Ejemplos con rameado

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En la sacristía cuelga un diminuto espejo con marco de talladas hojas de roble, y un aguamanil blanco rameado de azul pone en la pared su nota gaya.
Grima sentí al ver el odioso pantalón, un levitín de paño y un chaleco rameado, que me parecieron prendas de malísimo corte, en mediano uso todavía, no mal apañadas de zurcidos y arreglos.
Varios jergones de hoja de maíz cubrían el tablado: cuatro mantas cosidas unas a otras formaban la cubierta común de los ocho, y junto a la pared yacían destripadas y mustias algunas almohadas de percal rameado, brillantes por el roce mugriento de las cabezas.
Bastábale entrar en su alcoba para presentar en cartuchos de onzas cuanto dinero se le pedía, y a pesar de esto, fuera de los días de Corpus, en que sacaba del fondo del arca el frac de color castaña y el sombrero de seda, nadie le había visto con otro traje que un eterno pantalón de cuadros, chaqueta de fustán, chaleco de terciopelo rameado y gorra de ancho plato.
En invierno vestía otro pantalón por el estilo, de paño de Ohanes, chaleco de seda, rameado, de vivos colores, y levita negra, muy alta de cuello, muy larga de faldones y muy estrecha de mangas, aunque no de puños.
Es el ingenio bordador de los pañuelos de Manila, el inventor del tipo de rameado más vistoso y elegante, el poeta fecundísimo de esos madrigales de crespón compuestos con flores y rimados con pájaros.
Por fin una mujer agitanada y con faldas de percal rameado, el talle muy bajo, un pañuelo caído por los hombros, el pelo lacio y la tez crasa y de color de , se pareció por allí de repente, y quiso dar una lección a las vecinas delante de las señoras, diciendo que ella tenía agua de sobra para y a aquel ángel.
En dos testeros de pared cubierta de un papel muy oscuro rameado de oro, había dos retratos de mujer.
En los muros, tapizados de un verde oscuro rameado de otro más claro, veíanse algunas cornucopias enormes con figurillas grabadas en el cristal.
Durante él habló Fonsa varias veces con su atento obsequiante, o mejor dicho, novio, perdió el miedo que le causaban antes la gente y el bullicio de la calle y las pejinas de la fuente, adquirió, por regalo de su señora, una casabeca, y por anticipo sobre su soldada, un vestido de percal rameado y unas botas de lienzo de color de tórtola con trencillas verdes, bailó cuatro tardes en el Reganche, adquirió algunas amigas íntimas entre aquellas mismas criadas veteranas que tanto respeto la infundían al principio, y se convenció de que, a pesar de sus remilgos y casabecas, eran tan bestias como ella, aprendió en su escuela a reírse a gritos sin saber de qué, y a estarse una hora, con la herrada llena sobre la cabeza, diciendo tonterías a otra que tal en medio de la acera, fue tres veces tarde a casa, y llevó por estas tres faltas graves tres sermones en tiple de la señora, volvió a ésta tres respuestas nada reverentes, y por la última de ellas fue conminada con la pena de ser puesta de patitas en la calle si reincidía en semejante falta, habló con sus amigas de este asunto, y quedó convencida de que su ama era gruñona, y además roñosa, porque le trancaba los garbanzos, el azúcar y el chocolate, se atrevió a buscar dos veces casa sin el consentimiento de su familia, se permitió algunas burlas de las aldeanas que llegaban a servir a la ciudad en las mismas condiciones en que había llegado ella poco antes, trocó su aire antiguo de marcha, rígido y empinado como el mango de una escoba, por un exagerado contoneo, soltó el moño tradicional de su recia cabellera para reemplazarle por el moderno rodete, y fijó bien en la memoria las palabras abuja, endimpués, bujero, cudiado, sastinfecho, bolpe, juegar y otras por el estilo del lenguaje fino fregonil, y algunas muletillas de igual procedencia, como ¡Ya baja! ¡A la vuelta lo venden tinto! ¡Cómo no, morena!.
