Ejemplos con rubores

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La voz del lloriqueaba hablando de una mujer insensible a sus quejas, y al comparar su blancura con la flor del almendro, todos volvieron la vista a Margalida, que permanecía impasible, sin rubores virginales, habituada a estos homenajes de burda poesía, que eran el preludio de todo galanteo.
Se aproximaba a él tímida, vacilante, pero sin rubores que alterasen su palidez, como si lo extraordinario de las circunstancias hubiese vencido a su antiguo encogimiento.
Las palabras alemanas, al surgir rudas y sonoras por entre sus barbas de cáñamo rojo, provocaban en los balconajes una explosión de carcajadas y rubores femeniles.
Charlaba la anciana, y yo, más atento a la joven que a la conversación de mi tía, me gozaba en los rubores de la doncella que, medio envuelta en el rebozo, huía de mis miradas como si hubiera cometido un delito.
-Los laureles -dijo la beata- no caen mal sobre una frente serena que puede alzarse ante el tribunal de Dios sin los rubores del pecado.
Lo que se puede bien llamar juventud dorada del clero de la capital, tan envidiada por sus colegas de la montaña, que según ellos mismos se embrutecían a ojos vistas, la juventud dorada acudía sin falta todas las tardes de otoño y de invierno que hacía bueno al Espolón, iba lo que se llama reluciente, parecían diamantes negros, y sin que nadie tuviera nada que decir, presenciaban las idas y venidas de las jóvenes elegantes, y los que eran observadores podían notar las señales del amor, de la coquetería, en gestos, movimientos, risas, miradas y rubores.
su sonrisa muerta en un asombro de rubores!.
-Entendido, ¡sus rubores! ¡la moral!.
Eran suavísimas dulzuras las de aquellos hombros, las de aquellos brazos, las de aquellos dedos de la mano diestra tendidos en puente protector de rubores deliciosos ante las flores castas de los senos, y las de aquella otra mano de pudor que amparábase el regazo, eran bravuras de gentil ondulación, de soberana armonía, las de la cadera y los muslos, serenamente turbada su apacibilísima amplitud en las rodillas finas, en la pierna noble, por un juego ideal de relieves musculosos.
Y el fervor del solo recuerdo en esta confesión alzó una humillante niebla de rubores por el alma de la hermana: ella, en una Orden que era más de enseñanza que de rigor de disciplina, jamás había llevado la devoción hasta la material tortura de su carne.
-Ya le he dicho a usted que no ha pecado en ello -dijo aquí Irene, disimulando mal la curiosidad mezclada de zozobras y rubores, y que la iba poseyendo a medida que avanzaba el relato de doña Mónica,- pero quisiera yo que llegáramos cuanto antes al asunto que aquí la trae.
Reunió algunas circunstancias, algunas fechas, ciertos rubores y palideces de Cosette, y se dijo:.
Á ustedes, á todos nosotros -añadió con voz torpe, con rubores de mozalbete en galanteo-, seguramente nunca resbaló por aquellas aguas una embarcación tan digna de ser admirada y envidiada como ésta.
Una taza de café o de té, enormes cigarros habanos, licores, más champaña para los que lo deseaban -Coen, el político influyente, Ferrando, el otro highlife, varios jovenzuelos-, bombones para las niñas, monadas de madama Coen, dirigidas ya abiertamente a Ferrando, con abandono de mi humilde persona, una o dos frases pseudoamables, pero bien perversas, de la demoiselle de compagnie, sobre la demoníaca maldad de los hombres y lo inane de las riquezas, lagrimitas de mamá Irma, rubores y balbuceos de Eulalia, risotadas jubilosas de Rozsahegy, cálculos tele-futuros de Coen -vidente de lo que yo podría hacer con mi nombre y con «nuestra» fortuna al cabo de diez años-, sonrisas entendidas de los mundanos, comentando el chisme sensacional que yo les proporcionaba inesperadamente para el club y las tertulias medianochescas de Matilde y la Calandraca, puntos de reunión de aquel tiempo de lo más granado de la sociedad oficial, militares y paisanos, continuos paseos de los sirvientes de librea, ofreciendo vinos, refrescos, helados, sandwichs y bombones a los comensales de un patrón que fue quizá su camarada, un poco de música, unas vueltas de vals.
A los diecinueve años, con asomos de barba y más estatura y más cuerpo que el general, Rodriguito apenas conocía la maldad humana: habíase educado muy sujeto, muy en las faldas de su madre, y sus mejillas aún no habían olvidado los rubores de la niñez.
Fue aquello como un paréntesis de luz en la negrura de su vida, y esa vida tuvo un mes de rubores, de sonrisas y de éxtasis.
:::y los vivos rubores borrarán de su frente.
Convierte con mágico poder una muchacha en paralítica de la luna, o llena de rubores adolescentes a un viejo roto que pide limosna por las tiendas de vino, da con una cabellera olor de puerto nocturno, y en todo momento opera sobre los brazos con expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos.

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