Ejemplos con regocijaban

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Sus condiscípulos de la isla, al volver durante el verano, regocijaban a los contertulios de los cafés del Borne con el relato de las aventuras de Febrer en Barcelona.
Como hombre de poca delicadeza natural y de cultura rudimentaria, no era, ni mucho menos, un modelo de discreción, y a veces tenía salidas de patán que le regocijaban muchísimo.
Revestía Fernanda su rostro de glacial indiferencia al oír estas cosas, y los padres y tíos se regocijaban creyéndola convalecida de la grave enfermedad de amor.
Aún no había terminado Segismundo su bella oración, aún se regocijaban los oyentes de abajo y arriba con la admirable ilación discursiva, cuando don Wifredo vio aparecer en la primera grada de la tribuna la procesora estampa de un caballero.
De aquellas dos logias infantiles, que yo conocí en la calle de las Tres Cruces y en la de Atocha, y donde se regocijaban con candorosas ceremonias unos cuantos desocupados, salieron la famosa logia de la , la de , la sociedad de caballeros y damas , la de los de Salamanca, la Gran logia nacional que estuvo en el edificio ocupado antes por la Inquisición, la logia de Santiago el Mayor en Sevilla, y las de Jaén, Orense, Cádiz y otras ciudades.
Al anuncio de las rifas se regocijaban mis paisanos, y huía de Villaverde la budística tristeza que de ordinario la consume.
Asistiendo, como auxiliares o como meras espectadoras, a estas santas tareas, algunas monjas se regocijaban oyendo a Tilín la relación de sus proezas, siendo de observar que el héroe de ellas, antes de aminorarlas con la modestia las acrecía con el frecuente uso de la hipérbole, presentándolas con tal grandor que las buenas señoras se quedaban embobadas ante tanta maravilla creyendo ver resucitado el tiempo de la caballería andante.
Miraba a todas horas el reloj que era también de , como el de aquella horrible noche de Sevilla, pero el pájaro de Puerto Real me era simpático y sus saluditos y su canto regocijaban mi espíritu.
Juan se regocijaban en el balcón, llamando a Nicolasito Hernández con el apodo que tanto le hacía rabiar, y acercándose con toda cautela a uno de los costureros que en la sala había, colocó dentro de él media onza que le quedaba del juego.
Llevole la turba a un campo cercano donde algunos robustos árboles convidaban a aquellos cafres a colgar del alto ramaje el cuerpo del infeliz enemigo vencido e indefenso, y mientras se consumaba el sacrificio, se regocijaban con la idea de repetir la función en la persona de aquel a quien llamaban el sacristán, a pesar de que su aspecto no indicaba tan humilde oficio.
Cuando pasaban junto a un farol, ambos se miraban y como que se regocijaban más, contemplando respectivamente su dicha propia, reflejada en el semblante del otro.
Multitud de poetas y de tocadores de arpas, tímpanos y salterios, le regocijaban de continuo.
Sintiéndola, recogiéndola en su corazón, se regocijaban y hacían sonar todo el tesoro de su sueño en joviales coloquios, cuando de improviso distrajeron su interés unos lastimeros ayes que venían de unas breñas cercanas.
Así, pues, un hermoso día de abril, en que los pájaros y las flores se regocijaban porque un sol radiante iluminaba los pintorescos tejados de la coronada villa, Luisa, vestida de gro blanco y pieles de armiño, colocada en sus rubios cabellos la virgínea corona de azahar, de cuyos temblorosos pétalos parecían escapar brillantes gotas de rocío, entregaba su mano a Carlos, y no bien concluida la ceremonia, la joven cambiaba su cándido vestido por otro de viaje y se metía en el ferrocarril con su marido.
Sus ardientes rayos lo bañaban, lo regocijaban y lo doraban todo.
Cuando trasmontó los cerros de su pueblo y entró en el colegio donde veía niñas alegres y madres que de vez en cuando las visitaban para besarlas, y padres que se regocijaban en ellas, cuando supo que en los usos ordinarios del mundo no se imponían a los niños castigos bárbaros por faltas propias de la edad, que no se acallaba un lloro con una bofetada, ni se curaba el miedo que infunde a un inocente un cuarto obscuro, encerrándole en él por toda una noche, cuando se penetró, en suma, de que el cariño tiene sus manifestaciones propias e inequívocas, y que jamás son éstas la cara hosca, la mano airada o la palabra seca y punzante, sintió su corazón oprimido, y algo como vergüenza de decir quién era su familia y en qué rincón de la tierra se guarecía, envidió la suerte de aquellas compañeras que gozaban una dicha que jamás ella había conocido, ni conocería ya, y notó que su espíritu se embravecía delante del bien ajeno.
Porque Nipsio, viendo que en todo el pueblo no había quien tuviera juicio, sino que la muchedumbre estaba entregada a músicas y embriagueces desde el día hasta alta noche, y que los caudillos se regocijaban también con aquellas fiestas y no se, cuidaban mucho de hacer su deber con unos hombres beodos, aprovechando hábilmente la ocasión, acometió a la muralla y apoderándose de ella y destruyéndola, dio suelta a los bárbaros, diciéndoles que hicieran de los ciudadanos que les vinieran a las manos lo que quisieran o pudieran.
Los sobrinos, presuntos herederos de aquellos vastos dominios, se regocijaban interiormente al pensar que uno de ellos sería el sucesor de sus inmensas riquezas y podría disponer un día de sus pueblos y de sus vasallos.
Desde entonces, reconociendo a los soldados, les hacían agasajos, y en viéndolos éstos en las marchas se regocijaban, esperando algún buen suceso.
Los hermanos mayores lo abrazaban con lágrimas en los ojos, todos se regocijaban entre sí y una marcha triunfal y deliciosa con sus inefables melodías en los cielos estrellados de Urania.

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