Ejemplos con saludé

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y yo saludé a mis espíritus compañeros.
Yo saludé a todos los que se hallaban en el noveno cielo, y ascendimos al décimo cielo.
Le saludé, le acompañé, le dije si conocía a Mary y le pregunté qué se decía en el pueblo de las galanterías de Machín.
Cuando acabó de hablar con el alcalde, se levantó, y haciéndome una seña me presentó a aquel honrado personaje, a quien no solamente saludé, sino que, en cumplimiento de mis deberes militares, me presenté oficialmente, habiéndome excusado él con suma bondad de la fórmula de presentación en la casa municipal esa noche, aunque ofrecí poner en sus manos mi pasaporte al día siguiente.
Allá me fui tratando de dar a mi espíritu algún esparcimiento, y saludé con afecto al marino, deseando mostrarle mi simpatía.
No bien saludé a los jugadores cuando apareció Gabriela.
A mi regreso a casa, ví en el balcón a Dolores, y la saludé tiernamente.
Pero, en fin, vamos al grano, apenitas la saludé se me queó mirando con aquellos dos pícaros tan grandes y tan zalameros que Dios le puso en la cara, y me dijo, jaciéndose toa ella una sonrisa: «Me da a mí el corazón que yo sé a lo que usté viene.
Terminado el saludo de la turbamulta, saludé al cacique, dándole un apretón de manos y un abrazo, que recibió con visible desconfianza de una puñalada, pues, sacándome el cuerpo, se echó sobre el anca del caballo.
Después que me saludé con Mariano, un indio, especie de maestro de ceremonias, me presentó a Epumer.
Repuesto del momentáneo estupor que me habían producido aquellos ojos extraños e inmóviles, estreché ligeramente la mano de Elena y saludé a Julia, cuyas facciones se iluminaron, por decirlo así, con una sonrisa, al inclinar con lentitud la cabeza para devolverme el saludo.
Le saludé y me devolvió el saludo con amabilidad, y me dijo: ¡Siéntate junto a mí, hijo mío! Y cuando me senté, me preguntó: ¿De dónde vienes a esta tierra que nunca halló la planta de un adamita? ¿Y adónde te propones ir?.
Entonces le saludé, como también a todos los circunstantes, y salí, asombrándome en extremo de sus maneras extrañas.
Le saludé al punto, pero no me devolvió la zalema.
Entonces me dirigí a mi calle, penetré en mi casa, saludé a mis parientes, a mis amigos y a mis antiguos compañeros, e hice muchas dádivas a viudas y a huérfanos.
Le conocí en el olor: saludé con cariño a mi viejo amigo, el mar, y di respetuosamente las buenas noches a la Coruña.
En la sacristía saludé a muchos sabios y venerables teólogos que.
Con una sola y profunda reverencia las saludé a todas.
No sé qué cara me puso, aunque me lo imagino, ni recuerdo en qué términos me saludé, ni las palabras con que yo le respondí.
Con el último indio que yo saludé, abracé y cargué gritando lo más fuerte que mis gastados pulmones lo permitieron ¡¡¡aaaaaaaaaaaa!!! se oyeron los postreros hurras y vítores de la multitud, que no tardó en desparramarse montando la mayor parte a caballo, entregándose a los regocijos ecuestres de la tierra, como carreras, rayadas , pechadas y piruetas de toda clase, por fin.
Estreché en un solo abrazo a Modesto y Merced, saludé a su amigo, puse el pie en la mano del arriero, monté y partí.
Y se fué y estuvo ausente otro mes, y regresó y me dijo ¿Dónde están los dracmas? Entonces yo me levanté, le saludé y le dije: Ahí están a tu disposición.
Saludé y tendí la mano, declarando mi nombre y profesión: Félix Llaguno, magistrado.
Empujando una puertecilla de escape, entró impensadamente la viuda, y la saludé, sorprendido, al encontrarla joven y de buen parecer.
También madrugamos aquel día, y no poco, y también nos amaneció cerca del santuario próximo a la vadera, y también saludé a la Virgen, siguiendo el ejemplo que me dio Neluco, rezándola una Salve en latín.
Saludé a don Timoteo y saqué mis manuscritos.
Saludé con la mano, me contestaron con el pañuelo.
Yo saludé al cacique particularmente, me senté al lado de mi compadre, y como el ceremonial no rezaba conmigo, me llamé a sosiego.
Me allegué al fogón, saludé dando las buenas noches, se pusieron todos de pie, menos el cuarterón, me hicieron lugar y me senté.
Me acerqué a él, le saludé, y sin interrumpir su faena me contestó con una sonrisa afable, haciéndome decir con Juan de Dios San Martín que andaba por ahí: Que estuviera a gusto, que aquella era mi casa.

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