¿Cuál es, indudablemente, la utilidad escénica de esa arqueología, extraño terror de los críticos, sino única y exclusivamente que es ella y sólo ella la que puede proporcionarnos la arquitectura y el aparato que convengan a la época en que se desarrolle la acción? Gracias a ella podemos ver a un griego vestido como los griegos de verdad y a un italiano como a un italiano auténtico, gracias a ello gozamos de las arcadas venecianas y de los balcones de Verona, y si la obra se refiere a alguno de las grandes eras de la historia de nuestro país, se nos da la posibilidad de contemplar esa época bajo su verdadero adorno y al rey bajo el traje que llevaba en la vida real, y, de paso, me pregunto qué hubiese dicho lord Lytton hace algún tiempo en el Princess Theatre si el telón se hubiese levantado sobre la obra Brutus, de su padre, y el personaje principal apareciera descansando ¡sobre una silla del tiempo de la reina Ana, cubierto con un peluca flotante y vestido con un batín rameado, traje considerado en el último siglo como especialmente apropiado para un romano de la antigüedad!.
De viejo paño de terciopelo rojo rameado de oro de bizantina magnificencia, empalidecido por los años, surgía el bloque de nevada albura.
Isidora tenía propósito de deshacerse a la primera oportunidad de aquellas horrorosas sillas de tieso respaldo, con cuyo damasco rameado había lo bastante para media docena de casullas, y aún sobraba algo para vestir un santo y ponerle de tiros largos.
La sala lucía sillería de damasco amarillo rameado, en imitación de palo santo, dos espejos negros, y alfombra de moqueta de la clase más inferior, dos jardineras de bazar y un centro o tarjetero de esas aleaciones que imitan bronce, ornado de cadenillas colgando en ondas, y de piezas tan frágiles y de tan poco peso que era preciso pasar junto a él con cuidado, porque al menor roce daba consigo en el suelo.
Grima sentí al ver el odioso pantalón, un levitín de paño y un chaleco rameado, que me parecieron prendas de malísimo corte, en mediano uso todavía, no mal apañadas de zurcidos y arreglos.
No desplegó los labios en todo el día ni en la primera parte de la noche, pero atenta a todo, y sin perder ripio de cuanto ocurría en su derredor, fuese hinchendo de iras y de indignaciones, y en cuanto se vio a solas con su marido en el conyugal dormitorio, echó la llave por dentro y rompió a hablar de esta manera, plantificada delante de don Roque, el cual en aquel instante acababa de sacar un brazo de la correspondiente manga de su bata de percal rameado:.
Dolores, que podría contar veinte abriles, era de cuerpo cenceño y gentil, de semblante agraciado y de tez en que la vida desbordaba en cálidas entonaciones, de ojos de mirar risueño, de boca fresca y fragante y de pelo abundantísimo, cuidadosamente recogido bajo un pañizuelo color de grana, como de color de grana era el zagalejo que cubría su airosa figura, adornada además con un corpiño de percal rameado, amplio delantal de mallorquín y recios zapatones de vaqueta.
La veía como antaño, sin tocas ni sayal, sin vejez, sin arrugas, alegre, reidora, vistiendo de brocatel rameado, tapando la boca con el abanico de marfil, la veía alzar el pie en un minueto de Palacio, y el pie calzaba estrecho zapatito de tafilete azul, y la media era calada, de torzal.
Después fue costumbre ponerle a nuestro protagonista un vestido verde rameado de flores, un ramillete en una mano, y en la otra el signo de Géminis, representado por los gemelos Cástor y Pólux.
De su traje no hay que decir, por ser cosa de cajón entre la gente rica de aquellos pueblos, que consistía en unas albarcas de piel de toro, tomiza y parella, medias de lana, calzón corto, de paño burdo muy oscuro, chaqueta de lo mismo, chaleco celeste, de raso, rameado de amarillo, canana de cuero en vez de faja, y un enorme sombrero, bajo cuya ala, ribeteada de felpa, sesteaba muy cómodamente toda su autoridad.

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