Ejemplos con sílfide

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las Sílfides es frecuentemente confundido con La Sílfide, otro ballet de nombre similar, que también involucra a la legendaria sílfide, o espíritu del bosque.
Su primera actuación después de salir del aislamiento temporal en Canadá fue con el Ballet Nacional de Canadá en una versión televisada de La Sílfide.
Una sílfide que a mi lado iba, me miró risueña diciéndome: No se asuste, caballero, del agua que cae ni del ruido que se siente por allá arriba.
Cuando quería, bailaba como una sílfide, en el andar airoso, semejaba a la divina cazadora de Delos, y montaba a caballo como la reina de las amazonas.
Delgada, espiritual, ojerosa, con un corte de cara fino y de expresión romántica, la niña aquella habría sido perfecta beldad cincuenta años ha, en tiempo de los tirabuzones y de los talles de sílfide.
Tal era el jóven que se habia enamorado de la madrileña, no como de una criatura mortal, sino como de un sér ultra-terrestre, como de una sílfide, como de una musa, como de un ángel del cielo especial del romanticismo.
Os habéis, pues, hecho cargo del almo júbilo con que se ríe el Todopoderoso en aquel pedazo de cielo que deja transparentarse la gloria desde el Guadiana hasta el Segura, y desde Sierra Morena hasta los dos mares: habéis respirado aquel aire tibio y balsámico, que difunde, en Abril como en Diciembre, el aliento de nuevas rosas, habéis contemplado aquellas matizadas vegas, patrimonio a la par de Flora y Ceres, aquellos cármenes y huertos que no ensoñó Babilonia, aquellos bosques de naranjos y limoneros, como los imaginados por la Fábula, aquellos inmensos olivares y pomposas viñas que absorben y dan por fruto la luz y el calor del sol, aquellas costas en que tienen colonias las palmeras de Oriente y los plátanos de Occidente, y aquellos mitológicos ríos que desaparecen leguas y leguas bajo la fresca bóveda que tejen el arbolado y las malezas de sus fértiles orillas: habéis doquiera recibido la descarga eléctrica, o sea la conversación, de aquella raza vívida, locuaz, entusiasta, turbulenta, que es a un tiempo sentimental y festiva, infatigable y perezosa, y os ha causado asombro y hasta miedo tanta gracia, tanto fuego, tanta poesía como brotan incesantemente de aquellas bocas siempre llenas de réplicas felices, de chistes rapidísimos, de embustes ingeniosos, de áticas sales, de donosas comparaciones, de atrevidas hipérboles, y de más retórica, en fin, para todos los casos y todos los gustos, que enseñaron Aristóteles, Horacio, Cicerón y los mismos Santos Padres! ¡Y allí, por último, ha surgido ante vuestros ojos, como una sílfide, como una llama de colores, como una tentación viva, la Eva morena, la Elena romántica, la Venus católica y vestida, la mujer andaluza, para decirlo de una vez.
Ya es la sílfide que apenas huella la tierra con sus menudos pies, la ideal y elegante dama o señorita de la clase media, de cultas formas y gentiles pensamientos.
Pero me opondré con toda energía, y como no entre en razón, denunciaré al general en jefe el capricho de su audaz paisana para que acorte los vuelos de esta sílfide andariega y voluntariosa.
-No es tan desesperada nuestra situación -repuso el joven, notando que el cuerpo de doña Pepita, al buscar en su brazo indolente apoyo, no era un cuerpo de sílfide, de fantástica forma e imaginaria pesadumbre.
Salomé era entonces una sílfide.
Por todo saludo, sin dejar de girar, como una sílfide, en brazos de su pareja, le dijo ella antes con los ojos que con la lengua:Ahí está Isabel.
Tenía yo una hija hermosa, pura como la azucena, voluptuosa como las vírgenes del Edem, más brillantes sus divinas facciones que los mismos astros que tachonan el firmamento límpido, y cuyo talle de, sílfide, pudiera causar envidia y celos a las mismas hadas: eran sus ojos dos lumbreras que despedían fuego, y sus crenchas, negras como la noche plácida, encadenaban amores.
