Buscar Poemas con Atroz


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Se han encontrado 35 poemas con la palabra atroz

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Jorge Luis Borges

el hambre

-- de Jorge Luis Borges --

Madre antigua y atroz de la incestuosa guerra,
borrado sea tu nombre de la faz de la tierra.
Tú que arrojaste al círculo del horizonte abierto
la alta proa del viking, las lanzas del desierto.
En la torre del hambre de ugolino de pisa
tienes tu monumento y en la estrofa concisa
que nos deja entrever (sólo entrever) los días
últimos y en la sombra que cae las agonías.
Tú que de sus pinares haces que surja el lobo
y que guiaste la mano de jean valjean al robo.
Una de tus imágenes es aquel silencioso
dios que devora el orbe sin ira y sin reposo,
el tiempo. Hay otra diosa de tiniebla y de osambre;
su lecho es la vigilia y su pan es el hambre.
Tú que a chatterton diste la muerte en la bohardilla
entre los falsos códices y la luna amarilla.
Tú que entre el nacimiento del hombre y su agonía
pides en la oración el pan de cada día.
Tú cuya lenta espada roe generaciones
y sobre los testuces lanzas a los leones.
Madre antigua y atroz de la incestuosa guerra,
borrado sea tu nombre de la faz de la tierra.

Poema el hambre de Jorge Luis Borges con fondo de libro

Amado Nervo

buscando

-- de Amado Nervo --

Entre el dudoso cortejo
de sombras, peregrinando
voy una sombra buscando.
En el místico reflejo
de la noche constelada
quiero hallar una mirada.
Asir anhela mi oído
una voz que se ha extingido
entre los ecos lejanos.
Al pasar por un jardín
finge el roce de un jazmín
la caricia de sus manos.
¡Oh sombra, mirada, voz,
manos!; el vórtice atroz
de la eternidad callada
os sorbió. ¡Triste de mí,
que no tengo nada, nada;
que ya todo lo perdí!

Poema buscando de Amado Nervo con fondo de libro

Leandro Fernández de Moratín

soneto. la noche de montiel

-- de Leandro Fernández de Moratín --

¿adónde adónde está, dice el infante,
ese feroz tirano de castilla?
pedro al verle, desnuda la cuchilla,
y se presenta a su rival delante.
Cierra con él, y en lucha vacilante
le postra, y pone al pecho la rodilla
beltrán (aunque sus glorias amancilla)
trueca a los hados el temido instante.
Herido el rey por la fraterna mano,
joven espira con horrenda muerte,
y el trono y los rencores abandona.
No aguarde premios en el mundo vano
la inocente virtud; si da la suerte
por un delito atroz, una corona.

Poema soneto. la noche de montiel de Leandro Fernández de Moratín con fondo de libro

Leandro Fernández de Moratín

La noche de Montiel

-- de Leandro Fernández de Moratín --

¿Adónde, adónde está, dice el Infante
ese feroz tirano de Castilla?
Pedro al verle, desnuda la cuchilla,
y se presenta a su rival delante.

Cierra con él, y en lucha vacilante
le postra, y pone al pecho la rodilla:
Beltrán (aunque sus glorias amancilla)
trueca a los hados del temido instante.

Herido el rey por la fraterna mano,
joven expira con horrenda muerte,
y el trono y los rencores abandona.

No aguardes premios en el Mundo vano
la inocente virtud; si das la suerte
por un delito atroz, una corona.



Góngora

Con diferencia tal, con gracia tanta

-- de Góngora --

Con diferencia tal, con gracia tanta
aquel ruiseñor llora, que sospecho
que tiene otros cien mil dentro del pecho
que alternan su dolor por su garganta;

y aun creo que el espíritu levanta
—como en información de su derecho—
a escribir del cuñado el atroz hecho
en las hojas de aquella verde planta.

Ponga, pues, fin a las querellas que usa
pues ni quejarse ni mudar estanza
por pico ni por pluma se le veda,

y llore solo aquel que su Medusa
en piedra convirtió, por que no pueda
ni publicar su mal ni hacer mudanza.



Manuel del Palacio

El enano de la venta

-- de Manuel del Palacio --

No sé si fué en Carmona ó en Utrera
Donde hubo un fantasmón tan arrogante,
Que en cuerpo enano y en la voz gigante
Susto y terror de los contornos era.

