste,
cuyos rayos intrépido miraste.

«Dirá que ciego y ambicioso fuiste,
pero no negará que confirmaste,
muerto en el cielo, que del sol naciste».



Lope de Vega

Fingido amigo, en las lisonjas tierno

-- de Lope de Vega --

Fingido amigo, en las lisonjas tierno,
no iguala al enemigo declarado;
si amor me tiene ciego y engañado,
yo sé que hay redención, aunque es infierno.

En tu breve placer mi daño eterno
bebiendo voy en dulce error cifrado,
ya por costumbre a tanto mal llegado
que por mi propio engaño me gobierno.

Para ser desdichado fui nacido,
y, con estarme bien, morir no quiero
por no perder un mal también sufrido.

Tales son unos ojos por quien muero
que en el tormento del dolor me olvido
y en quien me ha de matar vivir espero.



Lope de Vega

Hermosa Parca, blandamente fiera

-- de Lope de Vega --

Hermosa Parca, blandamente fiera,
dueña del hilo de mi cortada vida,
en cuya bella mano vive asida
la rueca de oro y la mortal tijera;

hiladora famosa a quien pudiera
rendirse Palas y quedar vencida,
de cuya tela, Amor, de oro tejida,
si no fuera desnudo, se vistiera:

déte su lana el Vellocino de oro,
Amor su flecha para el huso, y luego
mi vida el hilo, que tu mano tuerza.

Que a ser Hércules yo, tanto te adoro
que rindiera a tu rueca atado y ciego
la espada, las hazañas y la fuerza.



Lope de Vega

Llamé mi luz a la tiniebla escura

-- de Lope de Vega --

Llamé mi luz a la tiniebla escura,
gloria a mi pena, a mi dolor consuelo,
provecho al daño y al infierno cielo.
¡Qué ciego error! ¡Qué bárbara locura!
¡Ay luz divina!, sobre todas pura
cuantas vivieron el humano velo,
o el intelectual de ardiente celo,
¡quién conociera entonces tu hermosura!
Origen de la luz, luz poderosa,
luz que ilumina el sol, las once esferas;
luz, ¿quién es luz, sino Tú, luz hermosa?
¡Ay loca ceguedad, cuál me pusieras,
si fiado de luz tan mentirosa
eterna noche de mis ojos fueras!



Lope de Vega

Mano amorosa, a quien Amor solía

-- de Lope de Vega --

Mano amorosa a quien amor solía
dar el arco y las flechas de su fuego,
porque como era niño, y al fin ciego,
matases tú mejor lo que él no vía.

El cielo ha sido autor de tu sangría
para poner a tu crueldad sosiego,
haciendo su milagro con mi ruego
nacer corales entre nieve fría.

Vierte esa fuente de rubíes puros,
¡oh peña de cristal! con blanda herida,
¿pero cómo podrán al hierro impío

mis tiernos ojos asistir tan duros,
pues vengándome a costa de mi vida,
la sangre es tuya y el dolor es mío?



Lope de Vega

Si palos dais con ese palo hermoso

-- de Lope de Vega --

Si palos dais con ese palo hermoso,
ya no es afrenta dar de palos, Juana;
la ley del duelo bárbara, inhumana,
ya es gloria militar, ya es acto honroso.

Aquel toro de Europa fabuloso
volviera tal garlocha en forma humana.
Si tal fuera el venablo de Dïana,
¿quién fuera, entonces, jabalí cerdoso?

Yo te ofrezco oraciones, desde luego,
si me das, por poeta entre los malos,
con ese palo, Amor, palo de ciego.

En Tesalia los tuvo por regalos
el asno de oro que compuso el griego
tu bestia soy, Amor, dame de palos.



Lope de Vega

Sobre ocho veces treinta el sol corría

-- de Lope de Vega --

Sobre ocho veces treinta el sol corría
los años de un enfermo, que aguardaba
junto a Betsaida el ángel que bajaba,
y a las sagradas aguas revolvía.
A Cristo, que salud le prometía,
de la falta del hombre se quejaba,
que la divina luz, que le llamaba,
la noche de su error desconocía.
Yo, que imito sus obras y su nombre,
ciego a la viva luz que me reduce,
aguardo mi remedio descuidado.
Mas no puedo decir por falta de hombre,
pues tengo un hombre en Dios que me conduce
a las aguas del mar de su costado.



Lope de Vega

Sosiega un poco, airado temeroso

-- de Lope de Vega --

Sosiega un poco, airado temeroso,
humilde vencedor, niño gigante,
cobarde matador, firme inconstante,
traidor leal, rendido victorioso.

Déjame en paz, pacífico furioso,
villano hidalgo, tímido arrogante,
cuerdo loco, filósofo ignorante,
ciego lince, seguro cauteloso.

Ama si eres Amor, que si procuras
descubrir, con sospechas y recelos
en mi adorado sol nieblas escuras,

en vano me lastimas con desvelos.
Trate nuestra amistad, verdades puras:
no te encubras, Amor, si quieres celos.



Lope de Vega

Cuando me paro a contemplar mi estado (Lope de Vega)

-- de Lope de Vega --

Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por donde he venido,
me espanto de que un hombre tan perdido
a conocer su error haya llegado.

Cuando miro los años que he pasado,
la divina razón puesta en olvido,
conozco que piedad del cielo ha sido
no haberme en tanto mal precipitado.

Entré por laberinto tan extraño,
fiando al débil hilo de la vida
el tarde conocido desengaño;

mas de tu luz mi escuridad vencida,
el monstro muerto de mi ciego engaño,
vuelve a la patria, la razón perdida.



