Ejemplos con ofendía

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Tuvo gran paciencia y perdón hacia aquéllos que le injuriaban y calumniaban, como ocurría con el Gobernador español de entonces, Salvador Meléndez, que lo ofendía a menudo.
, arrasó los templos y quemó todo resto de cultura del país, quedándose sólo con el oro, pues este no ofendía su memoria.
Hubo cuatro factores principales que provocaron esa animosidad: Paine negaba que la Biblia fuese un texto sagrado e inspirado por Dios, sostenía que el cristianismo era una invención humana, su capacidad de dirigir a un gran número de lectores asustaba a los poderosos, y su manera irreverente y satírica escribir sobre el cristianismo y la Biblia ofendía a muchos creyentes.
Los indígenas sabían que la sodomía ofendía gravemente a Dios.
Además, la ofendía de palabra y obra, la humillaba y la golpeaba.
Sí, un adorno nada más Pero sus ojos se obscurecieron con una duda cruel Un adorno, pero si alguien le ofendía llevando tal compañero, ¿qué debe hacer un hombre?.
Algunos días después vió el vecindario dos carros a la puerta de la abacería, luego vió cargar en uno de ellos las aceiteras, los barriles, los cacharros, las chucherías de la tienda, ¡hasta los estantes y el mostrador!, vió en seguida cómo en el otro carro se colocaron los colchones, las camas desarmadas, la batería de cocina, todo el ajuar de la casa de Simón, cómo se acomodaron en un hueco dejado al efecto sobre los colchones, Juana y su niña, después de haberse restregado la primera los zapatos contra el suelo repetidísimas veces, mirando al mismo tiempo a todas partes, cual si quisiera, con alarde tan necio, dar a entender que hasta el polvo de aquel suelo la ofendía, vió la gente también cómo, después de sacar hasta la escoba, cerró Simón la puerta y se guardó la llave en el bolsillo, y luego ponerse en movimiento los carros, a los cuales seguía Simón, saludando con gravedad a cuantas personas le despedían desde lejos con un movimiento de cabeza, no vió una sola vez asomar la de Juana fuera del toldo bajo el cual iba, y vió, por último, que los dos carros y Simón, que marchaba siempre junto a ellos, después de atravesar la plaza, tomaron el camino de la villa y desaparecieron en él.
Además, le ofendía verlo en su domicilio con cierto aire de personaje noble, cuyas virtudes servían de contraste a los pecados y olvidos del dueño de la casa.
Desnoyers no se ofendía por la maliciosa satisfacción que inspiraban al carpintero sus futuras privaciones.
Era el que más le ofendía cada vez que intentaba darle buenos consejos.
Mi confesor, santo siervo de Dios y de don Carlos, me ha dicho que perdone al marido que me ofendía.
¡El otro día se ofendía usted de mis sospechas! ¡Bien! Ahora dígame: ¿cuándo se efectuó ese cambio de relaciones entre ustedes?.
Yo quería a Leocadia y ella parecía no recibirlo mal, después, tú lo viste y yo no me hice ilusiones, ella me dejó: desde entonces he procurado ir poco a tu casa, me era penoso verla y, la verdad, hasta me ofendía su indiferencia, porque era prueba de que mi amor propio me había engañado.
Durante toda la mañana se estaba renovando aquel público, femenino en su mayoría, y la puerta seguía tragando mujeres para arrojarlas luego a la calle pasados veinte o treinta minutos, al cabo de los cuales se las veía salir abriendo sombrillas o desplegando abanicos, porque la luz del sol las ofendía, acostumbrada ya su retina a la oscuridad de la sagrada cueva.
—¡Indudablemente, si el esposo hubiera visto aquella mirada, su dignidad le habria hecho saltar del asiento, y abalanzarse al temerario que así le ofendía!.
La generosidad del Comendador humillaba su orgullo, y por más que trataba de empequeñecerla o de afear y envilecer sus causas fingiéndoselas vulgares, absurdas o caprichosas, dicha generosidad resplandecía siempre y la ofendía.
Si alguna vez los ofendía momentáneamente la rigidez de su trato, contentábanse luego con oír de boca de Bragas un panegírico, cuyo epílogo era siempre tazón de chocolate o magra de gran calibre.
El mayorazgo, que desde el principio del discurso de su amigo tenía un palmo de boca abierta, pero de puro placer, al oírle renegar de Madrid, y que, por otra parte, era generoso, sensible y hospitalario, y no había echado en saco roto que todo un personaje le hubiera reconocido, a él, con su corteza de campesino, al cabo de tantos años de ausencia y sin otro motivo que una frívola amistad de la infancia, tendióle los brazos por toda contestación, en los que estrechó al personaje, quien, en premio de su cariñoso ofrecimiento, y con la promesa de no serle gravoso, si en ello no le ofendía, le anunció que dejaba muy bien recomendado su pleito y que contara con ganarle, deshechos algunos enredos que dificultaban el triunfo de su causa, debidos a los manejos de sus adversarios.
Nardo Cucón, el «Tarumbo», si lo quería más llano y conocido, porque así le llamaban de mote, no sabía por qué, pero era la pura verdad que no le ofendía.
En vano Emma refunfuñaba, se quejaba, le increpaba y con palabras crueles le ofendía, no la oía siquiera, cumplía su deber y andando.

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