Ejemplos con ofensa

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pero al verse ahora en la torre y recordar la ofensa, rechinaba los dientes, con los ojos en blanco, las mejillas lívidas y los puños cerrados.
Sublevóse su carácter rudo, como si acabara de recibir una grave ofensa con los temores del payés.
Odiaba al , sentía como una vaga ofensa inferida a su persona al ver el terror que inspiraba a todos.
Este ilogismo no era acogido por Julio con gratitud, antes bien, le irritaba como una ofensa inconsciente.
Representaba una ofensa para ella.
Esto fué una ofensa para Ulises, que le hizo expresarse con toda la agresividad que hervía en el fondo de su mal humor.
Y a Urquiola, impulsivo y brutal, que hablaba de beber sangre por la más leve ofensa, le satisfacía que los partidarios, por exceso de entusiasmo, relacionasen su nacimiento con los veleidosos amoríos del fugitivo rey de las montañas.
¡Qué rayo de luz hubiera sido aquel lamento del niño para una de esas madres santas y prudentes que estudian y dirigen hasta el más ligero latido del corazón de sus hijos! En él aparecía revelado un noble pundonor, que iba ya camino del orgullo, y una precoz propensión a la venganza, que espera oculta y paciente la hora de devolver desaire por desaire y ofensa por ofensa.
Leopoldina comenzó a alborotar, conmovida a su manera, gritando que aquellos indecentillos eran unos ángeles del cielo, unos santos chiquititos a quienes era necesario venerar, y que en cuanto llegara a la corte había de enviarles a cada uno un par de medias negras, hechas por sus propias manos, con el estambre más fino que pudiera hallarse Riéronse todos, Currita callaba, sin embargo, sintiendo un extraño enternecimiento que la humillaba y que se apresuraba por lo mismo a combatir, oponiendo a su benéfico influjo el parapeto del orgullo, del inquebrantable orgullo, que viene a ser en el alma como la fortaleza del mal Aquellos tres novicios, aquellos tres Pedros Fernández en embrión, humillándose por a una mendiga, hiciéronle comprender que aquel otro Pedro Fernández habría podido imponérsele por a ella, orgullosa Grande de España, y una luz súbita, semejante a la de un relámpago que ilumina a la vez que aterra, hízole ver claramente lo que antes sospechaba: que aquella carta, que aquella ofensa no venía de un desconocido, de un pobre fraile, de un Pedro Fernández, porque aquella puerta primera que se le cerraba en la vida, no era la puerta de Loyola, era la puerta de Dios.
Sentía una especie de irritación sorda que no acertaba a comprender quién se la inspiraba, porque, por un extraño fenómeno que no sabía ella misma explicar, aquel Pedro Fernández, autor de la carta, causante de la ofensa, tan sólo acudía a su mente en un lugar secundario, presentándosele, más bien que como representante, como instrumento de un ser más poderoso que parecía imponerse a la orgullosa dama, obligándola a confundirse, y a humillarse, y a callar.
Tenía Currita puesta la celada de Bayardo sobre su fama de mujer a la moda, y esto iba a pegarle en la cimera, a herir directamente su honor, significando, como significa en sustancia, que era ella una Jimena sin ningún Cid que la defendiese, atroz insulto, ofensa imperdonable hecha a una dama que sobrepujaba en celebridad a cuantos toreros, cantantes, saltimbanquis, pulgas industriosas y monos sabios habían hasta entonces alcanzado fama en la corte.
Currita, por su parte, tampoco halló otro motivo de ofensa en lo que acerca de su persona publicaban los periódicos, que aquella coletita de : Creemos, sin embargo, que el lance no tendría consecuencias, dada la prudencia proverbial de las personas interesadas.
¡Qué ultraje, Butrón, qué vergüenza! ¡Creí morirme de sentimiento! ¡Al padre de mis hijos debo esta ofensa! Bien se lo he dicho mil veces: tu condescendencia con esa gentuza nos va a perder, Fernandito.
Su presencia allí era una ofensa, y la barraca casi nueva un insulto a la pobre gente.
¡Tramposa su madre! No estaba mal aplicado el calificativo, pero el cariño ciego, que le hacía adorar a su madre, rebelábase ante tal ofensa, le conmovía hasta el punto de que sus ojazos tranquilos y bondadosos se velasen con lagrimones de ira.
¡Qué falta de respeto! ¡Tratar así a personas que han hecho concejales, retirándose después a la vida privada! Y miraban fieramente al cafetinero, mientras rebuscaban con furia en sus andrajos, con la indignación de una ofensa irreparable y mortal.
—¡No ha habido ofensa! Sólo ha habido alusión.
Era la agredida, y no sólo podía serenarse más pronto, sino responder a la ofensa con desdén soberano y aun con el perdón mismo.
Si yo tuviera tiempo ahora, te contaría infinitos casos de pecadillos cometidos con una reserva absoluta, sin el menor escándalo, sin la menor ofensa del decoro que todos nos debemos Te pasmarías.
O porque tuviera muy poca fuerza o porque su natural blando no fuese nunca vencido de la fiebre de aquella increíble desazón, ello es que sus manos apenas causaban ofensa.
Y ¿qué sé yo si alguno, no digo de los sacerdotes, no quiero hacerles tal ofensa, pero de los seglares, creerá que en efecto?.