Lope de Vega

Mi bien nacido de mis propios males

-- de Lope de Vega --

Mi bien nacido de mis propios males,
retrato celestial de mi Belisa,
que en mudas voces y con dulce risa,
mi destierro y consuelo hiciste iguales;
segunda vez de mis entrañas sales,
mas pues tu blanco pie los cielos pisa,
¿por qué el de un hombre en tierra tan aprisa
quebranta tus estrellas celestiales?
Ciego, llorando, niña de mis ojos,
sobre esta piedra cantaré, que es mina
donde el que pasa al indio en propio suelo,
hallé más presto el oro en tus despojos,
las perlas, el coral, la plata fina.
Mas, ¡ay!, que es ángel y llevólo al cielo.



Amor, déjame; Amor, queden perdidos

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Amor, déjame; Amor, queden perdidos
tantos días en ti, por ti gastados;
queden, queden suspiros empleados,
bienes, Amor, por tuyos, ya queridos.

Mis ojos ya los dejo consumidos
y en sus lágrimas propias anegados;
mis sentidos, ¡oh Amor!, de ti usurpados
queden por tus injurias más sentidos.

Deja que sólo el pecho, cual rendido,
desnudo salga de tu esquivo fuego;
perdido quede, Amor, ya lo perdido:

¡Muévate (no podrá), cruel, mi ruego!
Más yo sé que te hubiera enternecido
si me vieras, Amor, ¡mas eres ciego!



¡Con qué ligeros pasos vas corriendo!

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

¡Con qué ligeros pasos vas corriendo!
¡Oh cómo te me ausentas, tiempo vano!
¡Ay, de mi bien, y de mi ser tirano,
cómo tu altivo brazo voy siguiendo!

Detenerte pensé, pasaste huyendo;
seguíte, y ausentástete liviano;
gastéte a ti en buscarte, ¡oh inhumano!:
mientras más te busqué, te fui perdiendo.

Ya conozco tu furia, ya, humillado,
de tu guadaña pueblo los despojos;
¡oh amargo desengaño no admitido!

Ciego viví, y al fin, desengañado,
hecho Argos de mi mal con tristes ojos
huir te veo, y veo te he perdido.



Góngora

A cierta dama que se dejaba vencer antes del interés que del gusto

-- de Góngora --

Mientras Corinto, en lágrimas deshecho,
la sangre de su pecho vierte en vano,
vende Lice a un decrépito indïano
por cien escudos la mitad del lecho.

¿Quién, pues, se maravilla deste hecho,
sabiendo que halla ya paso más llano,
la bolsa abierta, el rico pelicano,
que el pelícano pobre, abierto el pecho?

Interés, ojos de oro como gato,
y gato de doblones, no Amor ciego,
que leña y plumas gasta, cien arpones

le flechó de la aljaba de un talego.
¿Qué Tremecén no desmantela un trato,
arrimándole al trato cien cañones?



Góngora

A Francisco de Quevedo

-- de Góngora --

Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Belerofonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego.



Góngora

Infiere, de los achaques de la vejez, cercano el fin a que, católico, se alienta

-- de Góngora --

En este occidental, en este, ¡oh Licio!,
climatérico lustro de tu vida,
todo mal afirmado pie es caída,
toda fácil caída es precipicio.

¿Caduca el paso? Ilústrese el juïcio.
Desatándose va la tierra unida.
¿Qué prudencia, del polvo prevenida,
la ruina aguardó del edificio?

La piel no sólo sierpe venenosa,
mas con la piel los años se desnuda,
y el hombre, no, ¡ciego discurso humano!

¡Oh aquel dichoso, que, la ponderosa
porción depuesta en una piedra muda,
la leve da al zafiro soberano!



Góngora

Tras la bermeja Aurora el Sol dorado

-- de Góngora --

Tras la bermeja Aurora el Sol dorado
por las puertas salía, del oriente,
ella de flores la rosada frente,
él de encendidos rayos coronado;

sembraban su contento o su cuidado,
cuál con voz dulce, cuál con voz doliente,
las tiernas aves con la luz presente,
en el fresco aire y en el verde prado,

cuando salió, bastante a dar, Leonora,
cuerpo a los vientos y a las piedras alma,
cantando de su rico albergue, y luego,

ni oí las aves más, ni vi la Aurora,
porque al salir, o todo quedó en calma,
o yo, que es lo más cierto, sordo y ciego.



Góngora

Hurtas mi vulto y cuanto más le debe

-- de Góngora --

Hurtas mi vulto y cuanto más le debe
a tu pincel, dos veces peregrino,
de espíritu vivaz el breve lino
en los colores que sediento bebe,

vanas cenizas temo al lino breve,
que émulo del barro le imagino,
a quien (ya etéreo fuese, ya divino)
vida le fió muda esplendor leve.

Belga gentil, prosigue al hurto noble;
que a su materia perdonará el fuego,
y el tiempo ignorará su contextura.

Los siglos que en sus hojas cuenta un roble,
árbol los cuenta sordo, tronco ciego;
quien más ve, quien más oye, menos dura.



Lupercio Leonardo de Argensola

No fueron tus divinos ojos, Ana

-- de Lupercio Leonardo de Argensola --

No fueron tus divinos ojos, Ana,
los que al yugo amoroso me han rendido;
ni los rosados labios, dulce nido
del ciego niño, donde néctar mana;

ni las mejillas de color de grana;
ni el cabello, que al oro es preferido;
ni las manos, que a tantos han vencido;
ni la voz, que está en duda si es humana.

Tu alma, que en todas tus obras se trasluce,
es la que sujetar pudo la mía,
porque fuese inmortal su cautiverio.

Así todo lo dicho se reduce
a solo su poder, porque tenía
por ella cada cual su ministerio.



Líber Falco

Para no pensar lo que debes pensar

-- de Líber Falco --

Para no pensar lo que debes pensar
para no decirte lo que debes decirte,
ibas mirando algo que no existe.
Pero debes pensar y oír como se debe.

Mira los árboles.
Tienen hojas verdes ahora
y tú no las has mirado.
Palpaste más de una vez sus troncos
viste latir y subir su savia
Mira sus hojas ahora.

