Ejemplos con tugurio

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Necesitaba un tugurio adecuado para la escena final y legó al café Milleti y donde, por fortuna, actuabamos nosotros.
Y señalaba un papel manuscrito fijo en la puerta de su tugurio, a semejanza de los carteles impresos que figuraban en todos los establecimientos de París para indicar que patronos y dependientes habían obedecido la orden de movilización.
Más de una noche, el pobre conquistador, al volver a su tugurio, hubo de tirar de espada contra gentes que le esperaban para matarlo.
Pretendía deslumbrar con estas comodidades del tugurio flotante a la pobre amiga, que iba instalada en las cámaras más profundas y obscuras, cerca de la línea de flotación.
A lo que entiendo, este tugurio es para usted salón de embajadores, cuartel general, sala de audiencia.
Loco salí de la tienda de los argelinos, y todos los caminos parecíanme largos para volver a mi tugurio, ansioso de contarle a tales bienandanzas.
¡Y muchas gracias que lo aguantan, y con el pupilaje de estos chicos de Zamora podemos ir tirando! ¡Ay Señor, después de trabajar toda la vida! El médico levantó una cortinilla de percal rojo y desteñido que ocultaba un tugurio sin luz, ocupado por la cama de los viejos.
Aresti pensó con tristeza en las noches transcurridas en aquel tugurio.
El zapatero le parecía más amarillento y triste en el rancio ambiente de su tugurio, encorvado ante la mesilla, martilleando la suela, su mujer más débil y enfermiza, mísera esclava de la maternidad, debilitada por el hambre y ofreciendo como única esperanza al hijo pequeño aquellas ubres flácidas, de las que sólo podía surgir sangre.
Lo primero que hizo Demetria al entrar en aquel tugurio, fue ponerse a rezar de rodillas sobre un ruedo de estera, y lo mismo hizo Gracia, cuando volvió de su desvanecimiento.
Nadie comprendía lo que era para aquellas infelices la pérdida de su mísera mercancía, la desesperada vuelta al tugurio paterno, donde aguardaba la madre dispuesta a incautarse del par de reales de ganancia o a administrar una paliza.
Allí las madres de las criadas que sirven en el casco de la Ciudad, colocan delante de su respectivo tugurio todas las sillas que poseen, a fin de que las ocupen los amos de sus hijas, convidados préviamente a aquella fiesta, donde las señoras estiman mucho un buen puesto en que reunir tertulia al aire libre, lucir sus atavíos, ver la Rifa y el Baile, y hasta arrostrar las más encopetadas el deseado compromiso de bailar un poco, cual si fuesen humildes mozuelas de la clase baja.
Las paredes de aquel tugurio se extendían y separaban formando un ancho salón, algún genio invisible colgaba de estas paredes soberbios tapices, con hermosísimas flores, pájaros y ninfas.
Muchos papeles y legajos cubrían parte del suelo, lo mismo que la mesa, cargada también con el peso de varios libros y de un tintero en que mojaba su pluma con frenética actividad el extraño habitador, de aquel tugurio.
La pobrecilla no cabía en sí de miedo al verse sola en aquel tugurio, entre mil objetos cuya forma no podía apreciar, tendida en un miserable jergón y expuesta al aire colado, que por una ventanilla entraba.
Lo mismo en el mugriento y sombrío tugurio de un miserable que en el alfombrado gabinete del aristócrata, la «tauromaquia» tiene adeptos que la protegen y femeniles bellezas que la hacen cuestión «capital» de familia.
En mezquino tugurio, compuesto de cuatro piedras ligadas por muros de ladrillo, albergue tan mísero que sólo dejaba espacio para la cocina y para el comedor con una cama, vivía con su padre la Mariposa.
Frente al tugurio se alzaba la panera, que servía también de dormitorio a la muchacha.
Sólo diré, en honra del hijo del difunto Bragas, que en veinte años no le dio el sol más que los domingos, ni trató más gente que la que llegaba a su zaquizamí para dejar el óbolo sobre el sucio mostrador, en cambio de la grosera mercancía que iba buscando, que ni por un momento le marchitó tan larga esclavitud las rosas de su imaginación montañesa, ni mella hizo en su espíritu, templado en Coteruco al fuego de las iras del borracho Antón y al frío de todas las desnudeces y amarguras de la miseria, antes al contrario, esponjóse en aquel tugurio sombrío que hubiera sido la tumba de otro mortal de más holgada procedencia que Colás, porque el tugurio era lo primero que éste poseía, y lo poseía en indisputable propiedad, y era propiedad de pingües rendimientos para quien, como él, nada apetecía sino dinero, ni sabía lo que eran necesidades del espíritu.
Una hora más tarde, el silencio y la quietud reinaban en el pueblo, pero como reinan en sombrío tugurio, en el cual se ha andado a navajadas, después que ha salido la justicia de recoger los muertos y prender a los agresores.
-¿Y cómo es que una hechicera parisiense se había metido en tal tugurio? -preguntamos al vizconde.
¿Qué escrúpulos son estos que salvan a un culpable y sacrifican inocentes, que salvan a un viejo vagabundo a quien sólo le quedan unos pocos años de vida y que no será más desgraciado en el presidio que en su casa, y sacrifican a toda una población? ¡Esa pobre Cosette que no tiene más que a mí en el mundo, y que estará en este momento tiritando de frío en el tugurio de los Thenardier! Ahora sí que estoy en la verdad, tengo la solución.
El tugurio en que su mirada se hundía en aquel momento era abyecto, sucio, fétido, infecto, tenebroso y sórdido.
A tal punto estaba oscuro el tugurio, que las personas que venían de fuera experimentaban al entrar en él lo mismo que hubieran sentido al entrar en una cueva.
Cogió el papel, arrancó suavemente un pedazo de yeso del tabique, lo envolvió en el papel, y lo arrojó por el agujero en medio del tugurio vecino.
Empezó por abrir su bolsillo para meter en él a las dos muchachas encargadas de vigilar las inmediaciones del tugurio, pero sólo encontró a Azelma.
Desde que le metieron en aquel infame tugurio, sintió Nazarín un frío intensísimo, como si el local fuese una nevera, o helado Purgatorio, y con el frío le acometió un horroroso quebrantamiento de huesos, como si se los partieran con un hacha para hacer astillas con que encender la lumbre.
Pasados tres días de ansiedad e inanición, salí de mi tugurio, no con intento de buscar al perdido, sino de alejarme de aquellos lugares, en que de continuo turbaba mis oídos runrún de polizontes.
Después de una semana de zarandeo, del Gobierno Civil a las oficinas municipales, y de las tabernas al taller donde él trabajaba -es un modo de decir-, preguntando a todos y a «todas», con los ojos como puños y el pañuelo echado a la cara para esconder el sofoco de la vergüenza, Dolores, la Cartera -apodábanla así por haber sido cartero su padre-, se retiró a su tugurio con el alma más triste que el día, y éste era de los turbios, revueltos y anegruzados de Marineda, en que la bóveda del cielo parece descender hacia la tierra para aplastarla, con la indiferencia suprema del hermoso dosel por lo que ocurre y duele más abajo.

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