Encaramado siempre en la escalera
Sin mostrar otra cosa que el semblante,
No paraba en la Venta un caminante
Que de su furia atroz blanco no fuera.

Si alguno á sus insultos replicaba,
— ¡Ay, si bajo! con áspero rugido
Entre el silencio universal gritaba.

Mas le oyó un calesero muy perdido,
Y como el pobre diablo no bajaba,
Subió por él.... Y asunto concluido.



Jorge Luis Borges

césar

-- de Jorge Luis Borges --

Aquí, lo que dejaron los puñales.
Aquí esa pobre cosa, un hombre muerto
que se llamaba césar. Le han abierto
cráteres en la carne de los metales.
Aquí la atroz, aquí la detenida
máquina usada ayer para la gloria,
para escribir y ejecutar la historia
y para el goce pleno de la vida.
Aquí también el otro, aquel prudente
emperador que declinó laureles,
que comandó batallas y bajeles
y que rigió el oriente y el poniente.
Aquí también el otro, el venidero
cuya gran sombra será el orbe entero.



Jorge Luis Borges

a una espada en york minster

-- de Jorge Luis Borges --

En su hierro perdura el hombre fuerte,
hoy polvo de planeta, que en las guerras
de ásperos mares y arrasadas tierras
lo esgrimió, vano al fin, contra la muerte.
Vana también la muerte. Aquí está el hombre
blanco y feral que de noruega vino,
urgido por el épico destino;
su espada es hoy su símbolo y su nombre.
Pese a la larga muerte y su destierro,
la mano atroz sigue oprimiendo el hierro
y soy sombra en la sombra ante el guerrero
cuya sombra está aquí. Soy un instante
y el instante ceniza, no diamante,
y sólo lo pasado es verdadero.



Jorge Luis Borges

una mañana de 1649

-- de Jorge Luis Borges --

Carlos avanza entre su pueblo. Mira
a la izquierda y a la derecha. Ha rechazado
los brazos de la escolta. Liberado
de la necesidad de la mentira,
sabe que hoy va a la muerte, no al olvido,
y que es un rey. La ejecución lo espera;
la mañana es atroz y verdadera.
No hay temor en su carne. Siempre ha sido,
a fuer de buen tahúr, indiferente.
Ha apurado la vida hasta las heces;
ahora está solo entre la armada gente.
No lo infama el patíbulo. Los jueces
no son el juez. Saluda levemente
y sonríe. Lo ha hecho tantas veces.



Jorge Luis Borges

en memoria de angélica

-- de Jorge Luis Borges --

¡cuántas posibles vidas se habrán ido
en esta pobre y diminuta muerte,
cuántas posibles vidas que la suerte
daría a la memoria o al olvido!
cuando yo muera morirá un pasado;
con esta flor un porvenir ha muerto
en las aguas que ignoran, un abierto
porvenir por los astros arrasado.
Yo, como ella, muero de infinitos
destinos que el azar no me depara;
busca mi sombra los gastados mitos
de una patria que siempre dio la cara.
Un breve mármol cuida su memoria;
sobre nosotros crece, atroz, la historia.



César Vallejo

Trilce: LXIX

-- de César Vallejo --

Qué nos buscas, oh mar, con tus volúmenes
docentes! Qué inconsolable, qué atroz
estás en la febril solana.

Con tus azadones saltas,
con tus hojas saltas,
hachando, hachando en loco sésamo,
mientras tornan llorando las olas, después
de descalcar los cuatro vientos
y todos los recuerdos, en labiados plateles
de tungsteno, contractos de colmillos
y estáticas eles quelonias.

Filosofía de alas negras que vibran
al medroso temblor de los hombros del día.

El mar, y una edición en pie,
en su única hoja el anverso
de cara al reverso.



César Vallejo

qué nos buscas, oh mar, con tus volúmenes

-- de César Vallejo --

lxix
qué nos buscas, oh mar, con tus volúmenes
docentes! qué inconsolable, qué atroz
estás en la febril solana.
Con tus azadones saltas,
con tus hojas saltas,
hachando, hachando en loco sésamo,
mientras tornan llorando las olas, después
de descalcar los cuatro vientos
y todos los recuerdos, en labiados plateles
de tungsteno, contractos de colmillos
y estáticas eles quelonias.
Filosofía de alas negras que vibran
al medroso temblor de los hombros del día.
El mar, y una edición en pie,
en su única hoja el anverso
de cara al reverso.



