Ejemplos con procesión

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La procesión andará por dentro, se repudrirá, dejará escapar una que otra pulla, pero, en general, se comprime.
Conmovíase la catedral con la proximidad de la procesión.
Iban llegando a la catedral los invitados a la procesión: señores de la ciudad con traje negro, profesores de la Academia en traje de gala, con todas sus condecoraciones, oficiales de la Guardia civil con su uniforme que recordaba el de los soldados de principios de siglo.
Su Eminencia no había bajado al coro ni asistiría a la procesión.
Los gigantones ya no los alinean ante la puerta del Perdón, y la procesión es cualquier cosa.
Abajo mugía la máquina de vapor, dando bufidos espantosos que se transmitían por las múltiples tuberías, rodaban poleas y tornos con un estrépito de mil diablos, y por si no bastase tanto ruido, las hilanderas, según costumbre tradicional, cantaban a coro con voz gangosa el , el y el , con la misma tonadilla del llamado Rosario de la Aurora, procesión que desfila por los senderos de la huerta los domingos al amanecer.
Hociqueaba con hostilidad toda la procesión de faldas entrante y saliente, y gruñía como si deseara morder, conteniéndose por no dar un disgusto a sus amos.
capitaneaba a sus amigos los músicos, preparaban éstos sus instrumentos para saludar al apenas transpusiese la puerta, y entre el desorden y el griterío con que se iba formando la procesión gorjeaba el clarinete, hacía escalas el cornetín y el trombón bufaba como un viejo gordo y asmático.
Batiste, solo bajo la parra, sin abandonar su postura de oriental impasible, mordía su cigarro, siguiendo con los ojos la marcha de la procesión.
La noticia, esparciéndose por la vega, hacía venir como en procesión a todas las gentes de una legua a la redonda.
Acercábase el epílogo de la procesión.
Aquellos señores, sin acordarse del motivo que les obligaba a andar por las calles en procesión, hablaban de los negocios, de la fuga de Morte, con gran estallido de fin de mes, y de la desesperada situación de los discípulos del famoso banquero.
En la plazuela, los balcones estaban repletos de gente, como si esperase el paso de una procesión.
Lo cierto era que desde el anochecer, toda una procesión de clientes, anonadados unos y amenazantes otros, entraban en las oficinas del banquero, no encontrando otra cosa que las mesas abandonadas y algunos empleados quejumbrosos y todavía no convencidos de la ruina de su principal.
Por el lado opuesto, por la avenida central, donde estaban establecidos los pabellones de baile, marchaba la gente distinguida , con parsimonia, como en una procesión, mirando con el rabillo del ojo a los que estaban en las compactas filas de sillas, o deteniéndose un instante para contemplar las parejas que danzaban en los pabellones.
A todo galope de los briosos caballos bajaban carretelas y berlinas, y por las aceras del paseo desfilaban lentamente, con paso de procesión, las familias endomingadas.
Que Dios nos conserve a todos la salud, para ver la procesión.
Cuando ya la procesión había salido de la plaza y la escolta de caballería conmovía el adoquinado con su sordo pataleo, los señores de Cuadros y sus amigos abandonaron los balcones, entrando en el salón, profusamente iluminado.
Repiques y disparos de morterete al amanecer, a medio día y a la caída de la tarde, procesión cívica a las once de la mañana, discurso de Jurado y versos de Venegas en la alameda de Santa Catalina, y fuegos artificiales en la Plaza principal, bautizada ese día con el nombre de don Pancracio de la Vega.
La procesión estaba ya en su última parte.
Después venía la parte seria e interesante de la procesión, y el alboroto del gentío cesó instantáneamente.
Desfilaba la parte grotesca de la procesión, conservada por el espíritu tradicional como recuerdo de las épocas más religiosas de nuestra historia, que unían siempre el regocijo a la devoción.
Después comenzó la parte monótona de la procesión.
¡La procesión! ¡Ya está ahí la procesión! A este grito, las señoras mayores abandonaron las butacas de la sala, para apelotonarse en los balcones, teniendo a sus espaldas a los caballeros, que de vez en cuando se alzaban sobre las puntas de los pies para ver mejor.
Pasaban los invitados a la procesión caminando apresuradamente, muy satisfechos de atraer la atención de la embobada muchedumbre: unos de frac, luciendo condecoraciones raras, otros con uniforme de Maestranzas y Órdenes de caballería, vestimentas extrañas, con el sombrero apuntado y la casaca de vistosos colorines, que daban a sus poseedores el aspecto de pájaros exóticos.
Comenzaban los preparativos de la procesión.
Su carácter era sutil como la seda, acostumbrados a las labores difíciles, menudas y complicadas, eran meticulosos, y tan amantes de la equidad, que hasta se cuenta como chiste que uno de los del gremio hizo parar una vez la procesión para recoger del palio una pasita que se le había caído comiendo en la ventana.
La torre del reloj, cuadrada, desnuda, monótona, partiendo el edificio en dos cuerpos, y éstos exhibiendo los ventanales con sus bordados pétreos, las portadas que rasgan el robusto paredón, con sus entradas de embudo, compuestas de atrevidos arcos ojivales, entre los que corretean en interminable procesión grotescas figurillas de hombres y animales en todas las posiciones estrambóticas que pudo discurrir la extraviada imaginación de los artistas medievales, en las esquinas, ángeles de pesada y luenga vestidura, diadema bizantina y alas de menudo plumaje, sustentando con visible esfuerzo los escudos de las barras de Aragón y las enroscadas cintas con apretados caracteres góticos de borrosas inscripciones, arriba, en el friso, bajo las gárgolas de espantosa fealdad que se tienden audazmente en el espacio con la muda risa del aquelarre, todos los reyes aragoneses en laureados medallones, con el casco de aletas sobre el perfil enérgico, feroz y barbudo, y rematando la robusta fábrica, en la que alternan los bloques ásperos con los escarolados y encajes del cincel, la apretada rúa de almenas cubiertas con la antigua corona real.
La procesión cívica, o, como dicen en Villaverde, el paseo , salió muy rascuacho y ratonero.

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