Ejemplos con rameada

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Por los cristales agujereados entraba el soplo gélido de los huracanes, y la colcha rameada de la camita temblaba estremecida por aquellas ráfagas yertas, que adquirían voz de sortilegio y de amenaza.
Estaban los muebles en desorden y empolvados, las sábanas del lecho amarillentas y mal zurcidas, y sobre la colcha rameada, tumbado como un despojo, el Niño Jesús, calvo y tuerto, lleno de heridas y con la túnica desgarrada.
Era una antigua payesa que aún conservaba el traje de su pueblo: jubón obscuro, con doble fila de botones en las mangas, falda clara y rameada, y cubriendo su cabeza el rebocillo, blanco velo sujeto al cuello y al pecho, por debajo del cual se escapaba la gruesa trenzaque llevaba postiza y muy negrarematada por largas cintas de terciopelo.
Xuantipa se ataviaba a la usanza, llamativa y gentil, de las menestrales: pañuelo de seda amarillo al cuello, pañoleta de Vergara, de colores vivísimos, cruzada al pecho y anudada a la espalda, falda de cretona azul, rameada en blanco.
La estancia era grande y señoril, sillería y paredes vestidas de seda carmesí rameada de blanco.
Abrió los ojos trabajosamente, y vio el sol al través de un ventanillo con hierros, unas paredes blancas y una cama con cobertor de percalina rameada y sucia.
Ventura, tendido en el lecho debajo de una colcha que en su juventud fue blanca rameada de rojo, la cabeza casi invisible de los vendajes que la oprimían, los brazos fuera, vestidos de amarillenta lana, todo él con aspecto tan fúnebre, que al echarle la vista creímos que estaba ya muerto.
Más muerta que viva levantose Doña Leandra, y echándose una falda y cubriéndose con la colcha rameada, que fue lo que encontró más a mano, corrió al lado de su esposo, el cual, al verla entrar en tal disposición, silenciosa por no traer zapatos, se estremeció de susto, creyendo que le visitaba algún fantasma o alma del Purgatorio.
Bruno, sentado junto al lecho, humillaba su frente de contra la colcha rameada y el mantón de su esposa, que como suplemento de abrigo hasta la altura del seno la cubría, y Gavilanes, casi imperceptible por el lado de la pared, rezaba las oraciones de encomendar el alma.
Abultaban su volumen una docena de zagalejos bajo la rameada falda, y cuando se sentaba abría las piernas de tal modo, que, combándose las ropas, formábase entre sus muslos de yegua rolliza un abismo insondable.
Aplicad el oído, ya que la cortineja de indiana rameada no permita dirigir hacia dentro la vista, y oiréis una voz sonora y grandilocuente, ante cuya majestad las de Demóstenes y Mirabeau serían un pregón desacorde.
Uno de los varios relojes de pared colgados en la tienda sonó, la media para las doce, y al punto mismo se abrió la entornada puerta, y entró un mascarón, de esos de colcha rameada y escoba en ristre.
Ventura, tendido en el lecho debajo de una colcha que en su juventud fue blanca rameada de rojo, la cabeza casi invisible de los vendajes que la oprimían, los brazos fuera, vestidos de amarillenta lana, todo él con aspecto tan fúnebre, que al echarle la vista creímos que estaba ya muerto.
Si esto pensaba cuando la doncella y peinadora la estaban vistiendo, luego que se vio totalmente ataviada y pudo contemplarse entera en el gran espejo del armario de luna, quedó prendada de sí misma, se miró absorta y se embebeció mirándose, ¡tan atrozmente guapa estaba! El peinado era una obra maestra, gran sinfonía de cabellos, y sus hermosos ojos brillaban al amparo de la frente rameada de sortijillas, como los polluelos del sol anidados en una nube.
Las paredes sucias, forradas de un papel con casetones repetidos, llenos de pastorcitas, ofrecían una superficie rameada y pringosa.
Unas cortinillas blancas, de muselina rameada, en las vidrieras, completaban el lujo visible de aquella humilde vivienda que, sin exagerar, cabía toda en el ostentoso salón de la familia Valenzuela.
Y tal era su ilusión, que en aquel momento, entre la algazara del banquete, entornando los ojos, le parecia que se transformaba, que su rostro vulgar y moreno dulcificábase con expresión celestial, que se elevaba de su asiento, que su falda rameada y su pañuelo de pájaros y flores, convertiase en cerúleo manto, lo mismo que en la otra, cuya belleza se ensalza con los más dulces nombres que ha producido idioma alguno.
La doncella abrochaba la falda de seda rameada azul oscuro, y prendía con alfileres la pañoleta de encaje, sujeta al pecho por una cruz de brillantes y zafiros -el último obsequio de.

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