Ejemplos con yermos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Olocau forma un conjunto de singular encanto: paisajes yermos, elevados cerros solitarios donde anidan las más diversas especies ornitológicas.
Así, la creación de un Estado multinacional respetando las diferencias pero reincidiendo en la base cultural europea que nos une como tronco común, que Jean Thiriart denominaba una Europa de Lisboa a Vladivostok, sería la solución para conseguir una forma de gobierno independiente, eficiente y útil, a contraprestación al mundo capitalista entroncado en la idea de Estados Unidos de una Europa dividida en nacionalismos yermos.
Mientras que la frontera en territorios yermos fue definido muy burdamente y fue presumiblemente considerada menos importante que el límite que cruzaba el Istmo de Carelia.
Tierras de cultivo ahora eran yermos en barbecho sin nadie que las trabajara.
El abrasante calor del Negev, uno de los más yermos desiertos del planeta, queda suavizado por la situación costera de Eilat: las aguas del Mar Rojo ayudan a suavizar las altas temperaturas, gozando la ciudad de un clima idóneo que la ha hecho una de las más importantes atracciones turísticas de Israel.
en razón de ciertos yermos, los quoales, dichos suplicantes dicen ser de dicho Seynor Rey, et por se efforzar et defender aqueillos, los dichos baratones los persiguen de cada día en personas et en bienes et los encalzan continuadament, en manera que biven en gran periglo.
Crece en la arena y cerca de las playas, en cercas y terrenos yermos.
Kain no parecía sorprendido, sino curiosamente satisfecho con este inesperado desenlace, y atrajo aún más a Raziel hacia los yermos septentrionales de Nosgoth, llevándolo hacia su enfrentamiento final en la abandonada cámara de Cronoplasto de Moebius.
El dinero se ganaba a manos llenas, y aquellos yermos arenales se cubrirán de suntuosas casas y majestuosos edificios oficiales, y al socaire de las suculentas ganancias, acudirán los personajes más heterogéneos de la sociedad que viajaba entonces por las costas caribeñas.
Eran los restos de establecimientos mineros creados por los conquistadores españoles cuando se extendieron por estos yermos en busca de metales preciosos.
Por un instante había creído encontrar remedio a su aburrimiento, entregándose a la borrachera de la construcción, sacando de la nada la nueva Bilbao, levantando barriadas de palacios sobre los campos yermos, con la misma facilidad que en los cuentos de hadas.
El peligro común, la miseria de las marchas interminables para burlar al enemigo, la escasez sufrida en los yermos y picachos que les servían de refugio, los igualaban a todos, entusiastas, escépticos e ignorantes.
Desaparecen los municipios libres, sus defensores suben al cadalso en Castilla y en Valencia, el español abandona el arado y el telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro, las milicias ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin saber por qué ni para qué, las ciudades industriosas descienden a ser aldeas, las iglesias se tornan conventos, el clérigo popular y tolerante se convierte en fraile, que copia, por imitación servil, el fanatismo germánico, los campos quedan yermos por falta de brazos, sueñan los pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan el trabajo, la burguesía industriosa se convierte en plantel de covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupación vil, propia de herejes, y los ejércitos mercenarios de España, tan invictos y gloriosos como desarrapados, sin más paga que el robo y en continua sublevación contra los jefes, infestan nuestro país con un hampa miserable, de la que salen el espadachín, el pordiosero con trabuco, el salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambrón y todos los personajes que después recogió la novela picaresca.
Ésta sólo interesaba a los muchachos, que, heredando el odio de sus padres, se metían por entre las ortigas de los campos yermos para acribillar a pedradas la abandonada vivienda, romper los maderos de su cerrada puerta, o cegar con tierra y pedruscos el pozo que se abría bajo una parra vetusta.
Era la historia de unos campos forzosamente yermos, que vi muchas veces, siendo niño, en los alrededores de Valencia, por la parte del Cementerio: campos utilizados hace años como solares por la expansión urbana, el relato de una lucha entre labriegos y propietarios, que tuvo por origen un suceso trágico y abundó luego en conflictos y violencias.
Pero, como suele decirse que un mal llama a otro, y que el fin de una desgracia suele ser principio de otra mayor, así me sucedió a mí, porque mi buen criado, hasta entonces fiel y seguro, así como me vio en esta soledad, incitado de su mesma bellaquería antes que de mi hermosura, quiso aprovecharse de la ocasión que, a su parecer, estos yermos le ofrecían, y, con poca vergüenza y menos temor de Dios ni respeto mío, me requirió de amores, y, viendo que yo con feas y justas palabras respondía a las desvergüenzas de sus propósitos, dejó aparte los ruegos, de quien primero pensó aprovecharse, y comenzó a usar de la fuerza.
Como las áridas cuestas del monte del norte, que los naturales apellidan de los Caballos, hacían espaldas a la quinta, resultaba que de aquel paisaje agraciado y lleno de suavidad únicamente se ocultaban los términos áridos y yermos.
Querría passar la vida sin embidia, los yermos e aspereza sin temor, el sueño, sin sobresalto, las injurias con respuesta, las fuerças sin denuesto, las premias con resistencia.
En las lomas y los barrancos formados por sus ondulaciones, crecían a su sabor malvas de unas proporciones colosales, cerros de gigantescas ortigas, matas rastreras de campanillas blancas, prados de esa hierba sin nombre, menuda, fina y de un verde oscuro, y meciéndose suavemente al leve soplo del aire, descollando como reyes entre todas las otras plantas parásitas, los poéticos al par que vulgares jaramagos, la verdadera flor de los yermos y las ruinas.
Nunca el canto de una ave alegró esos yermos barridos por el cierzo y los helados vendavales, y cada uno de aquellos grises y pelados riscos, parece una letra, parle integrante del fúnebre lasciate ogni speranza de la terrible leyenda.
Allí se encuentran, al acicalado bonaerense, el rudo morador de la pampa, el cordobés de tez cobriza y dorados cabellos, y el huraño habitante de los yermos de Santiago, que se alimenta de algarrobas y miel silvestre, y el poético tucumano, que suspende su lecho a las ramas del limonero, y los pueblos que moran sobre las faldas andinas, y los que beben las azules aguas del Salado, y los tostados hijos del Bracho, que cabalgan sobre las alas veloces del avestruz, y el gancho fronterizo, que arranca su elegante coturno al jarrete de los potros.
En verdad que no conformaba todo esto con la filosofía de Anaxágoras, que por entusiasmo y magnanimidad abandonó su casa, y dejó sus campos yermos y eriales.
Puede ser que en los yermos campos que domina el Altar se haya oído en épocas remotas el sordo murmullo de ciudades populosas.
Por todas partes, a mi paso, hallábamos los caseríos desiertos, los campos yermos, las sementeras abandonadas.
et sapos et otras tales cosas que se crían en los lugares yermos, porque avían muy mejor de comer que solía et por ende que non era estonçe el casamiento egual.
su triste luz velada sobre los campos yermos,.
la de los altos llanos y yermos y roquedas,.
También existen ruinas vivientes, que arrastran en pos de sí un mundo de gloriosos y tristes recuerdos y que aparecen tan aisladas en medio de los hombres nuevos como si bogasen sobre las olas misteriosas de mares desconocidos o habitasen en medio de los yermos de la Tebaida.
yermos los parages por donde debian transitar los demarcadores.
que non fincassen yermos logares tan preciados.

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