Ejemplos con zalamería

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Con qué felina zalamería menudeaba los golpecitos en la panza, y llamaba a graves sesentones ratoncillos, perritos suyos, gatitos, , y otros apelativos cariñosos y regalados, que a arrope y miel sabían! Pues ¿qué diré del chiste y garbo incomparable con que oprimía entre sus dientes de perlas, un pitillo ruso, lanzando al aire volutas de humo azul, mientras la contracción de sus labios destacaba la arremangada nariz y los hoyuelos de los arrebolados carrillos? ¿Qué de aquella su maestría en ocupar dos sillas a un tiempo sin que propiamente estuviera sentada en ninguna de ellas, y puesto que reposaba en la primera el espinazo, en la segunda los tacones? ¿Qué de la agilidad y destreza con que se sorbía diez docenas de ostras verdes en diez minutos, y bebíase dos o tres botellas de Rhin, que no parece sino que le untaban el gaznate con aceite y sebo para que fuese escurridizo y suave? ¿Qué de la risueña facundia con que probaba a sus amigos que tal anillo de piedras les venía estrecho al dedo, mientras a ella le caía como un guante? En suma, si la aventura que se murmuró por entonces en los bastidores de un teatrillo, y en la mesa redonda de la Alavesa, parece indigna de la prosopopeya tradicional en la mirandesca estirpe, cuando menos es justo consignar que la heroína era la más divertida, sandunguera y comprometedora zapaquilda de cuantas mayaban desafinada y gatunamente en los escenarios de París.
¿Qué te parece, Tito? -agregó la moza con zalamería-.
En sociedad es afable, muy distante de la zalamería, en la Administración todo lo severo que puede ser aquí un Ministro, tratante en favor y credenciales.
-¡Oh!, siempre fue escrupulosa la inocencia -exclamé con zalamería-.
Seria, cejijunta, descolorida Jenara murmuró algunas palabras para expresar el desprecio que le merecía el abigarrado tiranuelo a quien poco antes saludara con tanta zalamería.
Buenaventura había determinado prenderme, y con su hipócrita zalamería alejaba de mí toda sospecha.
Se ven ríos de sangre corriendo bajo aquellas flores de la zalamería fraternal.
Dice la verdad, y la dice toda: pondera sin zalamería lo que le parece bien, y critica sin acritud lo que le parece mal.
Verdad es que el mismo don Toribio tampoco estaba exento de dejarse pillar, pues, a veces, su señora, como quien no quiere la cosa, cebándole mate a su vuelta del campo, le preguntaba, con cariñosa zalamería, por dónde había andado, y cuando contestaba él, con gesto desenvuelto y fingiendo despreocupación: «Por el rodeo de las mestizas», o bien, «a contar la majada de Fulano», y que ¡zas!, se le tapaba la bombilla, inmediatamente, por la celosa imaginación siempre alerta de la iracunda misia Rudecinda pasaban, como visiones, ciertas mestizas por demás mansas, de cierto puesto de la estancia o los inocentes y costosos partidos de truco en la pulpería.
Entonces D'Artagnan dejó de golpear y rogó con un acento tan lleno de inquietud y de promesas, de terror y zalamería, que su voz era capaz por naturaleza de tranquilizar al más miedoso.
En sociedad es afable, muy distante de la zalamería, en la Administración todo lo severo que puede ser aquí un Ministro, tratante en favor y credenciales.
¡Ya veremos! ¿Y tú, nena? ¿Vendrás también? -preguntó con zalamería Felipe.
-¿No quieres? ¿No me quieres por tu maridito? ¿Qué, me desairas también ahora? -añadió Felipe, con la zalamería involuntariamente felina de que sabía revestir sus halagos, y que determinaba en Rosario la reacción de la ternura y como consecuencia, la de la abnegación generosa.
No te enfades, hermanita -añadió pasándole la mano por la cara con zalamería-.
-Señora, -dijo Miquis con zalamería-.
Ella se reclinó en su hombro, levantó hacia él sus ojos con zalamería y le dijo en voz baja:.
-¡Vaya! -respondió Petrilla encareciendo mucho las palabras,- ¡y con poca zalamería, que digamos! Pues, mira, me alegré de ello.
Aquí la nieta paralizó la lengua del desengañado abuelo, que tales cosas decía, dándole, de pronto, un beso en cada mejilla, y despidiéndose luego de él con una zalamería, de expresión tan confusa, que le dejó dudando si era un embuste de su incredulidad despreocupada, o el disimulo de una pesadumbre.
-¿Quier un vasín de sidra, preciosa? -dijo, todo zalamería, un contertulio.
Gracias al asendereado oficio de tradicionista, he logrado a la postre aprender que cuando a un hombre le dicen en sus bigotes: «Es usted más pesado que el chocolate de los jesuitas», tiene éste la obligación de sonreír y darlas gracias, porque, en puridad de verdad, lejos de insultarlo le han dirigido un piropo, algo alambicado es cierto, pero que no por eso deja de ser una zalamería.

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