Ejemplos con vehemencia

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Jaime reía de la vehemencia del viejo, el cual, poniendo los ojos en blanco, se llevaba una mano al corazón sin soltar de la otra la cuerda del.
Luego, doña Elvira, en las tertulias de Palma, defendía con vehemencia a la escritora, una pobre mujer apasionada, cuya vida actual era más abundante en tristezas y cuidados de hermana de la Caridad que en satisfacciones de amor.
Pero, ¿por qué no quieres? Yo no te entiendodijo con renovada vehemencia.
Se expresaba con vehemencia, moviendo instintivamente los brazos, como hombre habituado de larga fecha a hablar en público, ardiendo con la llama del proselitismo.
Don Sebastián, hombre de enérgicas pasiones, sentía la paternidad hasta la vehemencia.
Llámame Gabrieldijo Luna con vehemencia.
, hablando con vehemencia de su trabajo, mostraba tal impudor, que algunos sonreían.
¡Sí! ¡Sí me acuerdo!exclamó Diógenes con una gran voz, estrechando entre las suyas, sin soltar el crucifijo, aquella mano helada de esqueleto, que llevó con gran vehemencia a sus labios.
Fuera ya de la estancia enjugóse precipitadamente las lágrimas para no asustar a Monina, y sentando a esta en sus rodillas, púsose a explicarle muy bajo y con gran vehemencia algo que debía de ser importante Escuchábala la niña con los ojos muy abiertos, con ese aire de atención profunda que revela a veces en los niños un instinto superior a sus años para adivinar lo peligroso o lo terrible, cuando cesó de hablar su abuela, dijo que sí con la cabeza Besóla esta en la frente con amor inmenso y volvió a repetirle con gran cuidado lo que antes le había dicho, recalcando mucho algunas frases, Monina, sin decir palabra, volvió a decir que sí con la cabeza.
Más lejos, de pie, en medio de un grupo de hombres, peroraba Leopoldina Pastor con gran vehemencia, optando por empuñar las armas y exponiendo su plan estratégico.
Y había testarudo que pagaba y más , impulsado por una rabiosa vehemencia que no le permitía callar ante el acusador.
Todos discutían las noticias de España, haciendo pronósticos según las fuerzas de su imaginación y la vehemencia de sus deseos, y mientras unos creían ver ya al príncipe Alfonso en el trono abandonado por Aosta, otros se figuraban la República arraigando al amparo de las masas populares de Madrid, apoderándose del palacio vacío y de la corona vacante.
Cualquiera hubiérase creído allí en un salón aristocrático de la corte de España: oíase hablar por todas partes en castellano, con esa vehemencia y esos gritos propios de los españoles cuando se exaltan, y en grupos y corrillos acá y allá diseminados, veíanse damas y gomosos de la aristocracia madrileña, hombres políticos del partido de Isabel II y algunos de esos personajes innominados que suelen verse a todas horas y en todas partes, sin que nadie pueda decir de ellos sino que son un tal Sánchez o un tal Pérez.
Júpiter, pues, al ver a Juno, se dejó vencer por la fuerza de aquellos hechizos, la requirió de amores con la mayor vehemencia, y no encontró modo mejor de someterla a su propósito y deseo que el de citarle todas sus travesuras y lances galantes, asegurando que en ninguno de ellos, ni con Dánae, ni con Leda, ni con Europa, ni con las demás princesas y ninfas que había seducido, se había sentido nunca tan , permítaseme la palabrota, como en aquella ocasión.
Creyó, como nunca, con más vehemencia que nunca, que aquel hombre y su Cristo muerto se parecían.
Pues bienexclamó doña Luz en voz muy baja, pero con extraordinaria vehemencia, la causa de mi mal es que he descubierto, a los quince días de casada, que el hombre que yo imaginé tan noble, tan generoso, tan enamorado de mí, tan digno en todos conceptos de que yo le amara, y a quien di mi corazón y mi mano, y a quien entregué mi ser y mi vida, es un miserable sin alma.
No pensaba dejar de ser comerciante, su porvenir consistía en ser dueño de una tienda, ¿y qué mejor que casarse con una mujer hacendosa, aleccionada en la escuela del trabajo y la economía, y que supiera ser ama de su casa? El pobre muchacho, roto el freno de su timidez, hablaba con vehemencia, meneaba los brazos para afirmar sus palabras, sin ver que hacía danzar locamente el paraguas, que conservaba abierto, y que varias veces estuvo próximo a meter una varilla por los ojos de la joven.
Baltronero como el mejor, a causa de la vehemencia de su carácter, cuando tomaba la palabra era imposible cortarle la hebra del discurso.
Quedábase unos instantes inmóvil ante el lecho, contemplando fijamente al enfermo, como si en su rostro enrojecido e inmóvil pudiera leer algo de lo que pensaba al rechazarla con tanta vehemencia.
Juanito contestaba con vehemencia, pero su pensamiento se hallaba a cien leguas de lo que decía.
