Ejemplos con nietos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Todos somos nietos de judíos o de moros.
Los de ahora, los únicos mallorquines de origen judío conocido, eran los descendientes de los últimos convertidos, los nietos de las familias en las que se había ensañado la Inquisición.
¡Una felicidad el hacerse cristiano! Los abuelos achicharrados en la hoguera y los nietos marcados y malditos por los siglos de los siglos.
Aquellos campesinos y pescadores, belicosos nietos de corsarios, eran para él agradables compañeros de existencia.
Nietos de corsarios y de soldados, al vestir la sotana guardaban la arrogancia y la ruda virilidad de sus ascendientes.
Y el hombre práctico, el inglés, para no divagar más, cubría otras dos hojas con las explosiones de su indignación contra todo lo que le rodeaba: contra sus hermanos de raza, tímidos y humildes, que besuqueaban la mano enemiga, contra los nietos de los antiguos perseguidores, contra el feroz padre Garau, del que no quedaba ya ni polvo, contra la isla entera, la famosa , a la que vivían sujetos los suyos por un amor al terruño, pagado siempre con aislamientos e insultos.
Que ya pensabas en los nietos, en seguida te lo calé.
El se imaginaba una viña en la costa, una vivienda blanca con emparrado, a cuya sombra fumaría su pipa, y toda la familia, hijos y nietos, extendiendo la cosecha de pasa sobre los cañizos.
¿De verdad que os queréis? Pues bien, llévatela, gabacho del demonio, ya que alguien se la ha de llevar, y que no te salga una vaca floja como la madre A ver si me llenas la estancia de nietos.
Años después, fueron saliendo con igual destino los otros nietos del estanciero, que éste consideraba antipáticos é inoportunos, con pelos de zanahoria y ojos de tiburón.
Cuando los nietos se marchaban de la estancia, entretenía su soledad yendo de rancho en rancho.
Julio había escapado al saber que esta beldad, de esbeltez juvenil vista por el dorso, tenía dos nietos.
Los nietos ¡qué ir a la puerta, y aturdir al portero, impacientes por lo que la abuela tarda! Los maridos ¡qué celos de la misa, que se les lleva, con sus mujeres queridas, la luz de la mañana! La abuela, ¡cómo viene cargada de chucherías para los nietos, de los juguetes que fue reuniendo en la semana para traerlos a la gente menor hoy domingo, de los mazapanes recién hechos que acaba de comprar en la dulcería francesa, de los caprichos de comer que su hija prefería cuando soltera, qué carruaje el de la abuela, que nunca se vacía! Y en la casa de Lucía Jerez no se sabía si había más flores en la magnolia, o en las almas.
Las verán nuestros nietos, y aun tal vez no las vean.
Yo creo en la Virgen del Sagrario y un poquito en Dios, ¿pero en esos señores? ¡Si los conocieran como yo! Pero, en fin, todos hemos de vivir, y lo malo no es tener defectos, sino ocultarlos, hacer la comedia como el sinvergüenza de mi yerno, que ahí donde lo ves, grandote como un castillo, se da golpes de pecho, besa el suelo lo mismo que las beatas, está deseando mi muerte, creyendo que guardo algo en mi arcón, y quita lo que puede del cepillo de la Virgen, y roba las velas y hace trampas en el cobro de las misas, y ya estaría en la calle si no fuese por mí, que pienso en mi hija, siempre enferma, y en los pobrecitos de mis nietos.
Fueron de la expedición los hijos, yernos, hijas, nueras y nietos de D.
¿Dónde están los tejidos de pura seda que un puñal no podía atravesar? ¿Dónde los terciopelos que pasaban de abuelos a nietos, como si acabasen de salir de la tienda? Aquello acabó, y ahora sólo queda la sedería de Lyón, mírame y no me toques , algodón malo, géneros que no duran un año, porquerías con las que van tan orgullosas estas señoritas del día.
La fiebre levantina enloquecía a los nietos de los rífenos, y eran muchos los que, con la blusa chamuscada, sacudiéndose la lluvia de pavesas, corrían siguiendo la marcha del fuego, deteniéndose para silbar al pirotécnico cuando la se cortaba, apagándose por algunos segundos.
—¿Qué tenía él que ver con tantas cosas del Antiguo y del Nuevo Testamento como trae a colación, en su célebre , el preceptor de los hijos y nietos de Luis XIV?.