La joven Adela era sin duda alguna de las picantes, hermosa a sabiendas suyas y con una conciencia de su belleza acaso harto pronunciada, sus padres habían tratado de adornarla de todas las buenas cualidades de sociedad, la sociedad llama buenas cualidades en una mujer lo que se llama alcance en una escopeta y tino en un cazador, es decir, que se había formado a Adela como una arma ofensiva con todas las reglas de la destrucción, en punto a la coquetería era una obra acabada, y capaz de acabar con cualquiera, muy poco sensible, en realidad, podía fingir admirablemente todo ese sentimentalismo, sin el cual no se alcanza en el día una sola victoria, cantaba con una languidez mortal, le miraba a usted con ojos de víctima expirante, siendo ella el verdugo, bailaba como una sílfide desmayada, hablaba con el acento del candor y de la conmoción, y de cuando en cuando un destello de talento o de gracia venía a iluminar su tétrica conversación, como un relámpago derrama una ráfaga de luz sobre una noche oscura.
¿Qué intereses puede inspirar a un lector discreto y amante de las letras el desenvolvimiento de una idea fecunda en resultados para la república o para la literatura, bajo las severas formas del arte, por un hombre de buena capacidad y no vulgar educación? Ninguno absolutamente, pero, en cambio, ¡qué de deleite y de sustancia encierra un párrafo chismográfico, en estilo flamante, repetido diaria o, cuando menos, semanalmente, reseñando los acontecimientos de la morada de un mecenas de miriñaque, hasta de los más apartados rincones de la monarquía! ¿Qué habrá en el mundo que pueda interesar más a un suscriptor de un periódico que el número de condes y marquesas que tratan con distinguida franqueza al mimado revistero H o B, que el diálogo de un baboso con una mocosuela, y los grados de palidez de la bella señorita de Tal, respecto de la robustez de la misma en la noche anterior, y si la graciosa baronesa de X se prepara a conceder su blanca mano al simpático e ilustrado marquesito de I, muy conocidos, por supuesto, en sus respectivas casas, y la jaqueca de la respetable señora de A, justamente agravada con la muerte repentina de su querido faldero americano, y la oración fúnebre sobre este animalito, y si la otra cantante sensibile de afición dio el sí con la mayor facilidad delante de una notabilidad extranjera que escribe el suceso inmediatamente a su corte, y dice que ya somos felices en España y caminamos con el genio civilizador, y las piruetas que hizo la esbelta sílfide, señorita de N, y los dedos de alzada que tiene de más el tronco nuevo del banquero M sobre el normando del palaciego S, y los esparavanes y sobrehuesos que le han resultado a la jaca de Pepito.
Como su vestido blanco y ligero resaltaba a la luz de la luna más que la oscura armadura de don Álvaro, y semejante a una exhalación celeste entre nubes, parecía y desaparecía instantáneamente entre los árboles, se asemejaba a una sílfide cabalgando en el hipógrifo de un encantador.
- Montaña suele implicar la idea de maga, de sílfide, de oréada, de ser quimérico, errante, vaporoso como la niebla.
— ''La Sílfide del Acueducto.
que son tus pies de sílfide que danzan ante mí?.
Si quiero poética o artísticamente representarme a una diosa, a una ninfa, a una sílfide, a la religión, a la filosofía, tengo que darle forma de mujer.
Te participo, querido Guillermo, que por si cerdeas tú, o se sale tu sílfide con algún ardid para retenerte, ya tengo preparado un lindísimo artificio judicial para meterla en la Galera, o mandarla desterrada lejos, muy lejos.
Doña Violante de Rivera, dicho sea en puridad, era una linda limeña de ojos más negros que una mala intención, tez aterciopelada, riza y poblada cabellera, talle de sílfide, mano infantil y el pie más mono que han calzado zapaticos de raso.
También sé de una muy sílfide, una traviatona que bailaba en Capellanes, casada, pero que no vive con su marido.
¡Oh, qué delicia! Aún me parece que la sostengo en mis brazos, ligera y fragante como una Sílfide aérea impregnada del ámbar de las flores.
tú, lágrima del cielo, tú, sílfide oriental.
La sílfide que se me puso al lado para llenarme el vaso de café con leche, me dijo: «Señor don Tito, la última vez que nos vimos fue aquella noche.
Una sílfide que a mi lado iba, me miró risueña diciéndome: «No se asuste, caballero, del agua que cae ni del ruido que se siente por allá arriba.
Prorrumpió en alegres risas la sílfide picaresca, y desprendiéndose de mi mano volvió al corro con sus gráciles hermanas.

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