Ejemplos con renegridos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los muebles eran viejos, macizos, lustrosos, en las alcobas camas enormes de madera sin pabellón, en las paredes colgados grandes cuadros al óleo renegridos y confusos.
Era de elevada talla, enjuto de carnes, carilargo, los brazos tenía desproporcionados, la nariz achatada, los ojos saltones, o a flor del rostro, la boca chica, y tanto que apenas cabían en ella dos sartas de dientes ralos, anchos y belfos, los labios renegridos, muy gruesos y el color cobrizo pálido.
El Buscador de Oro era un joven de su edad, la piel pegada sobre los huesos planos del rostro y palidísima, y renegridos ojos vivaces.
Era éste un hombre de elevada estatura, lívido y ojos renegridos.
Como hacía calor se había quitado el saco, y así descaradamente en cuerpo de camisa, giraba sus renegridos ojos saltones sobre los jugadores de billar.
Acababa de trenzarse el pelo largo y grueso, con reflejos azules como el pecho de los renegridos.
El seno opulento batía con rabia dentro de la jaula de hierro del corsé, las piernas nerviosas hacían crujir la zaraza de la polera acartonada con el baño de almidón: el rostro, que tenía el color y la aspereza de los duraznos pintones, resultaba un tanto pálido, emergiendo del fuego de una golilla de seda roja, los renegridos cabellos, espesos como almácigo, rudos, indómitos, hacían esfuerzos de potro por libertarse de las horquillas, y las peinetas que los oprimían, las pupilas tenían el oscuro, misterioso y hondo, del agua dormida en la lejana entraña del pozo, y los labios, color de ladrillo viejo, apetitosos como picana de vaquillona, se estremecían de vez en cuando, con un estremecimiento semejante al de un pedazo de pulpa arrancado de la res recién muerta.
Adornadas de anchas y tiezas golillas, que rodeaban sus cabezas como una redoma de pliegues, arrastraban enormes vestidos de cola, que tres o cuatro lacayos renegridos como el ébano iban suspendiendo por detrás, para que no tocasen con la finura de sus telas el pavimento de las veredas: y como acudían por familias iban precedidas de dos o más lacayos, que llevaban bien desplegadas por delante riquísimas alfombras de tripe.
Bajo y grueso, con la barba blanquecina y los bigotes amarillos por el abuso del tabaco negro, la melena entrecana, los ojos pequeños y renegridos, semiocultos por espesas cejas blancas e hirsutas, la tez tostada, entre aceitunada y rojiza, don Inginio parecía físicamente un viejo león manso, moralmente era bondadoso en todo cuanto no afectaba a su interés, servicial con sus amigos, cariñoso con su hija, libre de preocupaciones sociales y religiosas, de conciencia elástica en política y administración, como si el país, la provincia, la comarca, fueran abstracciones inventadas por los hábiles para servirse de los simples, socarrón y dicharachero en las conversaciones, a estilo de los antiguos gauchos frecuentadores de yerras y pulperías.
Ahora, Platero, en este sol suave del otoño, que hace de los vallados de arena roja un incendio mas colorado que caliente, la voz de ese chiquillo me hace, de pronto, ver venir a nosotros, subiendo la cuesta con una carga de sarmientos renegridos, al pobre Pinito.
El sol empezaba a decorar la escena con sus ráfagas de oro abrillantando los muros renegridos, en los que las enredaderas lucían acá y acullá sus verdinegros encajes y sus cárdenas campanillas.
La señora Pepa penetró en la habitación, sobre el encallecido pelo amplio pañuelo de hierbas anudado en la frente, en la mano la escobilla de blanqueo y algunos manchones de cal en el rostro y en los renegridos brazos, que dejaban ver las arrolladas mangas de la chaquetilla.