Qué manía tienes.
Quieres estar en el fondo de las cosas
quieres ver las hojas cuando no existen
todavía.
Te quedarás ciego así, confundido;
olvidarás el verde
la forma de toda cosa, morirás.
Olvidarás todo así, todo.
Mira las hojas.
Tienen forma de hojas
y son verdes.



Manuel del Palacio

Haz bien

-- de Manuel del Palacio --

Tengo buen corazón, no cabe duda;
He alzado un infeliz del duro suelo,
Y su llanto enjugué con mi pañuelo
Dando á sus males cariñosa ayuda.

Que es ciego, dice, y que su esposa es muda;
Terrible debe ser su desconsuelo:
¡Y hay en la sociedad almas de hielo
que no se duelen de su pena aguda!...

Yo sí, que al sostenerle entre mis brazos
Casi me hizo llorar como á un chiquillo
Con sus frases de amor y sus abrazos;

Mas ¿qué es esto que siento en el bolsillo?
La cadena partida en dos pedazos...
Ya me ha dejado sin reloj el pillo!...



Jacinto de Salas y Quiroga

La indiferente (Salas y Quiroga)

-- de Jacinto de Salas y Quiroga --

La indiferente y bella Flora
del amor ciego se burlaba,
sin experiencia a toda hora
la pobrecilla así cantaba:
«No temo, amor, tu poderío,
a pesar de toda tu saña,
libre seré de tu albedrío;
tu buena cara no me engaña».

«Me lo han dicho mis compañeras,
los hombres son muy inconstantes;
si con ellos somos severas
suelen mostrarse muy amantes;
si nos rendimos, los bribones
nos abandonan cruelmente;
¡ay! Quien se fía de tal gente
merece males a millones».
Pero el amor lo vence todo,
y a su poder se rindió Flora;
pronto, humilde, y de mejor modo
así cantaba a toda hora:
Amor, me rindo... ¡Qué dulzura
sobre mi pecho has esparcido!
¡Por qué tan tarde he conocido
tu dulce imperio y mi locura!



Jaime Sabines

tu nombre

-- de Jaime Sabines --

Tu nombre
trato de escribir en la oscuridad tu nombre. Trato de escribir que te amo.Trato de decir a oscuras todo esto. No quiero que nadie se entere, quenadie me mire a las tres de la mañana paseando de un lado a otrode la estancia, loco, lleno de ti, enamorado. Iluminado, ciego, lleno deti, derramándote. Digo tu nombre con todo el silencio de la noche,lo grita mi corazón amordazado. Repito tu nombre, vuelvo a decirlo,lo digo incansablemente, y estoy seguro que habrá de amanecer.



Jaime Sabines

los he visto en el cine

-- de Jaime Sabines --

Frente a los teatros,
en los tranvías y en los parques,
los dedos y los ojos apretados.
Las muchachas ofrecen en las salas oscuras
sus senos a las manos
y abren la boca a la caricia húmeda
y separan los muslos para invisibles sátiros.
Los he visto quererse anticipadamente, adivinando
el goce que los vestidos cubren, el engaño
de la palabra tierna que desea,
el uno al otro extraño.
Es la flor que florece
en el día más largo,
el corazón que espera,
el que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio.
Esa niña que hoy vi tenía catorce años,
a su lado sus padres le miraban la risa
igual que si ella se la hubiera robado.
Los he visto a menudo
a ellos, a los enamorados
en las aceras, sobre la yerba, bajo un árbol,
encontrarse en la carne,
sellarse con los labios.
Y he visto el cielo negro
en el que no hay ni pájaros,
y estructuras de acero
y casa pobres, patios,
lugares olvidados.
Y ellos, constantes, tiemblan
se ponen en sus manos,
y el amor se sonríe, los mueve, les enseña,
igual que un viejo abuelo desengañado.



Jaime Sabines

no es nada de tu cuerpo

-- de Jaime Sabines --

No es nada de tu cuerpo,
ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
No es tu boca -tu boca
que es igual que tu sexo-,
ni la reunión exacta de tus pechos,
ni tu espalda dulcísima y suave,
ni tu ombligo, en que bebo.
No son tus muslos duros como el día,
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo.
No es tu mirada -¿qué es una mirada?-
triste luz descarriada, paz sin dueño,
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño.
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego,
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.
No es nada de tu cuerpo,
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un gramo, ni un momento:

es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.



Jaime Torres Bodet

túnel

-- de Jaime Torres Bodet --

Una antorcha enemiga
alumbra mientras duermes el profundo
túnel que de mi amor a tu alma lleva.
Con invisibles puños
¿qué taciturno guardia la sustenta?
quiero avanzar... Y me detiene un muro
de colérico sol. Pretendo entonces
retroceder y siento que una puerta
se cierra tras de mí siempre que dudo...
En plena luz me quedo
trémulo, terco, ciego imaginando
no más el golpe brusco
con que, al cortar tu sueño,
me arrojará a la aurora, sin antorchas,
otro invisible centinela mudo.



Jorge Debravo

esta canción amarga

-- de Jorge Debravo --

Sufro tanto que a veces ni siquiera
sé si sufro por mí o por el obrero.
El sufrimiento nace, simplemente.
Es como un árbol ciego.

No lo busco, lo llamo ni lo aguardo.
Nace cuando lo quiere.
Es como un chorro de alcohol, como una
almohada de alfileres.

Es amargo y sangriento a medianoche
y a veces -sin permiso- en las aceras.
Me anuda la camisa hasta asfixiarme.
Me riega ácidos malos en las venas.

Sin embargo, hermanos, cuando falta
es como si mi carne estuviera vacía.
Como si no corriera el jugo de mi sangre.
Como si a chorros, roja, se me huyera la vida.



