Ejemplos con sardónica

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Svevo muestra en ella una aguda y sardónica visión de Trieste y de su héroe, Zeno Cosini, un mediocre hombre de negocios que engaña a su mujer y miente a su psiquiatra mientras intenta explicarse a sí mismo revisando sus memorias.
La sonrisa sardónica es una condición médica producida por el tétanos, en donde los músculos de la cara se contraen y el paciente enseña los dientes como sonriendo.
Para los camafeos, las piedras utilizadas eran las ágatas y más aún las variedades sardónica y ónice, aprovechando la distinción de colores que ofrecen las aguas o capas de tales piedras de suerte que puliendo y rebajando convenientemente la primera capa se dejaba la segunda para fondo y quedaba la primera con los relieves de la figura.
Su faz de calavera se contraía con la risa sardónica de la destrucción.
Su risita sardónica de las sesiones, la calma despreciativa con que afectaba escuchar los discursos de sus contrarios, era pura comedia.
Tan opuestas pasiones, batallando dentro de su nerviosa y débil constitución, le hicieron romper en risa sardónica.
¡Flaviani! -repitió Felipe con una carcajada seca y sardónica-, ¿quién sabe si este apellido es más ilustre, más antiguo que el de los soberanos de Dacia? Mi madre, que era romana, descendería de algún patricio de la familia de los Flavios.
Tenía una cara que daba miedo, grandes ojos negros redondos, sin brillo, nariz aplastada, por cuyas ventanas salían algunos pelos, boca grande, en la que vagaba una sonrisa sardónica, dejando entrever dos filas de dientes enormes, separados, como los del cocodrilo, todo ello encerrado dentro de un óvalo que empezaba con una frente estrecha, erizada, de cabellos duros y parados como las espinas del puercoespín, y terminaba con una barba aguda ligeramente retorcida para arriba.
Entonces era la suya una sonrisa dura, sardónica, durable como la que contrae los músculos faciales de los eterizados.
Doña Corita envolvió a su cuñado en una mirada despreciativa y sardónica.
-Bien puedes llamarlos, oh valiente don Rodrigo, dijo sor Brígida soltando sardónica risotada: amenázales con la prisión o la muerte que no por eso has de recibir asistencia ni socorro.
-¿De qué parte sopla hoy el viento? Prosiguió hablando entre dientes y arrojando a la huérfana una mirada sardónica.
-Para que tal suceda, observó don Álvaro de Luna con sardónica sonrisa, han sido muy sedientos de su sangre los castellanos.
También en sus momentos de calma solía valerse de aquel lenguaje punzante y satírico que vierte hiel oculta en el corazón, al que acompaña sardónica sonrisa capaz de desesperar la persona más flemática y prudente.
subterráneo, la actitud fiera y a la vez horriblemente sardónica de Castiglione, la melancólica y.
Gonzalo, con su calma sardónica, mostró, al conde el anillo nupcial que arrebatara a la baronesa la noche de sus bodas.
Y la condesa, al expresarse en estos términos, bien lejos de intimidarse ante la imponente actitud de aquel hombre, permanecía impasible, provocativa siempre, con su risita sardónica y su maligna mirada venenosa.
Y al perpetrar aquel acto repugnante y profanador, el viejo y la dueña sonreían con una sonrisa intempestiva y sardónica que reflejaba un viso de impureza.
Ventura oía en el hueco de su cráneo martilleos en yunque de fragua, y una voz de hombre, sardónica, que la apedreaba a insultos, a proposiciones sucias y nombres feos.
Sentí que toda la sangre se me subía a la cabeza, pero haciendo un titánico esfuerzo, me dominé, y con risa sardónica acerqueme a la joven, haciendo como que no veía a Vázquez, tranquilo y grave, y sin ver en realidad al viejo Blanco, que estaba en la sombra.
Y aseguro que ponía grima y espanto el aspecto de aquella mujer retorciéndose convulsa, hecha una ménade, sin una lágrima en los ojos, sin una inflexión tierna en la voz, escupiendo la risa sardónica y cruel, como si se mofase, no sólo de la humanidad, sino de sí misma, de su destino, de lo más secreto y hondo de su propio ser.
Lo cierto es que llevó muy mal el desaire, y a los contrarios, que se le rieron, se dice haberles respondido, con más aires del que convenía, que reían con risa sardónica, por no saber cuán espesas tinieblas les había preparado con sus providencias.
Y cuando el mismo Pan se iba a despedir de sus amigos los pastores, estos le preguntaron cuando le parecía que llegarían a conocer a la Felicidad, hija del nuevo dios Progreso y de su compañera la Ciencia, y Pan, con la sonrisa de siempre, tan sardónica que haría dudar de la luz del sol, les contestó: «Mañana».
Todo se lo contó y con su sonrisa de siempre, tan sardónica que haría dudar de la luz del sol, agregó: «Montados en el monstruo, llegaron el dios Progreso, con su compañera la Ciencia y su hija la Felicidad».
Los pastores preguntaron a Pan por qué no tenía, él también, un tabernáculo para el mismo objeto, y él les contestó con su habitual sonrisa sardónica y con un gesto circular que les hizo comprender que la Naturaleza toda es Dios, y no necesita augures para instruir al hombre, pues ella sola es la verdad y todo lo demás es mentira.
El caballo, en su noble candidez, quedó estupefacto ante tal ingratitud, mientras que silencioso, con una sonrisa sardónica, se retiraba el zorro.
El sentimiento en el fondo es el mismo, pero se ha llevado a un punto demasiado alto, el deseo de adelantar ha pasado a ser una sed abrasadora, el pesar de verse superado es ya un rencor contra el que supera, ya no hay aquella rivalidad que se hermanaba muy bien con la amistad más íntima, que procuraba suavizar la humillación del vencido prodigándole muestras de cariño y sinceras alabanzas por sus esfuerzos, que, contenta con haber conquistado el lauro, le escondía para no lastimar el amor propio de los demás, hay, sí, un verdadero despecho, hay una rabia no por la falta de los adelantos propios, sino por la vista de los ajenos, hay un verdadero odio al que se aventaja, hay un vivo anhelo por rebajar el mérito de sus obras, hay maledicencia, hay el desdén con que se encubre un furor mal comprimido, hay la sonrisa sardónica que apenas alcanza a disimular los tormentos del alma.
Y como entonces no dejaba de aparecerse a su imaginación la noble y dolorida figura de don Álvaro, que venía a pedirle cuenta de sus juramentos y a preguntarle con risa sardónica qué había hecho de su pasión, de aquella adoración profunda, culto verdadero con que siempre la había acatado, sus anteriores sentimientos al punto cedían a los que más fácil y natural cabida habían hallado en su corazón.
-He aquí por qué -dijo Danglars con una sonrisa que procuraba hacer sardónica-, he aquí por qué preferiría yo al señor Andrés Cavalcanti a Alberto de Morcef.
Aplicó el oído al agujero de una cerradura, y después de escuchar con atención, rió con lo que llaman en las comedias risa sardónica.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba