Ejemplos con sentadas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cuando pasaba silenciosa, fingían no verla, lo mismo que el obscuro viandante parecía no enterarse de la existencia de la alquería y de las personas sentadas bajo el porche.
A un lado de la plaza estaban sentadas sobre un ribazo, o en sillas de la inmediata taberna, las casadas y las viejas, mujeres anémicas y tristes en su relativa juventud por una procreación excesiva y por las fatigas de su existencia campestre, con los ojos hundidos en un cerco azul que parecía revelar desarreglos interiores, guardando sobre su pecho las cadenas de oro de sus tiempos de y adornadas las mangas con botones de oro.
A todo esto, la pobre desdeñada niña, que había estado observando a las otras durante su breve diálogo, mirando de reojo y mordiéndose las uñas, cuando las vió sentadas se dirigió hacia ellas paso a paso, con la cabeza gacha, y al estar a media vara de las desdeñosas, se dejó caer al suelo lentamente y se puso a deshojar las florecillas del césped, sin arrancarlas, flechando ojeadas de través de vez en cuando al grupo, y sorbiendo muy recio el aire con las narices.
Los establos rodantes estaban repletos de personas sentadas en la madera del suelo o en sillas traídas de sus casas.
Sólo en los alrededores de la plaza vió sentadas algunas mujeres, como en las tardes plácidas de otros veranos.
Sus idas y venidas no despertaban la curiosidad de las gentes sentadas en el paseo.
La encontró lo mismo que al partir, con las dos sobrinas sentadas a sus pies, fabricando blondas interminables y sutiles sobre los colchoncillos cilíndricos apoyados en sus rodillas.
Ferragut la vió serena como una maestra, con las dos sobrinas pequeñas sentadas a sus pies, proseguir las eternas labores de encaje.
Dos niñas de cabellera rubia estaban sentadas en sus rodillas.
En el pueblo sólo había mujeres, mujeres por todas partes: sentadas ante las puertas, haciendo encaje con un colchoncillo cilíndrico sobre las rodillas, a lo largo del cual tejían los bolillos la tira de primorosos calados, agrupadas en las esquinas, frente al mar solitario donde estaban sus hombres, hablando con una nerviosidad eléctrica que estallaba de pronto en ruidosas tempestades.
Cuando hubo pasado aquel momento de profunda emoción, el cura se apresuró a presentarme a dos personas respetabilísimas, sentadas cerca de nosotros y que no habían sido las que menos se conmovieran con el relato del maestro de escuela.
Viajaba porque casó con una mujer a quien creyó amar, y la halló luego como una copa sorda, en que las armonías de su alma no encontraban eco, de lo que le vino postración tan grande que ni fuerzas tenía aquel músico-atleta, para mover las manos sobre el piano: hasta que lo tomó un amigo leal del brazo, y le dijo Cúrate , y lo llevó a un bosque, y lo trajo luego al mar, cuyas músicas se le entraron por el alma medio muerta, se quedaron en ella, sentadas y con la cabeza alta, como leones que husmean el desierto, y salieron al fin de nuevo al mundo en unas fantasías arrebatadas que en el barco que lo llevaba por los mares improvisaba Keleffy, las que eran tales, que si se cerraban los ojos cuando se las oía, parecía que se levantaban por el aire, agrandándose conforme subían, unas estrellas muy radiosas, sobre un cielo de un negro hondo y temible, y otras veces, como que en las nubes de colores ligeros iban dibujándose unas como guirnaldas de flores silvestres, de un azul muy puro, de que colgaban unos cestos de luz: ¿qué es la música sino la compañera y guía del espíritu en su viaje por los espacios? Los que tienen ojos en el alma, han visto eso que hacían ver las fantasías que en el mar improvisaba Keleffy: otros hay, que no ven, por lo que niegan muy orondos que lo que ellos no han visto, otros lo vean.
Dos amigas están sentadas a la sombra de la magnolia, nuestra antigua conocida.
Las que eran de la villa, conocieron a la esposa y la hija de Sánchez Morueta, sentadas tras el de ancha gorra y aspecto extranjero, las dos vestidas de negro, con mantillas que casi las cubrían los ojos.
Las cabezas de las dignidades sentadas a su lado estaban casi al nivel de sus pies.
Tenía fiebre, agitábase furioso, como si aún corriese por el cauce de la acequia cazando al hombre, y sus gritos asustaban a los pequeños y a las dos mujeres, que pasaron la noche de claro en claro, sentadas junto al lecho, ofreciéndole a cada instante agua azucarada, único remedio casero que lograron inventar.
A la derecha de la última puerta del salón de lectura que se abre en la terraza, hallábanse algunas señoras sentadas en bancos de hierro: entre ellas estaban Currita Albornoz y la duquesa de Bara.
Las once habían dado ya en el reloj del torreoncito de la villa, y dos señoras, sentadas a uno y otro lado de la chimenea, hablaban en el gabinete.
Y algo más tarde, hallándose el venerable mandarín hablando con unas señoras, un poco inclinado hacia adelante por estar ellas sentadas, acercósele sir Roberto con mucho disimulo, oculto entre el gentío, y sin provocación ninguna, sin objeto alguno justificado, ¡zas!, hundióle con flema británica, hasta la cabeza, un alfiler en la nalga izquierda.
A uno y otro lado de la gran puerta del fondo estaban las sillas de coro de las religiosas, y sentadas en ellas las señoras del consejo: la marquesa de Villasis ocupaba la esquina derecha, teniendo a su lado a la duquesa de Astorga.
Doña Manuela marchaba por el estrecho callejón que formaban las huertanas, sentadas en silletas de esparto, teniendo en el regazo la mugrienta balanza, y sobre los cestos, colocados boca abajo, las frescas verduras.
El calor arrojaba de sus estrechos cuchitriles a la gente de los pisos bajos, y las puertas estaban obstruidas por corrillos de blancas sombras sentadas en sillas bajas y respirando ruidosamente.
Las madres, sentadas al brasero en un gabinete contiguo, velan por la inocencia de sus hijas.
Ellas pasean en coche, o a pié, o están sentadas en las sillas del Ayuntamiento.
En la sala de escuela había dos o tres grupos de mujeres sentadas en los bancos, con la cabeza y el busto descansando sobre las mesas.
Algunas monjas se retiraban a su celda a dormir la siesta, otras se iban a la iglesia que era lo más fresco de la casa, y sentadas en las banquetas, apoyando en la pared su espalda, o rezaban con somnolencia, o descabezaban un sueñecillo.
Las recogidas formaban diferentes grupos sentadas en el suelo y en la escalera de madera que comunica el corredor principal con la huerta, y se quitaban las tocas para disminuir el calor de la piel.
Al borde del estanque que está al pie del aparato, había tres mujeres, Fortunata, Felisa y doña Manolita, sentadas sobre el muro de ladrillo, gozando de la frescura del agua próxima.
Los domingos pasaban juntas las dos amigas toda la tarde en la casa de una o de otra, y allí era el comer dulces y el contarse cositas, sentadas al balcón, viendo las idas y venidas del crítico desde la calle de los Tres Peces a la de la Magdalena.
Oyeron dos, y antes de salir, sentadas en un banco, la Delfina dijo a su amiga: ¿Sabe usted que no he podido oír las misas con devoción, acordándome de esa mujer? No la puedo apartar de mi pensamiento.

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