César Vallejo

¿y bien ¿te sana el metaloide pálido

-- de César Vallejo --

¿y bien? ¿te sana el metaloide pálido?
¿los metaloides incendiarios, cívicos,
inclinados al río atroz del polvo?
esclavo, es ya la hora circular
en que en las dos aurículas se forman
anillos guturales, corredizos, cuaternarios.
Señor esclavo, en la mañana mágica
se ve, por fin,
el busto de tu trémulo ronquido,
vense tus sufrimientos a caballo,
pasa el órgano bueno, el de tres asas,
hojeo, mes por mes, tu monocorde cabellera,
tu suegra llora
haciendo huesecillos de sus dedos,
se inclina tu alma con pasión a verte
y tu sien, un momento, marca el paso.
Y la gallina pone su infinito, uno por uno;
sale la tierra hermosa de las humeantes sílabas,
te retratas de pie junto a tu hermano,
truena el color oscuro bajo el lecho
y corren y entrechócanse los pulpos.
Señor esclavo ¿y bien?
¿los metaloides obran en tu angustia?



César Vallejo

oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas...

-- de César Vallejo --

Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas...
De memoria, gravísimo cetáceo;
oye a la túnica en que estás dormido,
oye a tu desnudez, dueña del sueño.
Relátate agarrándote
de la cola del fuego y a los cuernos
en que acaba la crin su atroz carrera;
rómpete, pero en círculos;
fórmate, pero en columnas combas;
descríbete atmosférico, ser de humo,
a paso redoblado de esqueleto.
¿La muerte? ¡opónle todo su vestido!
¿la vida? ¡opónle parte de tu muerte!
bestia dichosa, piensa;
dios desgraciado, quítate la frente.
Luego, hablaremos.



Pablo Neruda

soneto lxxiii cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxxiii
recordarás tal vez aquel hombre afilado
que de la oscuridad salió como un cuchillo
y antes de que supiéramos, sabía:
vio el humo y decidió que venía del fuego.
La pálida mujer de cabellera negra
surgió como un pescado del abismo
y entre los dos alzaron en contra del amor
una máquina armada de dientes numerosos.
Hombre y mujer talaron montañas y jardines,
bajaron a los ríos, treparon por los muros,
subieron por los montes su atroz artillería.
El amor supo entonces que se llamaba amor.
Y cuando levanté mis ojos a tu nombre
tu corazón de pronto dispuso mi camino.



José Tomás de Cuellar

Sin verte

-- de José Tomás de Cuellar --

HUNDIDO en el ocaso
El sol tras de los montes;
No ver sinó tinieblas
Y negros horizontes;
No oír del ave amante
Los tímidos murmullos,
Ni notas, ni armonías,
Ni plácidos arrullos.
Sinó ansias, tedio, enojos,
En malestar atroz,
Eso es no ver tus ojos.
Eso es no oír tu voz.



Juan Cruz Varela

A don Martín Rodríguez

-- de Juan Cruz Varela --

No fue ilusoria, no, nuestra esperanza
cuando creímos, Rodríguez, que algún día,
de tu mano a la patria le vendría
la gloria, el honor y la alabanza.

Tú has roto, sí, la poderosa lanza
que la atroz Discordia embrazado había;
y tú de la ominosa, bárbara anarquía
alcanzaste la más feliz venganza.

De la paz augusta el símbolo sagrado,
la oliva y el laurel de la victoria,
tu prudencia y esfuerzo se han ganado.

Tu nombre en los anales de la historia
celebrado será; y en nuestros pechos
graba la gratitud tus nobles hechos.



Gabriela Mistral

el amor que calla

-- de Gabriela Mistral --

Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y seguro;
pero te amo y mi amor no se confía
a este hablar de los hombres, tan oscuro.
Tú lo quisieras vuelto en alarido,
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho.
Estoy lo mismo que estanque colmado
y te parezco un surtidor inerte.
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que el entrar en la muerte!



