Ejemplos con naranjales

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pueblan sus calles, buen número de ceibos, jacarandaes, naranjales y lapachos con sus flores tan características.
La mayor fuente de exportaciones, así como de riqueza de la isla desde la cual brotó la Mafia, eran las grandes fincas de naranjales y limoneros que se extendían desde los mismos muros de la ciudad de Palermo.
Desde su cima se disfrutan de unas impresionantes vistas de la línea de costa y de los naranjales que hay a su pie.
Fueron llevados al Huerto de Rosales para contemplar los naranjales.
Con eso, las áreas de los antiguos naranjales comenzaron a ser divididas en lotes y así nuevos barrios surgieron.
Sus bellísimos naranjales van perdiendo importancia en favor de un urbanismo salvaje y depredador de la naturaleza.
Los Naranjos se le nombro así por que en ese lugar se cultivaban naranjales en abundancia.
Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con Antonia, la vieja Antonia de ahora, que era entonces una mujerona fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda la payesía.
Los felices españoles de clase humilde que visitaban la isla un día y otro, contaban a Binondo las maravillas que habían visto, la frondosidad silvestre de los naranjales y cocoteros, la sencillez y gracia de las mujeres vestidas de un simple camisón, y tan amablemente abiertas de voluntad a los obsequios del hombre, y al oír una y otra vez estas extraordinarias cosas, el malayo se encerraba en grave silencio, que era sin duda la cavidad mental en que guardaba sus profundísimas abstracciones.
Adiós, paz nemorosa de , adiós, aldea linda y quieta, de rumorosas aguas, de frescos naranjales.
Muchos obreros guardaban el recuerdo de una anciana con el pelo blanco peinado en bandos, de anticuada distinción, que paseaba en los días serenos por cerca de la ría, apoyada en sus dos hijas, quejándose de las lluvias frecuentes de aquel país, de la atmósfera cargada de carbón y polvo de hierro, pensando en el sol de Levante, en los campos siempre verdes, en los naranjales caldeados por un viento ardoroso.
Pues hay allí naranjales tan hermosos, según dicen, como los de Murcia y Valencia.
Ya era día claro, ya distinguía los verdes naranjales que alfombran la vega de Tetuán, pasó junto a chozas que parecían abandonadas, junto a huertos con cerca de cañas, y ningún ser viviente encontraba en su camino.
Sinuoso aquí, recto allá, corre como una serpiente hacia la barranca de Mata-Espesa, libre de arboledas en algunos sitios, oculto en otros por las alamedas y los naranjales.
En los vecinos naranjales se abrían los últimos azahares.
Del lado del Norte, las lomas de San Antonio, los potreros del Escobillar, las casucas del Barrio-Alto, ocultas en la espesura de los jinicuiles y de los naranjales.
¡Ah! ¡Qué alegremente que repicaban las campanas! ¡Cómo olían los aires a primavera! Venían las brisas cargadas de azahar, y esparcían por la ciudad no sólo el aroma de los naranjales, sino los mil olores de los huertos y de los bosques cercanos, los aromas embriagantes de las amapolas, de los acónitos y de los florecidos, como si la naturaleza despilfarrara todos sus perfumes en obsequio de los niños que volvían a sus hogares.
Ya era día claro, ya distinguía los verdes naranjales que alfombran la vega de Tetuán, pasó junto a chozas que parecían abandonadas, junto a huertos con cerca de cañas, y ningún ser viviente encontraba en su camino.
Íbamos por la alegre comarca que separa las Dos famosas Hermanas andaluzas a orillas del florido río, entre naranjales y olivos, saludando cada dos o tres leguas a un pueblo amigo, tal como Lora, Peñaflor, Palma.
Una es la familia de los Naranjales, otra la de la Hierbabuena de Menta, otra la de los Pinos, etc.
Para citar algo de estos últimos, quiero referirme ahora al Santuario de los Naranjales.
Su flora, su fauna, sus montes, sus ríos, sus más célebres paisajes, todo lo trajimos a colación durante un largo, deleitoso, inolvidable paseo por huertas, campiñas, naranjales y numerosísimos ejércitos de alineados olivos.
Surgió a su evocación el cubril que abandonara y volviole a ver tal como lo viera en el momento de la triste despedida, con su casita blanca, con su cocina de enorme chimenea, junto a la cual, y sentado sobre los haces de tomillo, tantas noches soñara con aquel país tan lejano a donde se dirigía, con su olivar tan agobiado de fruto en los años en que bendecíalo Dios, con su huerto reducido, entre cuyos verdes naranjales tantas veces adornara de azahar los negros rizos de Dolores.
¡Oh Soria! , cuando miro los frescos naranjales.
Pues ¿qué alabanza, qué encarecimiento bastará celebrar á mi paisana, cuando despunta por lo habilidosa? ¡Qué guisos hace ó dirige, qué conservas, qué frutas de sartén, y qué rara copia de tortas, pasteles, cuajados y hojaldres! Ya con todo género de especierías, con nueces, almendras y ajonjolí, condimenta el morisco alfajor, picante y aromático, ya la hojuela frágil, liviana y aérea, ya el esponjado piñonate, y ya los pestiños con generoso vino amasados: sobre todo lo cual derrama la que tanto abunda en aquellas comarcas, silvestre y cándida miel, ora perfumada de tomillo y romero en la heroica y alpestre Fuente-Ovejuna, que en lo antiguo se llamaba la Gran Melaría, ora extraída, merced á las venturosas abejas, del azahar casi perenne, que se confunde con el fruto maduro por todos los verdes naranjales, en las fecundas riberas del Genil y del Betis.

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