Ejemplos con tez

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Febrer, viendo estos adornos casi femeniles, sus grandes ojos y su pálida tez, lo comparó a una doncella exangüe de las que idealiza el arte moderno.
Por la razón apuntada más atrás, no reproduzco algunos párrafos de los dedicados a la fiesta por al día siguiente, en los cuales se decían de Julieta cosas peregrinas a propósito de sus ojos negros, sedosas pestañas, morena tez y túrgido seno, pintándola como la realidad del sueño más oriental, y poniéndola por encima de todas las sultanas habidas y por haber.
Sobre todo, tiene su tez la pelusa de los albérchigos cuando no les han tocado y cuelgan aún en la rama.
Ello es, que estas locas imaginaciones, ayudadas de los desvelos de enfermera, y acaso de alguna otra causa, marchitaban la tez de Lucía y alteraban su antes regocijado y apacible genio.
El medallón principal ofrecía esmaltada, sobre un fondo de ese azul especial de la , la cara ancha, bonachona y tristota de Luis XVI, en torno, un círculo de medallones más chicos, presentaba las gentiles cabezas de las damas de la corte del rey guillotinado, unas empolvado el pelo, con grandes cestos de flores rematando el edificio colosal del peinado, otras con negras capuchas de encaje anudadas bajo la barbilla, todas impúdicamente descotadas, todas risueñas y compuestas, con fresquísima tez y labios de carmín.
Tenía, como su hermano, tez de linfática blancura, encubriendo el afeite las muchas pecas: los ojos no grandes, pero garzos y expresivos, y rubio el cabello, que peinaba con arte.
Perdida así la gallardía del andar, los cuarenta y pico se asomaban implacables a todas las líneas del rostro: la triste raya de tinta de los bigotes resaltaba sobre la marchita tez, el párpado caído, hundidas las sienes y desaliñado el cabello, parecía el ex buen mozo una de esas desmanteladas torres, bellas a la luz crepuscular, pero que a mediodía todas se vuelven grietas, ortigas, zarzales y lagartos.
Un rayo de sol vergonzante rompía las pardas nubes, y recortaba sobre el fondo obscuro la cabeza linfática, rubia, la tez pecosa, las facciones delicadas, pero no exentas de rasgos característicos, del mancebo.
Miranda se reía, sentado próximo a su novia, mirándola de cerca y hallándola muy linda, transformada casi con el tocado de viaje y la animación que encendía sus mejillas y arrebolaba su fresca tez.
¡Ca! no señormurmuró Lucía, cuya tez animada y encendida parecía fresquísima rosa.
Llame, llame a ese mala cabeza de Rada tiene mucho aciertomurmuró el jesuita considerando compadecido, a la luz oblicua del sol de otoño, la inyectada tez y los ojos edematosos del viejo.
Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado.
De un color de rosa de coral se le teñían las mejillas, y el ónix de México no tuvo nunca mayor transparencia que la tez fina de Sol, en aquella mañana de ventura en la naturaleza.
Era Martí de mediana estatura, cabellera negra y abundante que rodeaba una frente amplia y bombeada, ojos negros de mirada dulce y penetrante, tez blanca pálida, como son generalmente los cubanos, bigote negro y crespo y un óvalo perfecto redondeaba su fisonomía armoniosa y vivaz.
Y el viejo se conmovía, coloreábase su tez, gesticulaba con entusiasmo, y sus ojos brillaban como si viese en movimiento aquel centenar de telares y una turba activa y laboriosa en torno de ellos.
Allí estaba toda la aristocracia del Mercado, la sangre azul de la reventa, las mozas guapas y las matronas de tez tostada y espléndidas carnes, con su aderezo de perlas y pañuelo de seda de vivos colores.
Su padre, sin duda, revivía en él, y por esto no podía aspirar el vaho de una cocina sin estremecimientos voluptuosos, ni ver a una muchachota de tez morena, brazo musculoso y robustas posaderas sin sentir que la sangre afluía rápida a su corazón, como si se viera ante el ideal realizado.
Era joven, había regularidad en su semblante, tenía la barba algo crecida, los ojos vagos, la tez cárdena y lustrosa.
Su tez finísima y sus ojos que despedían alegría y sentimiento componían un rostro sumamente agradable.
Los que la trataban no podían imaginársela en estado distinto del que se llama interesante, porque el barrigón parecía en ella cosa normal, como el color de la tez o la forma de la nariz.
Por fin una mujer agitanada y con faldas de percal rameado, el talle muy bajo, un pañuelo caído por los hombros, el pelo lacio y la tez crasa y de color de , se pareció por allí de repente, y quiso dar una lección a las vecinas delante de las señoras, diciendo que ella tenía agua de sobra para y a aquel ángel.
Le frotaban para secarle y sus brazos torneados, su fina tez y hermosísimo cuerpo producían a cada instante exclamaciones de admiración.
La tez era una preciosidad por su pureza mate y su transparencia y tono de marfil recién labrado, la boca, un poco grande, pero fresca y tan mona en la risa como en el enojo ¡Y luego unos dientes! Tengo los dientesdecía ella mostrándoselos, como pedacitos de leche cuajada.
La cara era desagradable, la boca grande y muy separada de la nariz corva y chica, la frente espaciosa, pero sin nobleza, el cuerpo fornido, las manos largas, negras y poco familiarizadas con el jabón, la tez morena, áspera y aceitosa.
Venía la moza arremangada hasta el codo, con el pelo alborotado, seco y volandero, del calor de la cama sin duda: y a la luz del día se notaba más la frescura de su tez, muy blanca y como infiltrada de sangre.
Finalmente, Isabela no perdió la vida, que el quedar con ella la naturaleza lo conmutó en dejarla sin cejas, pestañas y sin cabello, el rostro hinchado, la tez perdida, los cueros levantados y los ojos lagrimosos.
Finalmente, le entregaron a Isabela y a sus padres, y Ricaredo los llevó a su casa, digo, a la de sus padres: a las ricas perlas y al diamante añadió otras joyas la reina y otros vestidos tales, que descubrieron el mucho amor que a Isabela tenia, la cual duró dos meses en su fealdad, sin dar indicio alguno de poder reducirse a su primera hermosura, pero al cabo deste tiempo comenzó a caérsele el cuero, y a descubrírsele su hermosa tez.
Habiendo, pues, don Quijote leído las letras del pergamino, claro entendió que del desencanto de Dulcinea hablaban, y, dando muchas gracias al cielo de que con tan poco peligro hubiese acabado tan gran fecho, reduciendo a su pasada tez los rostros de las venerables dueñas, que ya no parecían, se fue adonde el duque y la duquesa aún no habían vuelto en sí, y, trabando de la mano al duque, le dijo:.
¿Vee vuesa merced, señor don Quijote, la hermosura de mi señora la duquesa, aquella tez de rostro, que no parece sino de una espada acicalada y tersa, aquellas dos mejillas de leche y de carmín, que en la una tiene el sol y en la otra la luna, y aquella gallardía con que va pisando y aun despreciando el suelo, que no parece sino que va derramando salud donde pasa? Pues sepa vuesa merced que lo puede agradecer, primero, a Dios, y luego, a dos fuentes que tiene en las dos piernas, por donde se desagua todo el mal humor de quien dicen los médicos que está llena.
¡Qué de habilidades hay perdidas por ahí! ¡Qué de ingenios arrinconados! ¡Qué de virtudes menospreciadas! Pero, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que, aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz, y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel.

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