Gaspar María de Nava Álvarez

A un oficial en campaña

-- de Gaspar María de Nava Álvarez --

Entrégate al reposo ya en buen hora,
que cesaron del burro los roznidos,
y en dulce paz descansan tus oídos
de su música atroz altisonora.

Vendrá riendo la fragante Aurora,
los montes se verán del Sol heridos
y mostrarán tus miembros aún dormidos
que el placer tras la pena se mejora.

Juzguen otros feliz al que, cercado
de pompa, eleva su orgullosa frente
sobre un pueblo a sus plantas humillado,

o al que apura de Amor la copa ardiente,
que yo te juzgo a ti, pues has logrado
librarte de un borrico impertinente.



Vicente Huidobro

La poesía es un atentado celeste

-- de Vicente Huidobro --

Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando en viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que han esperado muchos años

Se cansaron de esperarme y se sentaron

Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco el atroz equívoco

Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas

Me estoy haciendo árbol
Cuántas veces me he ido convirtiendo en otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura

Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay que guardar silencio Esperar en silencio.



Manuel María de Arjona

Triste cosa es gemir entre cadenas

-- de Manuel María de Arjona --

Triste cosa es gemir entre cadenas,
sufriendo a un dueño bárbaro y tirano,
triste cosa surcar el océano
cuando quebranta mástiles y antenas;

triste el pisar las líbicas arenas,
y el patrio nido recordar lejano,
y aún es más triste suspirar en vano
sembrando el aire de perdidas penas.

Mas ni dura prisión ni ola espantosa,
ni destierro en el Niger encendido,
ni sin fin esperanza fatigosa,

es, ¡oh cielos!, el mal de mi temido;
la pena más atroz, más horrorosa,
es de veras amar sin ser creído.



Mariano Melgar

Yaraví IX

-- de Mariano Melgar --

¿Con que al fin habeis tomado
La fatal resolucion
De abandonarme?
¿Al rigor de tus crueldades
Al tormento más atroz
Quieres matarme?

Habeis, pues, firmado al fin
La sentencia de mi muerte,
Dueño tirano;
Y yo tendré que beber
El veneno que tus manos
Me han preparado!

Venga el tósigo fatal
Y acabe con mi existencia
Tan miserable
Has logrado ya tu intento,
Pues me ves yerto cadáver,
Y sin aliento.

Cubre, pues, mi amante cuerpo
Con la gala que le es propia
Á aquel que ha muerto;
Pero, cruel, téme á mi sombra
Que con voz horrenda y triste
Siempre te nombra.



Mario Benedetti

ahora en cambio

-- de Mario Benedetti --

Hubiera entregado el dios que no poseo,
hubiera aprendido tres o cuatro signos,
y así desalentado,
así fiel, ceniciento,
invariable como un recuerdo atroz,
me hubiera respondido,
me hubiera transformado en ademanes
me hubiera convencido como todos,
refugiado en el hambre universal,
salvado para siempre y para nada.
Ahora en cambio estoy un poco solo,
de veras un poco solo y solo.
Mi tristeza es un vaso de oraciones
que se derraman sobre el césped
y desde el césped nace dios
y está también un poco solo,
de veras un poco solo y solo.
Mas yo le ayudo a conocer las aves
y en toda su extensión la herejía vegetal,
los corazones de sus alegres huérfanos,
la tierra que es la palma de su mano.



Miguel Unamuno

a mi buitre I

-- de Miguel Unamuno --

Este buitre voraz de ceño torvo
que me devora las entrañas fiero
y es mi único constante compañero
labra mis penas con su pico corvo.
El día en que le toque el postrer sorbo
apurar de mi negra sangre, quiero
que me dejéis con él solo y señero
un momento, sin nadie como estorbo.
Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía
mientras él mi último despojo traga,
sorprender en sus ojos la sombría
mirada al ver la suerte que le amaga
sin esta presa en que satisfacía
el hambre atroz que nunca se le apaga.



Juan Pedro López

Quemá esas cartas

-- de Juan Pedro López --

Quemá esas cartas donde yo he grabado
Sólo y enfermo, mi desgracia atroz
Que nadie sepa que te quise tanto,
Que nadie sepa solamente Dios.

Quémalas pronto y que el mundo ignore
la inmensa pena que sufriendo está
un hombre joven que mató el engaño
un hombre bueno que muriendo va.

