Ejemplos con parecían

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Aquellas consideraciones, aunque sutiles y originales, no me parecían pertinentes.
Fué por entonces cuando Martínez, antiguo oficial de Belarmino, abrió, en la Rúa Ruera, hacia la cual parecían sentir querencia todos los zapateros, un establecimiento de calzado mecánico, La Solidez , con género de Mallorca, de Almansa, de Barcelona, y anunciaba una remesa de los Estados Unidos.
¡Y en qué momento resurgía esta animosidad! Brillaban los ojos, fijos en él con el fuego del odio, las cabezas, turbadas por el alcohol, parecían sentir el escarabajeo de la tentación homicida, instintivamente iban todos hacia Batiste, y éste comenzó a sentirse empujado por todos lados, como si el círculo se estrechase para devorarle.
Allí vivían, en el centro de la hermosa y cuidada vega, formando mundo aparte, devorándose unos a otros, y aunque causasen algún daño a los vecinos, estos los respetaban con cierta veneración, pues las siete plagas de Egipto parecían poca cosa a los de la huerta para arrojarlas sobre aquellos terrenos malditos.
Las tierras, descansadas, vírgenes de cultivo en mucho tiempo, parecían haber soltado de una vez toda la vida acumulada en sus entrañas durante diez años de reposo.
Los viejos árboles, que germinaban con una savia de resurrección, parecían saludar al pequeño cadáver agitando bajo la brisa sus ramas cargadas de flores.
Éstas, rendidas por el insomnio y el llanto, parecían idiotas, descansando sobre el pecho la cara enrojecida y escaldada por las lágrimas.
Y al dar estos consejos feroces guiñaba sus ojos, que en el fondo de las profundas órbitas parecían estrellas moribundas próximas a extinguirse.
Sobre robustos pedestales exhibíanse los doce apóstoles, pero tan desfigurados, tan maltrechos, que no los hubiera conocido Jesús: los pies roídos, las narices rotas, las manos cortadas, una fila de figurones, que más que apóstoles parecían enfermos escapados de una clínica mostrando dolorosamente sus informes muñones.
Y toda la gente de la huerta, hasta las mujeres y los niños, parecían contestar con sus miradas de mutua inteligencia: Sí, a ver.
Fué esto un acuerdo tácito de toda la huerta, una conjuración instintiva, en cuya preparación apenas si mediaron palabras, pero hasta los árboles y los caminos parecían entrar en ella.
Las montañas del fondo y las torres de la ciudad iban tomando un tinte sonrosado, las nubecillas que bogaban por el cielo coloreábanse como madejas de seda carmesí, las acequias y los charcos del camino parecían poblarse de peces de fuego.

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