Ejemplos con mar

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En la paz brillante, se oye el hervor de la olla que cuece en el campo, la brama de la dehesa, la alegría del viento del mar en la maraña de los eucaliptos.
A lo lejos sube sobre el pueblo, como una corona chocarrera, el redondo vocerío, las palmas, la música de la plaza de toros, que se pierden a medida que uno se va, sereno, hacia la mar.
Después, hemos seguido hacia la mar blanca, yo delante, él detrás, cojeando todavía y dándome suaves topadas en la espalda.
Todo tiene en este libro un sello de fiereza titánica, de salvaje energía, de grandiosidad sublime: la tierra, y el mar, y los hombres.
Entonces fué cuando Peñascales perdió la serenidad y se echó de bruces en el agitado mar de la política.
Poco a poco, aquella mar ligeramente agitada comenzó a encresparse rugiendo, soplaron los huracanes de la pasión política, y se desencadenó la tempestad.
Al tercero, dos barcos a la mar.
Todos los esfuerzos de la primera, todas sus meditaciones, todos sus desvelos y todas sus consultas al espejo antes de darse a luz en los sitios más públicos de la villa, hecha un brazo de mar y cargada de relumbrones, no lograron colocarla en jerarquía más alta que la correspondiente al nombre de , con el cual se la designó desde el primer día en que se hizo notar por sus humos estrafalarios.
Y el mar, inmenso coro de esta humilde tragedia, parece asociarse al esfuerzo de sus domadores, entonando con ritmo pausado y solemne el himno de la paz de la conciencia, que huye del del Berrugo y calienta del Lebrato.
Los personajes que entonces crea, exuberantes de vida poética, con cierta poesía salina y acre, tienen no sé qué grandiosidad y fiereza primitiva, crecida y educada con los arrullos y las tremendas caricias del mar resonante.
No sé qué género de influencia poderosa y benéfica han ejercido siempre sobre Pereda, aldeano de nacimiento, los tipos de gente de mar y las escenas de pesca.
El mar interviene como tremendo coro de tal drama, levantando y agigantando los hombres y las cosas con su presencia.
El duelo continuo que sostienen con la mar, influye en el temple de su voluntad mucho más que en el calor de su fantasía.
Todo el libro parece concebido en un solo aliento, los personajes han recibido al nacer tales bríos, que, semejantes a los dioses homéricos, alcanzan de un solo salto cuanto espacio puede divisar el espectador colocado a orillas del mar sobre altísima roca.
Y en , aquella misma robusta inspiración que había dado perpetua vida a , al y a , ha roto el estrecho marco del cuadro de género y penetrado en el ancho y generoso cerco de la gran pintura, poniendo con entera franqueza a sus héroes entre cielo y mar, y haciéndoles verdaderos protagonistas de una acción trágica, que llega y toca a lo más alto de la pasión humana, acentuada aquí en vigoroso contraste con una naturaleza bravía y rebelde.
Y cuando estas tempestades no son metafóricas, cuando real y verdaderamente despliega el mar todas sus furias, y no por excepción, sino constante y diariamente, va educando el mar en los pueblos que le ciñen y sin cesar le hostigan y provocan a desafío, una raza tan entera, tan indomable y tan bravía como los mismos huracanes, cuyo rugido acaricia su sueño, tan áspera como las puntas de la costa, sin cesar invadidas, salpicadas y agrietadas por la deshecha espuma, tan amarga y tan acentuadamente salina en la voz y en los ademanes, como que la comunicaron su penetrante acritud las ondas mismas, tan avezada a mirar la muerte de frente, que ni cabe en su ánimo el temor pueril, ni la alegría insensata, ni el fácil y liviano contentamiento, sino una cierta melancolía resignada, un cierto modo grave, llano y sereno de mirar las cosas de la vida como si fuese palestra continua, en que el brazo se fortifica y se dilata el pecho, y la batalla se acepta cuando viene, sin provocarla estérilmente.
¡Con qué fruición beatífica, acogido ya a seguro, contemplaba Belarmino el airado mar del mundo! Ahora Belarmino reposaba.
Al pasar de zapatero con tienda puesta a zapatero de portal, era para él como si después de un largo viaje por mar, y tras inquietudes, amenazas y agonías, llegase a puerto, y, ya desembarcado del grande y temeroso navío, hubiera ido a cobijarse definitivamente en una de esas lanchitas que, asentadas quilla arriba sobre la playa, sirven de vivienda a los marineros retirados.
Ahora mismo me apercibía yo a describir la Rúa Ruera, de la muy ilustre y veterana ciudad de Pilares, en donde vivía Belarmino Pinto, llamado también monxú Codorniú, zapatero y filósofo bilateral, cuando, al pronto, en el umbral u orilla de mi conciencia, se yergue el espectro de don Amaranto de Fraile, enarbolando un tenedor de peltre, que a mí se me ha figurado tridente de Caronte, ese Neptuno del mar de la eternidad.
¡Ha muerto! ¡Esta noche he visto su entierro, y lo que juzgué un río era el mar que nos separaba!.
¡Ya alcanza mi amo cómo no está la sazón para hacerse a la mar!.
El mar es muy diferente de la tierra, y de otro respeto, Señor Don Juan Manuel.
Al mar, cuanto más se le conoce más se le teme.
¡Ni hace falta! Si fueseis gente de mar, os gustaría este tiempo bravo.
El tío que hasta por las sendas iba siempre conversando con sus ovejas, hablaba al principio con lentitud, como hombre que teme revelar su defecto, pero la charla del maestro iba enardeciéndole, y no tardaba a lanzarse en el inmenso mar de sus eternas historias.
Era un rumor de avispero, un susurro de colmena, lo que oían mañana y tarde los huertanos al pasar frente al molino de la Cadena, por el camino que va al mar.
En el fondo, sobre las obscuras montañas, coloreábanse las nubes con resplandor de lejano incendio, por la parte del mar temblaban en el infinito las primeras estrellas, ladraban los perros tristemente, con el canto monótono de ranas y grillos confundíase el chirrido de carros invisibles alejándose por todos los caminos de la inmensa llanura.
Veía con los ojos cerrados un gran huerto de naranjos que existía a más de una hora de distancia, entre Benimaclet y el mar.
¿Por qué no eran suyos los campos? Todos sus abuelos habían dejado la vida entre aquellos terrones, estaban regados con el sudor da la familia, si no fuese por ellos, por los , estarían las tierras tan despobladas como la orilla del mar.

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