Ejemplos con quijadas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Sobre la cabeza tiene adornos compuestos de quijadas con grandes colmillos y serpientes en vez de pelo.
Retornó a los dos años trayendo consigo gente negra, sillas de latón, pellejos y quijadas de caballos que fueron conservadas en la fortaleza de Sacsayhuamán.
Sus largas quijadas tienen labios rojos, dientes de metal, una larga lengua gris, y producen gran cantidad de saliva.
Cuerpo alargado, poco comprimido, tronco redondo, cabeza pequeña y corta, dientes caniniformes sobre quijadas y paladar.
Tiene cuerpo ancho, bajo, sin escamas, cabeza deprimida, ojos pequeños, boca ancha de quijadas, sin dientes, sin radios espinosos en las aletas, aleta dorsal fuerte y corta.
Se caracterizaban por tener cuerpos robustos y anchos, cabezas grandes con dientes enormes que sobresalían en las puntas de sus quijadas y cuatro aletas grandes como remos que les daban mucha velocidad en un impulso.
Desde allí, Aldao había marchado a San Luis, donde había vencido a los Videla, en la batalla de Las Quijadas, acompañado por Pablo Lucero, que poco después fue electo gobernador.
Raposo coge un rodrigón gordo, lo parte en cuatro y procura atravesarle un pedazo a Platero entre las quijadas.
Su estómago delicado no puede resistir los cereales y los cadáveres que alimentan a la hormiga, bestia feroz de quijadas triturantes y patas cortadoras.
Como sobre este punto se moviera ligera discusión en el corrillo, el buen zamorano, mascando un puro rebelde al fósforo y a las quijadas, prosiguió así:.
Por hábito y gusto fumaba el hombre los apestosos cigarros que en Italia llaman , consistentes en un luengo y nefando cachirulo que lleva en su ánima una paja, sin la cual no hay quijadas que los hagan arder.
Daba cuenta Doña María de las casas y posesiones de los Quijadas en Peralvillo, enumerando las granjas, paneras, abrevaderos, palomares, corrales y hasta los pares de mulas.
Enumeró Doña María todas las familias enlazadas con los Carrascos y los Quijadas, y a Doña Leandra no se le olvidó en la cuenta ninguno de los parientes y deudos de la Torrubia ni de su difunto esposo, Mateo Montiel, a quien Bruno había tratado íntimamente.
La gente parábase entre asombrada y curiosa, el cochero reía abriendo sus quijadas de a palmo, y el vejete, cabizbajo, como si todo aquello no rezase con él, escurríase discretamente entre el gentío.
Por los desiguales tejados paseábanse gatos de feroz aspecto, flacos, con las quijadas angulosas, los ojos dormilones, el pelo erizado.
La monumental sopa de pan rehogada en grasa, con chorizo, garbanzos y huevos cocidos cortados en ruedas, circulaba ya en gigantescos tarterones, y se comía en silencio, jugando bien las quijadas.
Don Mauro estiró los brazos en cruz, luego cerrando los puños, levantolos hacia arriba como si quisiera coger el techo, descoyuntose las quijadas, cayeron luego ambas manos sobre la mesa con estruendosa pesadez, y habló así:.
A esto contribuía la falta absoluta de dientes, que, habiendo hecho de la boca una concavidad vacía, determinaba en sus labios y en sus mejillas depresiones profundas que hacían resaltar más la angulosa armazón de sus quijadas.
Alrededor de su boca, que no era más que una hendidura, y encima de sus quijadas, que no eran otra cosa que una armazón, crecía un vello tenaz, los fuertes retoños blancos de su barba que, afeitada semanalmente en cuarenta años, despuntaban rígidos y brillantes como alambres de plata.
Quedó don Quijote, después de desarmado, en sus estrechos greguescos y en su jubón de camuza, seco, alto, tendido, con las quijadas, que por de dentro se besaba la una con la otra, figura que, a no tener cuenta las doncellas que le servían con disimular la risa que fue una de las precisas órdenes que sus señores les habían dado, reventaran riendo.
Don Quijote, como vio todo aquel mazo de barbas, sin quijadas y sin sangre, lejos del rostro del escudero caído, dijo:.
Yéndose, pues, poco a poco, porque el dolor de las quijadas de don Quijote no le dejaba sosegar ni atender a darse priesa, quiso Sancho entretenelle y divertille diciéndole alguna cosa, y, entre otras que le dijo, fue lo que se dirá en el siguiente capítulo.
¿Qué te podría decir del adorno de su persona? ¿Qué de su gallardo entendimiento? ¿Qué de otras cosas ocultas, que, por guardar la fe que debo a mi señora Dulcinea del Toboso, dejaré pasar intactas y en silencio? Sólo te quiero decir que, envidioso el cielo de tanto bien como la ventura me había puesto en las manos, o quizá, y esto es lo más cierto, que, como tengo dicho, es encantado este castillo, al tiempo que yo estaba con ella en dulcísimos y amorosísimos coloquios, sin que yo la viese ni supiese por dónde venía, vino una mano pegada a algún brazo de algún descomunal gigante y asentóme una puñada en las quijadas, tal, que las tengo todas bañadas en sangre, y después me molió de tal suerte que estoy peor que ayer cuando los gallegos, que, por demasías de Rocinante, nos hicieron el agravio que sabes.
Pero, como vio que la moza forcejaba por desasirse y don Quijote trabajaba por tenella, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre, y, no contento con esto, se le subió encima de las costillas, y con los pies más que de trote, se las paseó todas de cabo a cabo.
Querría suplicaros, pues os vais, y allá habrá muchos y acá no se hallan, por el bien parecer, que ando muy desabrigado, que me enviéis algún mondadientes, que como yo le traiga en la boca todo me sobra, que soy amigo de traer las quijadas hechas jugador de manos, y al fin se masca y se chupa, y hay algo entre los dientes y poco a poco se roe, y si es de lentisco es bueno para las opilaciones.
En cuanto el can diabólico me divisaba, me conocía, estiraba la cola, se apoyaba en las cuatro patas dobladas, quedando en posición de asalto, contraía las quijadas y mostraba dos filas de blancos y agudos dientes.
No habiendo parecido entenderlo el Año expirante, el médico separó las quijadas que se entrechocaban, y puso la cuchara llena entre los resecos labios.
El pescuezo y las quijadas se escondían entre los foques de un navajero muy planchado y una corbata negra de armadura, con el nudo atrás, oculto por el cuello de la levita, o gabán, pues de ambas prendas tenía algo la que él usaba.
Y hablando así, Schakalik empezó a mover las quijadas, a mascar y a tragar como si lo hiciera realmente.
Estos, con las muelas ajenas, y no ver diente que no quieran ver antes en su collar que en las quijadas, desconfían a las gentes de Santa Polonia, levantan testimonios a las encías y desempiedran las bocas.

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