Ejemplos con oyó

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Por eso, después de , como después de y oyó siempre Pereda la voz de quien mejor le quería, repitiéndole: Tú eres ante todo el autor de , de y de.
Oyó que alguien aporreaba una puerta, o cosa así, con algo tan duro como un morrillo, y que a cada golpe respondía, , un ladrido tremebundo.
En esto se oyó la campanilla de marras, y un su colega de la mayoría, que, por su apresuramiento y cara de vinagre, más parecía cabo de comparsas.
Pero don Simón oyó la amenaza y tembló, no de miedo a la muerte, sino de horror a la palabra ¡! con que le bautizaba aquel hombre, el mismo que tantas veces había ponderado su talento.
Jamás oyó el aludido un estruendo tan horripilante como el que formaron estas palabras en sus oídos.
Habían sonado las diez, cuando Gabriel oyó abrirse el postigo de la portada de Santa Catalina, pero rápidamente y sin violencia, como si hubieran hecho uso de una llave.
Se oyó el chirriar de cadenas y poleas y un trueno sordo hizo temblar toda la torre.
Don Martín está entusiasmado desde que te oyó la otra tarde.
Un capitán viejo se inclinó al oído de otro compañero de Consejo, y Gabriel oyó sus palabras:.
Con ellos fue a las reuniones del anarquismo, oyó a Reclús y al ex príncipe Kropotkine, y las palabras del difunto Miguel Bakounine llegaron a él como el evangelio de un San Pablo del porvenir.
Mariano oyó un ruido metálico: vio cómo el zapaterillo levantaba el brazo armado con el manojo de llaves caído en los peldaños de la verja, y después oyó un choque de extraña sonoridad, como si golpeasen algo hueco.
Éstas fueron las últimas palabras que oyó confusamente Gabriel, tendido en la entrada del coro.
Oyó sordos crujidos como de cañas que estallan lamidas por la llama, y hasta vió danzar las chispas agarrándose como moscas de fuego a la cortina de cretona que cerraba el cuarto.
Todos le miraban de reojo, pero jamás oyó desde los campos cercanos al camino una palabra de insulto.
Al anochecer, , que estaba como anonadado, y tras la crisis furiosa parecía caído en un estado de sonambulismo, vió a sus pies unos cuantos líos de ropa y oyó el sonido metálico de un saco que contenía sus herramientas de labranza.
Y el matón, que aquel día se mostraba pensativo, oyó a su mujer sin réplica alguna y sufrió el tono imperioso con que le hablaba, mirando al mismo tiempo el suelo, como avergonzado.
Después no oyó nada, y sus improperios siguieron sonando en un silencio desesperante.
Al pasar él junto a ellos, callaban, hacían esfuerzos para conservar su gravedad, aunque les brillaba en los ojos la alegre malicia, pero según iba alejándose, estallaban a su espalda insolentes risas, y hasta oyó la voz de un mozalbete que, remedando el grave tono del presidente del tribunal, gritaba:.
Algo oyó él de lo que había sucedido en la barraca, de las causas que obligaban a los dueños a conservar improductivas tan hermosas tierras, pero ¡iba transcurrido tanto tiempo! Además, la miseria no tiene oídos, a él le convenían los campos, y en ellos se quedaba.
Ella fue la que oyó las risas apagadas de la señora y el arrastre de algunos muebles, como si fueran empujados con violencia, pero era una muchacha prudente y reservada, que sólo se ocupaba de sus actos, sin detenerse a interpretar los ajenos.
En un momento que Concha cesó de teclear, oyó la voz de Amparo, que sonaba lejana, como amortiguada por las cortinas.
No bien entramos en la salita se oyó el vocerío de la turba escolar, festiva, retozona.
La perspicaz mujer vio el porvenir, oyó hablar del gran proyecto de Bravo Murillo, como de una cosa que ella había sentido en su alma.
También oyó hablar de las primeras alfombras de moqueta, de los primeros colchones de muelles, y de los primeros ferrocarriles, que alguno de los tertulios había visto en el extranjero, pues aquí ni asomos de ellos había todavía.
En la escalera no volvió a encontrar a nadie, ni una mosca siquiera, ni oyó más ruido que el de sus propios pasos.
Al llegar a la esquina de la plazuela de Pontejos y cuando iba a atravesar la calle para entrar en el portal de su casa, que estaba enfrente, oyó algo que la detuvo.
Felizmente, el portero estaba en la esquina de la calle de la Paz hablando con un conductor del coche-correo, y al punto oyó la voz de su señorita.
Así, se le oyó decir más de una vez: Parece que no lloverá, pero sacaré el paraguas.
Esperó un rato al fin oyó distintamente tenues golpes en los peldaños de la escalera.

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