Jorge Luis Borges

un ciego

-- de Jorge Luis Borges --

No sé cuál es la cara que me mira
cuando miro la cara del espejo;
no sé qué anciano acecha en su reflejo
con silenciosa y ya cansada ira.
Lento en mi sombra, con la mano exploro
mis invisibles rasgos. Un destello
me alcanza. He vislumbrado tu cabello
que es de ceniza o es aún de oro.
Repito que he perdido solamente
la vana superficie de las cosas.
El consuelo es de milton y es valiente,
pero pienso en las letras y en las rosas.
Pienso que si pudiera ver mi cara
sabría quién soy en esta tarde rara.



Jorge Luis Borges

1972

-- de Jorge Luis Borges --

Temí que el porvenir (que ya declina)
sería un profundo corredor de espejos
indistintos, ociosos y menguantes,
una repetición de vanidades,
y en la penumbra que precede al sueño
rogué a mis dioses, cuyo nombre ignoro,
que enviaran algo o alguien a mis días.
Lo hicieron. Es la patria. Mis mayores
la sirvieron con largas proscripciones,
con penurias, con hambre, con batallas,
aquí de nuevo está el hermoso riesgo.
No soy aquellas sombras tutelares
que honré con versos que no olvida el tiempo.
Estoy ciego. He cumplido los setenta;
no soy el oriental francisco borges
que murió con dos balas en el pecho,
entre las agonías de los hombres,
en el hedor de un hospital de sangre,
pero la patria, hoy profanada quiere
que con mi oscura pluma de gramático,
docta en las nimiedades académicas
y ajena a los trabajos de la espada,
congregue el gran rumor de la epopeya
y exija mi lugar. Lo estoy haciendo.



Jorge Luis Borges

al espejo

-- de Jorge Luis Borges --

¿por qué persistes, incesante espejo?
¿por qué duplicas, misterioso hermano,
el movimiento de mi mano?
¿por qué en la sombra el súbito reflejo?
eres el otro yo de que habla el griego
y acechas desde siempre. En la tersura
del agua incierta o del cristal que dura
me buscas y es inútil estar ciego.
El hecho de no verte y de saberte
te agrega horror, cosa de magia que osas
multiplicar la cifra de las cosas
que somos y que abarcan nuestra suerte.
Cuando esté muerto, copiarás a otro
y luego a otro, a otro, a otro, a otro



Jorge Luis Borges

el hacedor

-- de Jorge Luis Borges --

Somos el río que invocaste, heráclito.
Somos el tiempo. Su intangible curso
acarrea leones y montañas,
llorado amor, ceniza del deleite,
insidiosa esperanza interminable,
vastos nombres de imperios que son polvo,
hexámetros del griego y del romano,
lóbrego un mar bajo el poder del alba,
el sueño, ese pregusto de la muerte,
las armas y el guerrero, monumentos,
las dos caras de jano que se ignoran,
los laberintos de marfil que urden
las piezas de ajedrez en el tablero,
la roja mano de macbeth que puede
ensangrentar los mares, la secreta
labor de los relojes en la sombra,
un incesante espejo que se mira
en otro espejo y nadie para verlos,
láminas en acero, letra gótica,
una barra de azufre en un armario,
pesadas campanadas del insomnio,
auroras, ponientes y crepúsculos,
ecos, resaca, arena, liquen, sueños.
Otra cosa no soy que esas imágenes
que baraja el azar y nombra el tedio.
Con ellas, aunque ciego y quebrantado,
he de labrar el verso incorruptible
y (es mi deber) salvarme.



Jorge Luis Borges

lo perdido

-- de Jorge Luis Borges --

¿dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo
y que no fue? ¿dónde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
dónde el azar de no quedarme ciego,
dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
de ser quien soy? ¿dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y laborioso día,
según lo quiere la literatura?
pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera.



Jorge Manrique

canción cuanto más pienso serviros

-- de Jorge Manrique --

I
cuanto más pienso serviros,
tanto queréis más causar
que gaste mi fe en suspiros
y mi vida en desear
lo que no puedo alcanzar.
Ii
bien conozco que estoy ciego
y que mi gran fe me ciega,
y que esperando me niega
que no os venceréis de ruego,
y que, por mucho serviros,
no dejaréis de causar
que gaste mi fe en suspiros
y mi vida en desear
lo que no puedo alcanzar.



César Vallejo

Trilce: III

-- de César Vallejo --

Las personas mayores
¿a qué hora volverán?
Da las seis el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.

Madre dijo que no demoraría.

Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.

Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe de ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.

Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros no pudiésemos partir.

Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.



César Vallejo

Trilce: XXVI

-- de César Vallejo --

El verano echa nudo a tres años
que, encintados de cárdenas cintas, a todo
sollozo,
aurigan orinientos índices
de moribundas alejandrías,
de cuzcos moribundos.

Nudo alvino deshecho, una pierna por allí,
más allá todavía la otra,
desgajadas, y
péndulas.
Deshecho nudo de lácteas glándulas
de la sinamayera,
bueno para alpacas brillantes,
para abrigo de pluma inservible
¡más piernas los brazos que brazos!

Así envérase el fin, como todo,
como polluelo adormido saltón
de la hendida cáscara,
a luz eternamente polla.
Y así, desde el óvalo, con cuatros al hombro,
ya para qué tristura.

Las uñas aquellas dolían
retesando los propios dedos hospicios.
De entonces crecen ellas para adentro,
mueren para afuera,
y al medio ni van ni vienen,
ni van ni vienen.

Las uñas. Apeona ardiente avestruz coja,
desde perdidos sures,
flecha hasta el estrecho ciego
de senos aunados.

Al calor de una punta
de pobre sesgo ESFORZADO,
la griega sota de oros tórnase
morena sota de islas,
cobriza sota de lagos
en frente a moribunda alejandría,
a cuzco moribundo.



César Vallejo

Trilce: XLIX

-- de César Vallejo --

Murmurado en inquietud, cruzo,
el traje largo de sentir, los lunes
de la verdad.
Nadie me busca ni me reconoce,
y hasta yo he olvidado
de quién seré.