Te amaba tanto, que a mi santa madre
casi la olvido por pensar en tí
y mira ingrata como terminaron
todos los sueños que vivían en mí.

Yo ya no espero que tu amor retorne
al dulce nido donde ayer nació;
yo ya no creo que tu blanca mano
cierre la llaga que en mi pecho abrió.

Y te perdono... Porque aquel que quiso
nunca maldice lo que ayer besó;
gime y se arrastra sin tomar venganza
muere... En silencio... Como muero yo.

Más cuando en brazos de otro ser dichoso
caigas rendida de placer y amor
recuerda al menos que has dejado trunca
una existencia que mató el dolor.



Julio Herrera Reissig

amor sádico

-- de Julio Herrera Reissig --

Ya no te amaba, sin dejar por eso
de amar la sombra de tu amor distante.
Ya no te amaba, y sin embargo el beso
de la repulsa nos unió un instante...

Agrio placer y bárbaro embeleso
crispó mi faz, me demudó el semblante.
Ya no te amaba, y me turbé, no obstante,
como una virgen en un bosque espeso.

Y ya perdida para siempre, al verte
anochecer en el eterno luto,
-mudo el amor, el corazón inerte-,

huraño, atroz, inexorable, hirsuto...
¡Jamás viví como en aquella muerte,
nunca te amé como en aquel minuto!



José Cadalso

sobre el anhelo con que cada uno trabaja para lograr su objeto

-- de José Cadalso --

El héroe joven en la atroz milicia;
supúltase en el mar por su avaricia
el necio, que engañaron mar y viento.
Hace prisión su lúgrube aposento
el sabio por saber; y por codicia
el que al duro metal de la malicia
fio su corazón y su contento.
Por su cosecha sufre el sol ardiente
el labrador, y pasa noche y día
el cazador de su familia ausente.
Yo también llevaré con alegría
cuantos sustos el orbe me presente,
sólo por agradarte, filis mía.



José Cadalso

oda sáfico adónica. a la nave en que se embarcó ortelio en bilbao para inglaterra

-- de José Cadalso --

A la nave en que se embarcó ortelio en bilbao para inglaterra
ya deja ortelio la paterna casa,
ya le recibes, navecilla humilde,
ya queda lejos la jamás domada
cántabra gente.
Nave que llevas tan amable vida,
céfiro grato llévete sereno,
hasta que pongas a la amiga costa
áncora firme.
Alce neptuno el húmido tridente,
abra las ondas para darte paso,
salgan en coros ninfas y tritones
para guiarte.
Ni toques costa, ni movible arena,
ni sople hinchado contra tu velamen,
gúmena y jarcia, desde el alto polo
hórrido norte.
Las naves altas de cañón tremendo,
con la bandera del amado carlos,
no te abandonen al atroz pirata
que áfrica cría.
Ni temas golpes de la suerte aleve.
Yo pido al cielo para ti bonanza,
y al que le ruega por su dulce amigo,
júpiter oye.



José Cadalso

Sobre el anhelo

-- de José Cadalso --

Pierde tras el laurel su noble aliento
el héroe joven en la atroz milicia;
sepúltase en el mar por su avaricia
el necio, que engañaron mar y viento.

Hace prisión su lúgubre aposento
el sabio, por saber, y por codicia
el que al duro metal de la malicia
fio su corazón y su contento.

Por su cosecha sufre el sol ardiente
el labrador, y pasa noche y día
el cazador de su familia ausente.

Yo también llevaré con alegría
cuantos sustos el orbe me presente,
sólo por agradarte, Filis mía.



José Joaquín de Mora

Imitación de Lord Byron

-- de José Joaquín de Mora --

Luzbel creyó que el orbe de la tierra
su personal esmero requería;
sube y observa la demencia impía
que arma a los hombres en nefanda guerra.

Sangre a ríos inunda valle y sierra;
roba el cañón la claridad del día;
muere en los brazos de la madre pía
la prenda cara que su dicha encierra.

Y en tan atroz desorden y locura,
al homicida, al robador exalta
gloria falaz, con alabanza impura.

Luzbel de un brinco al horno averno salta;
«nuestra victoria (dice) está segura;
arriba, por ahora, no hago falta».



