Ejemplos con preguntándome

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Hemos subido todos estos pisos con un mónton de monstruos, preguntándome quién había escrito las cartas.
Estaba sentada en un taxi, preguntándome si no me habría emperifollado en exceso para la velada, cuando miré por la ventanilla y vi a mamá hurgando en un contenedor de basura.
Preguntándome si puedo ayudar su hijo, quiere preguntar, supongo, si puedo eliminar la homosexualidad y hacer que la heterosexualidad pueda tomar su puesto.
Ugarte estaba enfermo, irritado por los castigos, y me excitaba preguntándome si es que tenía miedo.
Y he aquí por qué he pasado todo el día preguntándome como un idiota qué relación puede existir entre la enfermedad gravísima de una hermana de Funes, que apenas me conoce, y yo, que la conozco apenas.
Uno me tocó todo el cuerpo, preguntándome si llevaba pistolas.
El señor Fernández me habló de la belleza del camino, de la buena condición del caballo que me había mandado, y terminó preguntándome por mis tías.
No abrir tales ojazos, y miren los cuadros y las pinturas del techo, o hablen conmigo, preguntándome si se me alivia el dolor del hombro.
Esto era sin duda sublime, esto sacaba de quicio y conmovía el alma en su fundamento, pero ¿no había algo más en el mundo? Inés, su madre, su padre, su porvenir, su casamiento, y yo con mi desmedido y leal amor: yo, preguntándome si podría subir hasta ella, o si era preciso hacerla descender hasta mí.
Yo contemplaba esto, preguntándome si la terrible imagen estaba realmente ante mis ojos, o dentro de ellos, cuando Santorcaz exclamó de improviso:.
Has de saber que al meter yo el caballo Reduán por la reja del cercado, de repente se me acercaron dos caballeros, el uno de esos nigrománticos de templarios y el otro no, y preguntándome por doña Beatriz, dijeron que querían hablarla dos palabras.
Me tendió la mano, con ademán resuelto y franco, me hizo sentar junto a él en un sofá, y entró inmediatamente en materia, preguntándome -cual si ésta fuera una «Guía de la Conversación» de los presidentes- cómo andaban las cosas en mi provincia y cómo se presentarían las próximas elecciones nacionales.
El doctor Orlandi cortó el aparte, preguntándome:.
Uno me tocó todo el cuerpo, preguntándome si llevaba pistolas.
Durante días y días navegamos en excelentes condiciones, de isla en isla y de mar en mar, mientras yo me pasaba las horas muertas deliciosamente tendido, pensando en mis extrañas aventuras y preguntándome si en realidad había yo experimentado todos aquellos sinsabores o si no eran un sueño.
Durante la comida mi primo procuró hablar conmigo con la condescendencia con que se trata a una escolar, preguntándome acerca de mis estudios favoritos y de las amigas que había dejado en el colegio.
Una mañana me dijo uno de los compañeros de gimnasia, muchacho de pocos más años que yo, que iba a ir a la fiesta de un pueblo vecino, preguntándome si quería acompañarle.
Barreal preguntándome si había enviado a usted mis libros, Ultramarinos y Mosquetazos, a raíz de su publicación, y contesté la verdad, que si los remití a usted, como a todos los periodistas en activo servicio.
- Ya sin sentido yuan, pero el uno con harta difficultad, como me sintió que con lloro le miraua, hincó los ojos en mí, alçando las manos al cielo, quasi dando gracias a Dios e como preguntándome qué sentía de su morir.
Me avisaron que los caballos estaban prontos, preguntándome si quería mudar el mío.
-Confieso que me ponéis en un aprieto preguntándome qué es lo que el conde ha hecho por mí, nada, bien lo sé, como que mi afecto hacia él es instintivo y nada tiene de fundado.
-Ya te dije cien veces lo que pensaba, Fernando, y en poco lo estimas, pues aún sigues preguntándome.
Yo he bailado también, pero preguntándome con horror a cada vuelta:.
Y digo, que hallándome en la contemplación de la estrella polar hace dos noches, porque de noche era cuando yo la contemplaba, embriagado digásmolo así, de ansias naturales del alma, y, a la misma vez, presuimpuestando el tiempo en que, a un buen volar por los aires, podría yo avecindarme con el astro, y aun si a mano viene, preguntándome por qué esa luz recalcitrante se apaga por el día y se enciende no más que por la noche, cuando sépase usted, mi querido don Gedeón, que pasa ella por delante de mí.
Gracias a él y al inesperado socorro que nos prestó -que fue tal que debió costarle algún sacrificio, lo que aumenta su valor y mérito- embarqueme y llegué aquí, después de una feliz travesía, completamente restablecido, apenas desembarqué cuando me dieron la colocación que me tenía preparada mi tío en casa de sus antiguos amos, poderosos comerciantes que lo tienen en mucha estima, a los pocos días me demostró el señor estar tan satisfecho de mi celo e inteligencia, que me aumentó el sueldo, y esta mañana, preguntándome si estaba contento, y respondiéndole yo que no podía estarlo por la ausencia de mis padres, y verlos en tan infortunada posición, me dijo que escribiese a ustedes que se vinieran, en vista de que tiene en donde colocar a usted, padre.
Y esto diciendo me miró, como preguntándome: ¿me engaña usted?.
Lo recogió, y viniendo a mí con el mayor cariño y cortesía, me estiró la mano y me dio los buenos días, preguntándome cómo había pasado la noche, que si no me había incomodado.
¿A quién la culpa, sino a nosotros mismos? Pero entremos al toldo de Mariano Rosas, quien antes de ofrecérmelo, me preguntó: ¿qué quería hacer con mis caballos, si hacerlos cuidar con mi gente o que él me los haría cuidar?, quien, preguntándome si mi gente había comido, y habiéndole contestado que no, llamó a su hijo Lincoln -por qué se llama así no sé- y le ordenó en castellano que carneara pronto una vaca gorda.
Para esto yo ya sabía lo que había pasado a Inés la noche que ladraron los perros, porque la vecina, que era muy buena mujer, me lo había contado, preguntándome: ¿De quién será la hijita que ha tenido la Inés? Me dio mucha rabia oír los cohetes del casorio, que se había hecho en la capilla de San Bartolo, que está contrita de la sierra.
Me agradeció con marcada expresión de sentimiento todo cuanto había hecho en el Río Cuarto por su hermano Linconao, a quien con mis cuidados salvé de las viruelas, preguntándome repetidas veces si siempre vivía en mi casa, que cuándo volvería a su tierra.

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