Y, alejándose del que tal ofensa le habia hecho, sentóse de medio lado en una silla, dándole la espalda, y comenzó a llorar desconsoladamente.
Finalmente, yo tengo determinado de ir a Ferrara, y pedir al mismo duque la satisfacion de mi ofensa, y si la negare, desafiarle sobre el caso, y esto no ha de ser con escuadrones de gente, pues no los puedo ni formar ni sustentar, sino de persona a persona, para lo cual queria el ayuda de la vuestra, y que me acompañásedes en este camino, confiado en que lo haréis por ser español y caballero, como ya estoy informado, y por no dar cuenta a ningun pariente ni amigo mio, de quien no espero sino consejos y disuasiones, y de vos puedo esperar los que sean buenos y honrosos, aunque rompan por cualquier peligro: vos, señor, me habeis de hacer merced de venir conmigo, que llevando un español a mi lado, y tal como vos me pareceis, haré cuenta que llevo en mi guarda los ejércitos de Jerjes: mucho os pido, pero a mas obliga la deuda de responder a lo que la fama de vuestra nacion pregona.
Solo no sé qué fué la causa que Leonora no puso mas ahinco en disculparse y dar a entender a su celoso marido cuán limpia y sin ofensa habia quedado en aquel suceso, pero la turbacion le ató la lengua, y la priesa que se dió a morir su marido no dió lugar a su disculpa.
—Atrevido mancebo, que de poca edad hacen tus hechos que te juzgue, yo te perdono la ofensa que me has hecho, con solo que me prometas y jures que como la has cubierto con esta escuridad, la cubrirás con perpetuo silencio sin decirla a nadie: poca recompensa te pido de tan grande agravio, pero para mí será la mayor que yo sabré pedirte, ni tú querrás darme: advierte en que yo nunca he visto tu rostro, ni quiero verle, porque ya que se me acuerde de mi ofensa, no quiero acordarme de mi ofensor, ni guardar en la memoria la imágen del autor de mi daño: entre mí y el cielo pasarán mis quejas, sin querer que las oiga el mundo, el cual no juzga por los sucesos las cosas, sino conforme a él se asienta en la estimacion: no sé cómo te digo estas verdades, que se suelen fundar en la esperiencia de muchos casos y en el discurso de muchos años, no llegando los mios a diez y siete, por do me doy a entender que el dolor de una misma manera ata y desata la lengua del afligido, unas veces exagerando su mal para que se le crean, otras veces no diciéndole porque no se le remedien: de cualquier manera, que yo calle o hable, creo que he de moverte a que me creas, o que me remedies, pues el no creerme será ignorancia, y el remediarme imposible de tener algun alivio: no quiero desesperarme, porque te costará poco el dármele, y es este: mira, no aguardes ni confíes que el discurso del tiempo temple la justa saña que contra tí tengo, ni quieras amontonar los agravios: miéntras ménos me gozares, y habiéndome ya gozado, ménos se encenderán tus malos deseos: haz cuenta que me ofendiste por accidente, sin dar lugar a ningun buen discurso, yo la haré de que no nací en el mundo, o que si nací fué para ser desdichada: ponme luego en la calle, o a lo ménos junto a la iglesia mayor, porque desde allí bien sabré volverme a mi casa, pero tambien has de jurar de no seguirme, ni saberla, ni preguntarme el nombre de mis padres, ni el mio, ni el de mis parientes, que a ser tan ricos como nobles, no fueran en mí tan desdichados: respóndeme a esto, y si temes que te pueda conocer con la habla, hágote saber, que fuera de mi padre y de mi confesor, no he hablado con hombre alguno en mi vida, y a pocos he oido hablar en tanta comunicacion, que pueda distinguirles por el sonido de la habla.
No hay para qué, señor respondió Sancho, tomar venganza de nadie, pues no es de buenos cristianos tomarla de los agravios, cuanto más, que yo acabaré con mi asno que ponga su ofensa en las manos de mi voluntad, la cual es de vivir pacíficamente los días que los cielos me dieren de vida.
No os despechéis, señor Caballero de la Triste Figura, de las sandeces que vuestro buen escudero ha dicho, porque quizá no las debe de decir sin ocasión, ni de su buen entendimiento y cristiana conciencia se puede sospechar que levante testimonio a nadie, y así, se ha de creer, sin poner duda en ello, que, como en este castillo, según vos, señor caballero, decís, todas las cosas van y suceden por modo de encantamento, podría ser, digo, que Sancho hubiese visto por esta diabólica vía lo que él dice que vio, tan en ofensa de mi honestidad.
¡Oh Mario ambicioso, oh Catilina cruel, oh Sila facinoroso, oh Galalón embustero, oh Vellido traidor, oh Julián vengativo, oh Judas codicioso! Traidor, cruel, vengativo y embustero, ¿qué deservicios te había hecho este triste, que con tanta llaneza te descubrió los secretos y contentos de su corazón? ¿Qué ofensa te hice? ¿Qué palabras te dije, o qué consejos te di, que no fuesen todos encaminados a acrecentar tu honra y tu provecho? Mas, ¿de qué me quejo?, ¡desventurado de mí!, pues es cosa cierta que cuando traen las desgracias la corriente de las estrellas, como vienen de alto a bajo, despeñándose con furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las detenga, ni industria humana que prevenirlas pueda.

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