Cierta guardarropía, sólo ella, nos sabrá
a todos en las blancas hojas
de las partidas.
Esa guardarropía, ella sola,
al volver de cada facción,
de cada candelabro
ciego de nacimiento.

Tampoco yo descubro a nadie, bajo
este mantillo que iridice los lunes
de la razón;
y no hago más que sonreir a cada púa
de las verjas, en la loca búsqueda
del conocido.

Buena guardarropía, ábreme
tus blancas hojas:
quiero reconocer siquiera al 1,
quiero el punto de apoyo, quiero
saber de estar siquiera.

En los bastidores donde nos vestimos,
no hay, no Hay nadie: hojas tan sólo
de par en par.
Y siempre los trajes descolgándose
por sí propios, de perchas
como ductores índices grotescos,
y partiendo sin cuerpos, vacantes,
hasta el matiz prudente
de un gran caldo de alas con causas
y lindes fritas.
Y hasta el hueso!



César Vallejo

las personas mayores

-- de César Vallejo --

iii
las personas mayores
¿a qué hora volverán?
da las seis el ciego santiago,
y ya está muy oscuro.
Madre dijo que no demoraría.
Aguedita, nativa, miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.
Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe de ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.
Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
no pudiésemos partir.
Aguedita, nativa, miguel?
llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.



César Vallejo

líneas

-- de César Vallejo --

Líneas
cada cinta de fuego
que, en busca del amor,
arrojo y vibra en rosas lamentables,
me da a luz el sepelio de una víspera.
Yo no sé si el redoble en que lo busco,
será jadear de roca,
o perenne nacer de corazón.
Hay tendida hacia el fondo de los seres,
un eje ultranervioso, honda plomada.
La hebra del destino!
amor desviará tal ley de vida,
hacia la voz del hombre;
y nos dará la libertad suprema
en transubstanciación azul, virtuosa,
contra lo ciego y lo fatal. .
Que en cada cifra lata, .
Recluso en albas frágiles,
el jesús aún mejor de otra gran yema!
y después. .. La otra línea...
Un bautista que aguaita, aguaita, aguaita...
Y, cabalgando en intangible curva,
un pie bañado en púrpura.



César Vallejo

Desnudo en barro

-- de César Vallejo --

Como horribles batracios a la atmósfera,
suben visajes lúgubres al labio.
Por el Sahara azul de la Substancia
camina un verso gris, un dromedario.

Fosforece un mohín de sueños crueles.
Y el ciego que murió lleno de voces
de nieve. Y madrugar, poeta, nómada,
al crudísimo día de ser hombre.

Las Horas van febriles, y en los ángulos
abortan rubios siglos de ventura.
¡Quién tira tanto el hilo: quién descuelga
sin piedad nuestros nervios,
cordeles ya gastados, a la tumba!

Amor! Y tú también. Pedradas negras
se engendran en tu máscara y la rompen.
¡La tumba es todavía
un sexo de mujer que atrae al hombre!



César Vallejo

Huaco

-- de César Vallejo --

Yo soy el coraquenque ciego
que mira por la lente de una llaga,
y que atado está al Globo,
como a un huaco estupendo que girara.

Yo soy el llama, a quien tan sólo alcanza
la necedad hostil a trasquilar
volutas de clarín,
volutas de clarín brillantes de asco
y bronceadas de un viejo yaraví.

Soy el pichón de cóndor desplumado
por latino arcabuz;
y a flor de humanidad floto en los Andes,
como un perenne Lázaro de luz.

Yo soy la gracia incaica que se roe
en áureos coricanchas bautizados
de fosfatos de error y de cicuta.
A veces en mis piedras se encabritan
los nervios rotos de un extinto puma.

Un fermento de Sol;
levadura de sombra y corazón!



César Vallejo

Lineas

-- de César Vallejo --

Cada cinta de fuego
que, en busca del Amor,
arrojo y vibra en rosas lamentables,
me da a luz el sepelio de una víspera.
Yo no sé si el redoble en que lo busco,
será jadear de roca,
o perenne nacer de corazón.

Hay tendida hacia el fondo de los seres,
un eje ultranervioso, honda plomada.
La hebra del destino!
Amor desviará tal ley de vida,
hacia la voz del Hombre;
y nos dará la libertad suprema
en transubstanciación azul, virtuosa,
contra lo ciego y lo fatal.

Que en cada cifra lata,
recluso en albas frágiles,
el Jesús aún mejor de otra gran Yema!

Y después... La otra línea...
Un Bautista que aguaita, aguaita, aguaita...
Y, cabalgando en intangible curva,
un pie bañado en púrpura.



Delmira Agustini

El arroyo

-- de Delmira Agustini --

¿Te acuerdas? El arroyo fue la serpiente buena...
Fluía triste y triste como un llanto de ciego,
cuando en las piedras grises donde arraiga la pena,
como un inmenso lirio se levantó tu ruego.

Mi corazón, la piedra más gris y más serena,
despertó en la caricia de la corriente y luego
sintió como la tarde, con manos de agarena,
prendía sobre él una rosa de fuego.

Y mientras la serpiente del arroyo blandía
el veneno divino de la melancolía,
tocada de crepúsculo me abrumó tu cabeza,

la coroné de un beso fatal, en la corriente
vi pasar un cadáver de fuego... Y locamente
me derrumbó en tu abrazo profundo la tristeza.



Delmira Agustini

Otra estirpe

-- de Delmira Agustini --

Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego...
Pido a tus manos todopoderosas
¡su cuerpo excelso derramado en fuego
sobre mi cuerpo desmayado en rosas!

La eléctrica corola que hoy despliego
brinda el nectario de un jardín de Esposas;
para sus buitres en mi carne entrego
todo un enjambre de palomas rosas.

Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles,
mi gran tallo febril... Absintio, mieles,
viérteme de sus venas, de su boca...

¡Así tendida, soy un surco ardiente
donde puede nutrirse la simiente
de otra estirpe sublimemente loca!



Diego Hurtado de Mendoza

Amor me dijo en mi primera edad

-- de Diego Hurtado de Mendoza --

Amor me dijo en mi primera edad:
«Si amares, no te cures de razon.»
Siguió su voluntad mi corazon;
Mas él nunca siguió mi voluntad.

Traéme ciego de verdá en verdad,
Ya yo seria contento en mi pasion,
Que con falsa esperanza de ocasion
Me sostenga, siquiera en vanidad.

Tanto seria de vana esta esperanza,
Que no podría caber en mi sentido
Ni en consejo de amor ni en vanagloria.

Que finja yo que estoy en tu memoria,
Señora, ni lo espero ni lo pido;
Que no es bien de afligidos confianza.



Diego Hurtado de Mendoza

El escudo de Aquiles, que bañado

-- de Diego Hurtado de Mendoza --

El escudo de Aquiles, que bañado
En la sangre de Héctor, con afrenta
De Grecia y Asia fué mal entregado
A Ulises, por varon de mayor cuenta,

Sobre el sepulcro de Ayax fué hallado;
Que Ulises, levantándose tormenta,
Entre las otras tropas lo habia echado
En la mar, por dejar la nave exenta.

Alguno, visto el nuevo acaecimiento,
Dijo, quizá movido en su conciencia:
«¡Oh juez sin razon ni fundamento!

Que el conocido error de tu imprudencia
Vean la ciega fortuna y ciego viento,
Y el loco mar entienda tu sentencia.»



Diego Hurtado de Mendoza

El hombre que doliente está de muerte

-- de Diego Hurtado de Mendoza --

El hombre que doliente está de muerte
Y vecino á aquel trago temeroso,
Cualquiera beneficio le es dañoso
Y en la causa del mal se le convierte.

Ansí mi alma triste en solo verte
Halla daño, si busca haber reposo,
Viniendo del bien cierto el mal dudoso,
Del dulce verte, el duro conocerte.

La vana fantasia y confianza
En desesperación se torna luego
Que el seso reconoce la ocasion.

Donde vence el remedio la pasion
Sobrado ver es luz que torna ciego,
Y confiado vivir sin esperanza.



Duque de Ribas

Cual suele en la floresta deliciosa

-- de Duque de Ribas --

Cual suele en la floresta deliciosa
tras la cándida rosa y azucena,
y entre la verde grana y la verbena
esconderse la sierpe ponzoñosa;

así en los labios de mi ninfa hermosa,
y en los encantos de mi faz serena
amor se esconde con la aljaba llena,
más que de fechas, de crueldad penosa.

Contemplando del prado la frescura
párase el caminante, y siente luego
de la sierpe la negra mordedura:

yo contemplé a mi ninfa, y loco y ciego
quedé al ver de su rostro la hermosura,
y sentí del amor el vivo fuego.



Enrique Lihn

álbum

-- de Enrique Lihn --

La claridad del día ya no es más
que el parpadeo de un ciego que se orienta por el sol
que el encuentro de la memoria y el álbum de la familia.
Nos orientamos hacia una falsa claridad memoriosa
y el sol de este verano es una cosa de ciegos,
pero el sueño lo sabe: estaríamos allí
si el último día no fuera sólo un día entreotros.



Octavio Paz

monólogo

-- de Octavio Paz --

Monólogo
bajo las rotas columnas,
entre la nada y el sueño,
cruzan mis horas insomnes
las sílabas de tu nombre.
Tu largo pelo rojizo,
relámpago del verano,
vibra con dulce violencia
en la espalda de la noche.
Corriente oscura del sueño
que mana entre las rüinas
y te construye de nada:
amargas trenzas, olvido,
húmeda costa nocturna
donde se tiende y golpea
un mar sonámbulo, ciego.



Octavio Paz

la cara y el viento

-- de Octavio Paz --

Bajo un sol inflexible
llanos ocres, colinas leonadas.
Trepé por un breñal una cuesta de cabras
hacia un lugar de escombros:
pilastras desgajadas, dioses decapitados.
A veces, centelleos subrepticios:
una culebra, alguna lagartija.
Agazapados en las piedras,
color de tinta ponzoñosa,
pueblos de bichos quebradizos.
Un patio circular, un muro hendido.
Agarrada a la tierra nudo ciego,
árbol todo raíces la higuera religiosa.
Lluvia de luz. Un bulto gris: el buda.
Una masa borrosa sus facciones,
por las escarpaduras de su cara
subían y bajaban las hormigas.
Intacta todavía,
todavía sonrisa, la sonrisa:
golfo de claridad pacífica.
Y fui por un instante diáfano
viento que se detiene,
gira sobre sí mismo y se disipa.



Pablo Neruda

la pródiga

-- de Pablo Neruda --

Yo te escogí entre todas las mujeres
para que repitieras
sobre la tierra
mi corazón que baila con espigas
o lucha sin cuartel cuando hace falta.
Yo te pregunto, dónde está mi hijo?
no me esperaba en ti, reconociéndome,
y diciéndome: «llámame para salir sobre la tierra
a continuar tus luchas y tus cantos»?
devuélveme a mi hijo!
lo has olvidado en las puertas
del placer, oh pródiga
enemiga,
has olvidado que viniste a esta cita,
la más profunda, aquella
en que los dos, unidos, seguiremos hablando
por tu boca, amor mío,
ay todo aquello
que no alcanzamos a decirnos?
cuando yo te levanto en una ola
de fuego y sangre, y se duplica
la vida entre nosotros,
acuérdate
que alguien nos llama
como nadie jamás nos ha llamado,
y que no respondemos
y nos quedamos solos y cobardes
ante la vida que negamos.
Pródiga,
abre las puertas,
y que en tu corazón
el nudo ciego
se desenlace y vuele
con tu sangre y la mía
por el mundo!