Las primeras claridades del día iluminaban vagamente el paisaje, la venta del Caracolo presentaba pintoresco golpe de vista, el señor Juan el Pistola, de pie en el umbral, empleábase, como de costumbre, en tejer larga pleita con el esparto que sacaba del abultado haz que sujetaba bajo la axila, el Perezoso, un zagalillo greñudo y atezado, parecía empeñadísimo en justificar su mote con una interminable serie de bostezos, a la vez que daba suelta a la reducida piara que a diario tenía que conducir a la montanera, Márgara, desnudos los renegridos brazos, recogida la falda, que dejaba ver el encarnado zagalejo, y cubierta la cabeza por un pañuelo de hierbas atado en la nuca, barría la planicie situada bajo el viejo parral que le daba sombra grata en los ardientes días de estío y no cerraba el paso a las caricias del sol en los invernales, y el Caracolo colocaba a la yegua el pesado yugo a la vez que canturreaba con voz algo ronca:.
«La Muñeca», nombre con el cual no sabemos por qué hubieron de bautizar la nueva Pescadería, brillaba a los abrasadores rayos del sol con sus edificios de madera casi todos y pintarrajeados de los más vivos colores, adaptados en su mayoría y del modo más caprichoso y pintoresco a las exigencias de la industria, acá y acullá, bajo los amplios cobertizos, mozos atezados llenaban unos los serones de pescado que colocaban entre verdes hojas de palma, en tanto otros, bañaban en tinte de pino las larguísimas redes, los más viejos y menos ágiles, los renegridos veteranos entreteníanse en hacer mallas, sentados en el duro suelo al abrigo de algunos sombrajos, agrupábanse los cenacheros, cenacho al hombro, alrededor de los grandes depósitos de madera rebosante de sardinas para hacer postura al artículo que pregonaba con monótono sonsonete el pregonero.
Rosario había preparado previamente la reja, y brillaban en los limpios tiestos recién regados la verde albahaca, algunos grandes clavelones que amenazaban romper a su peso los cimbradores tallos, y el jazmín, limpio de hojas secas, que se retorcía en floridas ramificaciones por entre los renegridos hierros.
-Ya la cogiste, so pendón, so jartico de roar, so Pijolín, so don Vergüenza Perdía -gritó la señora Pepa la Tabardillos, dignísima consorte del Biznaguero, penetrando en la taberna chancleteando, con el rugoso semblante lleno de indignación, y puestos en jarra los brazos escuálidos y renegridos.
Era el jinete un gallardo porteño, algo moreno de rostro, y de tan expresiva fisonomía, que aun cuando cerraba los labios, hablaba con elocuencia irresistible a los corazones por medio de dos ojos renegridos como la noche.
En el momento en que le sacamos a escena, Antonio, luciendo un pantalón de lienzo de achulado corte, ceñidor color de grana que hacía más intenso el blancor de la pechera adornada con amplio tableado, reducido pañuelo de seda azul a guisa de corbata, y sobre la sien flamante gorrilla, dejaba vagar -repetimos- su mirada distraída por el patio, sin enterarse sin duda de lo intensamente que fulgían los geranios y las margaritas en los maltrechos arriates, de lo espléndidamente que decoraban los muros, renegridos, las trepadoras con sus a modo de faldellines, salpicados de azules campanillas, del artístico golpe de vista que presentaban Rosario la Jaquetona, poniendo de relieve sus arrogancias estéticas, golpeando con el cubo, para poder llenarlo, en las aguas dormidas del pozo de brocal de piedra carcomida, y el gato, que se desperezaba al sol con felinas elegancias, y el gallo, que prisionero entre carrizos, lucía los más bellos tornasoles en la bien alisada pluma.
Además de los representantes del sexo viril, no el mas débil dejaba de tener allí representación valiosísima, y sentadas, acá y acullá también, sobre el mal empedrado suelo, lucían sus haraposas vestiduras de colores, si vivos un tiempo, ya un tantico apagados por antiguas suciedades, los semblantes renegridos, algunos de gracioso perfil y ojos magníficos, los pies descalzos y el principio de la pantorrilla curtidos por la intemperie y el pelo sucio y aceitoso, cayéndole sobre la nuca en enorme castaña, engalanado con alguna flor de tallo larguísimo y de perfumado broche.

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