José Joaquín de Olmedo

Canción II

-- de José Joaquín de Olmedo --

Divino encanto,
si acaso mi llanto
mueve tu atención,
cesa en el empeño
de herir con tu ceño
al que te hizo dueño
de su corazón.

Y si te ofendo,
ingrata, diciendo
mi dolencia atroz,
moriré fino,
pues ya me convino
el dulce destino
de morir por vos.

Nada dijera
si callar pudiera
tan grave dolor.
Mas nadie sabe
que siendo tan grave
en mí ya no cabe
todo su rigor.

¡Ay!, bella ingrata,
si tu rigor trata
de abatir mi amor,
mi pecho amante
morirá al instante
con una constante
desesperación.

Y si no dejas
que quepa en mis quejas
todo tu rigor,
ingrata bella,
con dura querella,
maldigo la estrella
que a ti me rindió.



Clemente Althaus

Noticias de la patria

-- de Clemente Althaus --

Es dulce a quien habita tierra ajena
nuevas sabe su país nativo,
que engaña de la ausencia la gran pena;
mas yo, que ausente de mi patria vivo,
consuelo ni alegría sentir suelo
con lo que a todos es grato y festivo.
Antes me oprime grave desconsuelo;
llanto vierten los ojos, hechos fuente,
y me lamento al poderoso cielo.
Pero ¿cómo alegrarme? ¿cómo ardiente
no derramar inconsolable lloro?
Si es fuerza siempre que la fama cuente
que el dulce patrio suelo a quien adoro,
y de quien sus miradas Dios aparta,
hijos pierde, virtud, honra y tesoro;
sin que jamás un punto de él se parta
la atroz Discordia, como siempre ayuna,
nunca de presas y de estragos harta.
Tal vez, por excusar tan importuna
pena, estar anhelé do no pudiera
de mi patria saber nueva ninguna.
¡Dichoso el hombre que la luz primera
ver alcanzó de la bondad divina
en tierra que en sosiego y paz prospera,
ni a sí propia se labra la rüina!



Ramón de Campoamor

La vida humana

-- de Ramón de Campoamor --

Velas de amor en golfos de ternura
vuela mi pobre corazón al viento
y encuentra, en lo que alcanza, su tormento,
y espera, en lo que no halla, su ventura,

viviendo en esta humana sepultura
engañar el pesar es mi contento,
y este cilicio atroz del pensamiento
no halla un linde entre el genio y la locura.

¡Ay! en la vida ruin que al loco embarga,
y que al cuerdo infeliz de horror consterna,
dulce en el nombre, en realidad amarga,

sólo el dolor con el dolor alterna,
y si al contarla a días es muy larga,
midiéndola por horas es eterna.



Ramón de Campoamor

El gran festín

-- de Ramón de Campoamor --

De un junco desprendido a una corriente
un gusano cayó,
y una trucha, saltando de repente,
voraz se lo tragó.
Un martín-pescador cogió a la trucha
con carnívoro afán;
y al pájaro después, tras fiera lucha,
lo apresó un gavilán.
Vengando esta cruel carnicería,
un diestro cazador
dio un tiro al gavilán que se comía
al martín-pescador.
Pero,¡ay!, al cazador desventurado
que al gavilán hirió,
por cazar sin licencia y en vedado,
un guarda le mató.
A otros nuevos gusanos dará vida
del muerto la hediondez,
para volver, la rueda concluida,
a empezar otra vez.
¿Y el amor? ¿Y la dicha? Los nacidos
¿no han de tener más fin
que el de ser comedores y comidos
del Universo en el atroz festín?...



Roberto Juarroz

hay corazones sin dueño

-- de Roberto Juarroz --

Hay corazones sin dueño,
que no tuvieron nunca la oportunidad
de regir como un péndulo casi atroz
el laborioso espasmo de la carne.
Hay corazones de repuesto,
que esperan sabiamente
o por quién sabe qué mandato
el momento de asumir su locura.
Hay corazones sobrantes,
que se descuelgan como puños de contrabando
desde la permanente anomalía
de ser un corazón.
Y hay también un corazón perdido,
una campana de silencio,
que nadie sin embargo ha encontrado
entre todas las cosas perdidas de la tierra.
Pero todo corazón es un testigo
y una segura prueba
de que la vida es una escala inadecuada
para trazar el mapa de la vida.



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Ariiba