Pablo Neruda

si he muerto y no me he dado cuenta

-- de Pablo Neruda --

Si he muerto y no me he dado cuenta
a quién le pregunto la hora?
de dónde saca tantas hojas
la primavera de francia?
dónde puede vivir un ciego
a quien persiguen las abejas?
si se termina el amarillo
con qué vamos a hacer el pan?



Pablo Neruda

el insecto

-- de Pablo Neruda --

De tus caderas a tus pies
quiero hacer un largo viaje.
Soy más pequeño que un insecto.
Voy por estas colinas,
son de color de avena,
tienen delgadas huellas
que sólo yo conozco,
centímetros quemados,
pálidas perspectivas.
Aquí hay una montaña.
No saldré nunca de ella.
Oh qué musgo gigante!
y un cráter, una rosa
de fuego humedecido!
por tus piernas desciendo
hilando una espiral
o durmiendo en el viaje
y llego a tus rodillas
de redonda dureza
como a las cimas duras
de un claro continente.
Hacia tus pies resbalo,
a las ocho aberturas
de tus dedos agudos,
lentos, peninsulares,
y de ellos al vacío
de la sábana blanca
caigo buscando ciego
y hambriento tu contorno
de vasija quemante!



Pablo Neruda

la muerta

-- de Pablo Neruda --

Si de pronto no existes,
si de pronto no vives,
yo seguiré viviendo.
No me atrevo,
no me atrevo a escribirlo,
si te mueres.
Yo seguiré viviendo.
Porque donde no tiene voz un hombre
allí, mi voz.
Donde los negros sean apaleados,
yo no puedo estar muerto.
Cuando entren en la cárcel mis hermanos
entraré yo con ellos.
Cuando la victoria,
no mi victoria,
sino la gran victoria
llegue,
aunque esté mudo debo hablar:
yo la veré llegar aunque esté ciego.
No, perdóname.
Si tú no vives,
si tú, querida, amor mío,
si tú
te has muerto,
todas las hojas caerán en mi pecho,
lloverá sobre mi alma noche y día,
la nieve quemará mi corazón,
andaré con frío y fuego y muerte y nieve,
mis pies querrán marchar hacia donde tú duermes,
pero
seguiré vivo,
porque tú me quisiste sobre todas las cosas
indomable,
y, amor, porque tú sabes que soy no sólo un hombre
sino todos los hombres.



Pablo Neruda

sistema sombrío

-- de Pablo Neruda --

De cada uno de estos días negros como viejos hierros,
y abiertos por el sol como grandes bueyes rojos,
y apenas sostenidos por el aire y por los sueños,
y desaparecidos irremediablemente y de pronto,
nada ha substituido mis perturbados orígenes,
y las desiguales medidas que circulan en mi corazón
allí se fraguan de día y de noche, solitariamente,
y abarcan desordenadas y tristes cantidades.
Así, pues, como un vigía tornado insensible y ciego,
incrédulo y condenado a un doloroso acecho,
frente a la pared en que cada día del tiempo se une,
mis rostros diferentes se arriman y encadenan
como grandes flores pálidas y pesadas
tenazmente substituidas y difuntas.



Pablo Neruda

soneto lxvi cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

No te quiero sino porque te quiero
y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te espero
pasa mi corazón del frío al fuego.
Te quiero sólo porque a ti te quiero,
te odio sin fin, y odiándote te ruego,
y la medida de mi amor viajero
es no verte y amarte como un ciego.
Tal vez consumirá la luz de enero,
su rayo cruel, mi corazón entero,
robándome la llave del sosiego.
En esta historia sólo yo me muero
y moriré de amor porque te quiero,
porque te quiero, amor, a sangre y fuego.



Pedro Bonifacio Palacios

Letanías a Jesús

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

I

Jesús de Galilea
para mí no eres Dios,
eres sólo una idea
de la que marcho en pos.

II

No me humillo ni ruego
a tus plantas Jesús,
llego a ti como un ciego
que va en busca de luz.

III

Jesucristo eres nuestro
más grande innovador,
Profeta ¡no! Maestro
de piedad y de amor.

IV

No le niegues al mundo
la gloria de tu ser,
que en su vientre fecundo
te engendró una mujer.

V

Pastor de la gleba,
sabio teorizador,
de la turba que lleva
el signo del dolor.

VI

¡Oh, si fuera divino
el destello de tu luz
que alumbró tu camino!
¿Qué valdría tu cruz?

VII

Tu doctrina redime,
de ella vamos en pos,
como hombre eres sublime,
¡Pequeño como Dios!



Pedro Calderón de la Barca

Laura

-- de Pedro Calderón de la Barca --

¿Qué género de ardor es el que llego
hoy a sentir, que más parece encanto,
pues luciendo tampoco abrasa tanto
y abrasando tan mudo, arde tan ciego?

¿Qué género de llanto es sin sosiego
éste, que a tanto incendio no da espanto,
pues al fuego apagar no puede el llanto,
ni al llanto puede consumir el fuego?

Donde materia no hay, no se da llama.
Mas ¡ay! que sin materia en el abismo
una y otra aprensión es quien la inflama.

Luego cierto será este silogismo:
si fuego de aprensión tiene quien ama,
amor y infierno todo es uno mismo.



Pedro Miguel Obligado

¿para qué

-- de Pedro Miguel Obligado --

¿para qué este deseo de una afecto profundo,
y este afán de ser noble, y esta lucha por ser;
si sólo viviremos un instante en el mundo,
y la vida que aisla, no nos deja querer?

¿para qué transformar el gemido en un canto,
y aprender en las penas, a dar nuestros consuelos;
si todos van huyendo, sordos por desencanto;
y el hombre perseguido tiene horror de los cielos?