Y luego adiviné, y desfilaron también ante mis ojos, mil más, que vendrían periódicamente, robándonos vida y esperanza, alegrías futuras en que no tendríamos parte todos los allí presentes,—mis hermanos, que se esparcirían por la tierra, nuestros padres, que naturalmente morirían antes que nosotros, solos en la vida, el siglo sustituido por el siglo , aquellas brasas hechas ceniza, mi juventud evaporada, mi ancianidad, mi sepultura, mi memoria póstuma, el olvido de mí, la indiferencia, la ingratitud con que mis nietos vivirían de mi sangre, reirían y gozarían, cuando los gusanos profanaran en mi cabeza el lugar en que entonces concebía todos aquellos pensamientos.
Hija, pareces loca Vaya por dónde te ha dado por traerme nietos a casa Esta tarde tuve la palabra en la boca para contarle a Baldomero tu calaverada, pero no me atreví Ya debes suponer si la cosa me parece grave.
Baldomero, tan bondadoso y jovial, siempre con su cara de Pascua, vestido de finísimo paño negro y tan limpio y sonrosado, no podía menos de pensar en los nietos que aquel señor debía tener para que hubiera lógica en el mundo, y decía para sí: ¡Qué abuelito se están perdiendo!.
, tal y como los nietos de Adan y Eva nos imaginamos y solemos representar semejantes excelsitudes desde nuestro confinamiento terrestre.
Fuéronse a acostar todos, quedó toda la casa sepultada en silencio, en el cual no quedará la verdad deste cuento, pues no lo consentirán los muchos hijos y la ilustre descendencia que en Toledo dejaron, y agora viven, estos dos venturosos desposados, que muchos y felices años gozaron de sí mismos, de sus hijos y de sus nietos, permitido todo por el cielo y por , que vió derramada en el suelo el valeroso, ilustre y cristiano abuelo de Luisico.
—Calla, niña, que la mejor señal que este señor ha dado de estar rendido, es haber entregado las armas en señal de rendimiento, y el dar, en cualquiera ocasion que sea, siempre fué indicio de generoso pecho, y acuérdate de aquel refran que dice: al cielo rogando, y con el mazo dando, y mas, que no quiero yo que por mí pierdan las jitanas el nombre que por luengos siglos tienen adquirido de codiciosas y aprovechadas: ¿cien escudos quieres tú que deseche, Preciosa, que pueden andar cosidos en el alforza de una saya que no valga dos reales, y tenerlos allí como quien tiene un juro sobre las yerbas de Estremadura? Si alguno de nuestros hijos, nietos o parientes cayere por alguna desgracia en manos de la justicia, ¿habrá favor tan bueno que llegue a la oreja del juez y del escribano, como estos escudos, si llegan a sus bolsas? Tres veces por tres delitos diferentes me he visto casi puesta en el asno, para ser azotada, y de la una me libró un jarro de plata, y de la otra una sarta de perlas, y de la otra cuarenta reales de a ocho, que habia trocado por cuartos, dando veinte reales mas por el cambio: mira, niña, que andamos en oficio muy peligroso y lleno de tropiezos y de ocasiones forzosas, y no hay defensas que mas presto nos amparen y socorran, como las armas invencibles del gran Filipo: no hay pasar adelante de su : por un doblon de dos caras se nos muestra alegre la triste del procurador y de todos los ministros de la muerte, que son arpías de nosotras las pobres jitanas, y mas precian pelarnos y desollarnos a nosotras, que a un salteador de caminos: jamas por mas rotas y desastradas que nos vean, nos tienen por pobres, que dicen que somos como los jubones de los gabachos de Belmonte, rotos y grasientos, y llenos de doblones.
Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos.
Ven acá, bestia y mujer de Barrabás replicó Sancho: ¿por qué quieres tú ahora, sin qué ni para qué, estorbarme que no case a mi hija con quien me dé nietos que se llamen señoría? Mira, Teresa: siempre he oído decir a mis mayores que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, que no se debe quejar si se le pasa.
¡Por cierto, que sería gentil cosa casar a nuestra María con un condazo, o con caballerote que, cuando se le antojase, la pusiese como nueva, llamándola de villana, hija del destripaterrones y de la pelarruecas! ¡No en mis días, marido! ¡Para eso, por cierto, he criado yo a mi hija! Traed vos dineros, Sancho, y el casarla dejadlo a mi cargo, que ahí está Lope Tocho, el hijo de Juan Tocho, mozo rollizo y sano, y que le conocemos, y sé que no mira de mal ojo a la mochacha, y con éste, que es nuestro igual, estará bien casada, y le tendremos siempre a nuestros ojos, y seremos todos unos, padres y hijos, nietos y yernos, y andará la paz y la bendición de Dios entre todos nosotros, y no casármela vos ahora en esas cortes y en esos palacios grandes, adonde ni a ella la entiendan, ni ella se entienda.
Pues desde entonces, de mano en mano, fue aquella orden de caballería estendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo, y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de Gaula, con todos sus hijos y nietos, hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia.

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