Ejemplos con ida

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Hijo de Max e Ida Raffel Caesar, propietarios de un restaurante en Yonkers.
Febrer bromeó sobre su próxima ida al Seminario.
Los había que caminaban tres horas a la ida y otras tantas a la vuelta, yendo de un extremo a otro de la isla, los jueves y sábados, días de cortejo, para hablar tres minutos con una.
El viaje de ida fue regular, pero a la vuelta, luego de haber pasado el estrecho de Magallanes, sobrevinieron las calmas, y la fragata quedó inmóvil en el Atlántico cerca de un mes, agotándose rápidamente el pañol de los víveres.
Desnoyers sólo había estado dos veces allí, a la ida y al regreso de su viaje a Alemania.
Y el padre terminó por hacerse la misma pregunta, extrañando que no se le hubiera ocurrido antes lo de la ida a Europa ¡Treinta y cuatro años sin salir de aquel país que no era el suyo! Ya era hora de marcharse.
A la vuelta solían las amigas hallar el puente más animado que a la ida.
Y en todos los viajes de ida o vuelta nunca va de vacío el tal tesoro.
Jacobo meditó un momento el plan que le proponían y pensando escribir, desde luego, a su esposa, para detener su marcha con la noticia de su ida, aceptó a todo evento la carta para la marquesa de Villasis y despidióse del padre Cifuentes, llamándole don Gregorio.
Homero, que lo sabía o lo adivinaba todo, nos refiere que hallándose Júpiter en el Gárgaro, que es el más alto pico del Ida, Juno fue a verle con el cinturón de Venus oculto, en el cual cinturón están los hechizos todos del amor, que roban la prudencia a los varones más circunspectos y razonables.
¿Cómo están por allá? Pasando, ¿no es eso? Mal vamos, hijo, doña Carmen anda mal, muy mal, la ida de esa chiquilla nos va a dar un disgusto.
Mis tías lamentaban la ida de la joven, pero no se atrevieron a contrariar al padre.
Yo cuando usted lo dice En fin la verdad, mi cabeza anda, , así un poco ida.
Toda la tarde estuvieron platicando acerca de la ida al convento y también sobre cosas relacionadas con la parte material de su existencia futura.
Hablaron de la ida al convento, resolución que la tía de Maxi alabó mucho, esforzándose en sacar de su cabeza los conceptos más alambicados y los vocablos más requetefinos.
Hablose en la mesa del tiempo, del gran calor que se había metido, , porque todavía no había entrado Julio, aunque faltaban pocos días, de los trenes de ida y vuelta, y de la mucha gente que salía para las provincias del Norte.
—Son tres leguas de ida y tres de vuelta.
El vejete debió de conocer tambien al niño, o tener noticias de su persona, pues dió un largo rodeo a la ida y otro a la vuelta para no pasar cerca de él, lo miró de reojo con cierta especie de pavor, y volvió muchas veces la cabeza como para cerciorarse de que no le seguia,—ni más ni ménos que hacen los supersticiosos con las que se les figuran almas del otro mundo.
Ida la vieja, se sentaron todos al rededor de la estera, y la Gananciosa tendió la sábana por manteles, y lo primero que sacó de la cesta fué un gran haz de rábanos y hasta dos docenas de naranjas y limones, y luego una cazuela grande llena de tajadas de bacallao frito: manifestó luego medio queso de Flándes, y una olla de famosas aceitunas, y un plato de camarones, y gran cantidad de cangrejos con su llamativo de alcaparrones ahogados en pimientos, y tres hogazas blanquísimas de Gandul: serian los del almuerzo hasta catorce, y ninguno dellos dejó de sacar su cuchillo de cachas amarillas, si no fué Rinconete, que sacó su media espada, a los dos viejos de bayeta y a la guia tocó el escanciar con el corcho de colmena.
—Eso quise decir, respondió Chiquiznaque: digo que viendo que en la estrecheza y poca cantidad de aquel rostro no cabian los puntos propuestos, porque no fuese mi ida en balde, di la cuchillada a un lacayo suyo, que a buen seguro que la pueden poner por mayor de marca.
Rafael la ida, y así le siguieron todos: y en llegando a la marina, vieron muchas espadas fuera de las vainas, y mucha gente acuchillándose sin piedad alguna: con todo esto, sin apearse llegaron tan cerca, que distintamente veian los rostros de los que peleaban, porque aun no era puesto el sol.
Juan, no es menester moverle con ponerle otro interes delante que el de la honra que ha de ganar en este hecho, la cual desde aquí os la doy, si salimos felizmente deste caso, y por añadidura os ofrezco cuanto tengo, puedo y valgo: la ida quiero que sea mañana, porque hoy pueda prevenir lo necesario para ella.
—Mucho discurrís, y mucho temeis, señora Cornelia, dijo don Juan, pero dad lugar entre tantos miedos a la esperanza, y fiad en Dios, en mi industria y buen deseo, que habeis de ver con toda felicidad cumplido el vuestro: la ida de Ferrara no se escusa, ni el dejar de ayudar yo a vuestro hermano, tampoco: hasta agora no sabemos la intencion del duque, ni tampoco si él sabe vuestra falta, y todo esto se ha de saber de su boca, y nadie se lo podrá preguntar como yo: entended, señora Cornelia, que la salud y contento de vuestro hermano y el del duque llevo puestos en las niñas de mis ojos: yo miraré por ellos como por ellas.
Allí con mirar el cielo y verme en parte ancha se me quitó el temor, a lo ménos se templó de manera, que tuve ánimo de esperar a ver en lo que paraba la ida y vuelta de aquella mala hembra, y lo que me contaba de mis sucesos.
Admirada quedó Camila de la respuesta de Anselmo, que la puso en más confusión que primero, porque ni se atrevía a estar en su casa, ni menos irse a la de sus padres, porque en la quedada corría peligro su honestidad, y en la ida iba contra el mandamiento de su esposo.
Pero el que más se holgó con mi ida fue un hijo segundo del duque, llamado Fernando, mozo gallardo, gentilhombre, liberal y enamorado, el cual, en poco tiempo, quiso que fuese tan su amigo, que daba que decir a todos, y, aunque el mayor me quería bien y me hacía merced, no llegó al estremo con que don Fernando me quería y trataba.
Y en verdad, señor Caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced va de veras, que será bien tornar a ensillar a Rocinante, para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo a mi ida y vuelta, que si la hago a pie, no sé cuándo llegaré ni cuándo volveré, porque, en resolución, soy mal caminante.
Esa ida a mí toca dijo Sanchica: lléveme vuestra merced, señor, a las ancas de su rocín, que yo iré de muy buena gana a ver a mi señor padre.
Y así era la verdad, porque, habiendo ya dado cuenta don Gregorio y el renegado al visorrey de su ida y vuelta, deseoso don Gregorio de ver a Ana Félix, vino con el renegado a casa de don Antonio, y, aunque don Gregorio, cuando le sacaron de Argel, fue con hábitos de mujer, en el barco los trocó por los de un cautivo que salió consigo, pero en cualquiera que viniera, mostrara ser persona para ser codiciada, servida y estimada, porque era hermoso sobremanera, y la edad, al parecer, de diez y siete o diez y ocho años.
Espero respuesta désta y la resolución de mi ida a la corte, y, con esto, Dios te me guarde más años que a mí o tantos, porque no querría dejarte sin mí en este mundo.

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