Maximiliano hablaba quedito, sus fuertes manotadas no correspondían al diapasón bajo de las palabras, cuya vehemencia sofocada las hacía parecer como un ensayo.
Aquí se ha resuelto el problema sencilla y pacíficamente, gracias al temple democrático de los españoles y a la escasa vehemencia de las preocupaciones nobiliarias.
Era tan fuerte el ansia de charla y de trato social, se lo pedía el cuerpo y el alma con tal vehemencia, que si no iban habladores a la tienda no podía resistir la comezón del vicio, echaba la llave, se la metía en el bolsillo y se iba a otra tienda en busca de aquel licor palabrero con que se embriagaba.
—Súpelo, replicó Ricardo, y al mismo instante que lo supe me ocupó el alma una furia, una rabia y un infierno de celos con tanta vehemencia y rigor, que me sacó de mis sentidos, como lo verás por lo que luego hice, que fué irme al jardin donde me dijeron que estaban, y hallé a la mas de la gente solazándose, y debajo de un nogal sentados a Cornelio y a Leonisa, aunque desviados un poco: cuál ellos quedaron de mi vista no lo sé, de mí sé decir que quedé tal con la suya que perdí la de mis ojos, y me quedé como estatua sin voz ni movimiento alguno, pero no tardó mucho en despertar el enojo a la cólera, y la cólera a la sangre del corazon, y la sangre a la ira, y la ira a las manos y la lengua: puesto que las manos se ataron con el respeto a mi parecer debido al hermoso rostro que tenia delante, pero la lengua rompió el silencio con estas razones:.
Habíase muerto en él la gana de volver al inquieto trato de las mercancías, y parecíale que conforme a los años que tenia, le sobraban dineros para pasar la vida, y quisiera pasarla en su tierra, y dar en ella su hacienda a tributo, pasando en ella los años de su vejez en quietud y sosiego, dando a Dios lo que podia, pues habia dado al mundo mas de lo que debia: por otra parte consideraba que la estrecheza de su patria era mucha, y la gente muy pobre, y que el irse a vivir a ella, era ponerse por blanco de todas las importunidades que los pobres suelen dar al rico que tienen por vecino, y mas cuando no hay otro en el lugar a quien acudir con sus miserias: quisiera tener a quien dejar sus bienes despues de sus dias, y con este deseo tomaba el pulso a su fortaleza, y parecíale que aun podia llevar la carga del matrimonio, y en viniéndole este pensamiento, le sobresaltaba un tan gran miedo, que así se le desbarataba y deshacia, como hace a la niebla el viento, porque de su natural condicion era el mas celoso hombre del mundo, aun sin estar casado, pues con solo la imaginacion de serlo, le comenzaban a ofender los celos, a fatigar las sospechas y a sobresaltar las imaginaciones, y esto con tanta eficacia y vehemencia, que de todo en todo propuso de no casarse.
Rafael su hermano, porque así como oyó decir quién era Leocadia, así se le abrasó el corazon en sus amores, como si de mucho ántes para el mismo efeto la hubiera comunicado, que esta fuerza tiene la hermosura, que en un punto, en un momento lleva tras sí el deseo de quien la mira y la conoce: y cuando descubre o promete alguna via de alcanzarse y gozarse, enciende con poderosa vehemencia el alma de quien la contempla, bien así del modo y facilidad con que se enciende la seca y dispuesta pólvora con cualquiera centella que la toca.
Mira, Teresa respondió Sancho, y escucha lo que agora quiero decirte, quizá no lo habrás oído en todos los días de tu vida, y yo agora no hablo de mío, que todo lo que pienso decir son sentencias del padre predicador que la Cuaresma pasada predicó en este pueblo, el cual, si mal no me acuerdo, dijo que todas las cosas presentes que los ojos están mirando se presentan, están y asisten en nuestra memoria mucho mejor y con más vehemencia que las cosas pasadas.
Y aquel personaje que allí asoma, con corona en la cabeza y ceptro en las manos, es el emperador Carlomagno, padre putativo de la tal Melisendra, el cual, mohíno de ver el ocio y descuido de su yerno, le sale a reñir, y adviertan con la vehemencia y ahínco que le riñe, que no parece sino que le quiere dar con el ceptro media docena de coscorrones, y aun hay autores que dicen que se los dio, y muy bien dados, y, después de haberle dicho muchas cosas acerca del peligro que corría su honra en no procurar la libertad de su esposa, dicen que le dijo:.
Y, al despedirse de mí, aunque no con tanto ahínco y vehemencia como cuando vino, me dijo que estuviese segura de su fe y de ser firmes y verdaderos sus juramentos, y, para más confirmación de su palabra, sacó un rico anillo del dedo y lo puso en el mío.
Los gallegos, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas, y, cogiendo a los dos en medio, comenzaron a menudear sobre ellos con grande ahínco y vehemencia.

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