¿para qué la bondad que provoca el abuso,
cual los mimos que vuelven más caprichoso al niño;
si aceptarán apenas, o le darán mal uso,
al corazón que se hace pesado de cariño?

el esfuerzo destroza las alas del anhelo,
y el bien con que soñamos, es un ciego derroche.
¡Todas las flores no hacen jardín de este suelo,
y todas las estrellas no pueden con la noche!...

Y ¿par qué alma mía, vas a seguir tu empeño?
el camino se pierde: no se oye, no se ve
mejor es descansar en el lago del sueño:
¿para qué?... ¿Para qué?...



Pedro Soto de Rojas

Desprecio

-- de Pedro Soto de Rojas --

La negra noche con su sombra fría
amparaba el honor de las estrellas,
cuando aquel sol que engendra mis querellas
con rayos de su luz las encendía.

Callando, pareció que les decía:
«Ya de mi fuego en esta edad centellas
no alumbraréis, que entre mis luces bellas
puso el Autor al mundo nuevo día».

Vuelta después a mí, con voz ardiente,
sin templar la virtud de tanta brasa,
me dijo: «Vete en paz, amante ciego».

Dejóme herido el corazón doliente
entre llamas secretas, do se abrasa,
y fuime en paz. ¿Qué paz? A sangre y fuego.



Rafael María Baralt

Imprecación al sol

-- de Rafael María Baralt --

¡Rey de los astros, eternal lumbrera,
del vasto mundo, fecundante llama
que al hombre, al bruto, al vegetal inflama,
y luz, vida, y amor vierte do quiera!

Por ti se rige la anchurosa esfera;
el jilguero feliz trina en su rama;
brilla el rocío, y su caudal derrama,
de flores coronada, primavera.

¿Por qué, cual barro vil, inerte y ciego,
al malvado y al justo igual concedes
tus rayos de oro, tu esplendor, tu fuego?

¡Oh! La luz celestial, al bien propicia,
si severa castiga, da mercedes;
pues Dios no es la Igualdad: es la Justicia.



José Ángel Buesa

acuérdate de mí

-- de José Ángel Buesa --

Cuando vengan las sombras del olvido
a borrar de mi alma el sentimiento,
no dejes, por dios, borrar el nido
donde siempre durmió mi pensamiento.
Si sabes que mi amor jamás olvida
que no puedo vivir lejos de ti
dime que en el sendero de la vida
alguna vez te acordarás de mí.
Cuando al pasar inclines la cabeza
y yo no pueda recoger tu llanto,
en esa soledad de la tristeza
te acordarás de aquel que te amó tanto.
No podrás olvidar que te he adorado
con ciego y delirante frenesí
y en las confusas sombras del pasado,
luz de mis ojos, te acordarás de mí.
El tiempo corre con denso vuelo
ya se va adelantando entre los dos
no me olvides jamás. ¡Dame un recuerdo!
y no me digas para siempre adiós.



José Ángel Buesa

con la simple palabra

-- de José Ángel Buesa --

Con la simple palabra de hablar todos los días,
que es tan noble que nunca llegará a ser vulgar,
voy diciendo estas cosas que casi no son mías,
así como las playas casi no son mar.
Con la simple palabra con que se cuenta un cuento,
que es la vejez eterna de la eterna niñez,
la ilusión, como un árbol que se deshoja al viento,
muere con la esperanza de nacer otra vez.
Con simple palabra te ofrezco lo que ofreces,
amor que apenas llegas cuando te has ido ya:
quien perfuma una rosa se equivoca dos veces,
pues la rosa se seca y el perfume se va.
Con la simple palabra que arde en su propio fuego,
siento que en mí es orgullo lo que en otro es desdén:
las estrellas no existen en las noches del ciego,
pero, aunque él no lo sepa, lo iluminan también.
Y así, como un arroyo que se convierte en río,
y que en cada cascada se purifica más,
voy cantando este canto tan ajeno y tan mío,
con la simple palabra que no muere jamás.



José Ángel Buesa

soneto (de luis de camões)

-- de José Ángel Buesa --

Entre el ramaje en flor del limonero
está un ave dulcísima escondida,
rimando un blando verso sin medida
que fluye de su pico lastimero.
Pero un cruel cazador, desde el sendero,
eleva su ballesta distendida,
y el ave cae, mortalmente herida,
ensartada en el dardo traicionero.
Así, mi corazón, que libre andaba,
se sintió, donde menos lo esperaba
y donde menos lo temía, herido;
que el ciego cazador por mí temido,
para tomarme por sorpresa, estaba
en vuestros claros ojos escondido.



Juan Bautista Arriaza

La guarida del amor

-- de Juan Bautista Arriaza --

Amor, como se vio desnudo y ciego,
pasando entre las gentes mil sonrojos,
pensó en buscar unos hermosos ojos
donde vivir oculto y con sosiego.

¡Ay, Silvia!, vio los tuyos, vio aquel fuego
que rinde a tu beldad tantos despojos,
y hallando satisfechos sus antojos
en ellos parte a refugiarse, luego.

¡Qué extraño ver a tantos corazones
rendir, bien mío, los soberbios cuellos
y el yugo recibir que tú le pones!

Si a más de que esos ojos son tan bellos
está todo el amor con sus traiciones
haciéndonos la guerra dentro de ellos.



Juan Boscán

Gran tiempo fui de males tan dañado

-- de Juan Boscán --

Gran tiempo fui de males tan dañado,
por el dañado amor que en mí reinaba,
que a sanos y a dolientes espantaba
la vista de un doliente tan llagado.

Conveníame andar siempre apartado,
según de mí la gente se apartaba,
y aquello en que más yo me reposaba
era hartarme de ser desdichado.

Vime sano después en un momento,
y vueltos en placer los males míos;
miraban todos esta salud mía

con un maravillado sentimiento,
como al ciego miraron los judíos
espantados de velle como vía.



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