Ejemplos con huraña

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las cosas para María Emilia se complica cada vez más y la muchacha antes fresca y dulce se convierte en esquiva y huraña ante Alejandro.
Julio, que no se aplacaba con dones, aparecía tranquilo a fuerza de cansancio, y la fatiga de haber rugido furiosamente desplegaba su frente huraña y le hacía aparecer menos repulsivo.
Toda su ilusión era conseguir una licencia para vivir varios días en Mallorca o en la Península, lejos de la isla virtuosa y huraña, que sólo admitía al forastero como marido, embarcarse en busca de otras tierras, donde era fácil dar expansión a sus deseos exacerbados, iguales a los del colegial y el presidiario.
¿Es que con el tiempo se ha convertido en una viejecita huraña y gruñona?.
Llamé, y se presentó la muchacha rubia, ¡mi prima! Tenía los cabellos despeinados por el viento, la ropa mojada por la lluvia, en sus ojos se leía una decisión huraña y melancólica, que me sorprendió.
El Mar Tenebroso, violado por estos intrusos en su huraña soledad, iba librándoles a regañadientes, poco a poco, el secreto de sus lejanos horizontes inexplorados.
Y los invitantes no creyeron necesario insistir más cerca de una mujer pobremente vestida y que se apartaba de todos con huraña modestia.
En esto nos hallábamos frente a la inmensa mole de la casa de los Reyes, huraña y obscura, contrastando lúgubremente con las luminarias de la Burguesía infatuada y de la Aristocracia enloquecida.
Su mujer odiaba los viajes: su hija no conocía mundo mejor que el de sus amigas de Bilbao, y tras cortas estancias en Londres, volvía presurosa a su país, donde era la primera, guardando una instintiva aversión a las grandes ciudades de gente huraña y atareada, entre la cual, ella y su padre pasaban inadvertidos.
¿Quién sabe por qué se quiere? Tal vez, porque en aquella vida de Bilbao, huraña y de escaso trato social, en la que hombrea y mujeres vivían separados, era Pepita la única joven con la que había tenido algún trato, y el amor, que no piensa en diferencias sociales, ni conoce otros obstáculos que los de la naturaleza, le había sorprendido, inflamando sus treinta años, la edad de las grandes pasiones.
Y aproximándose al joven como si se ofreciera, con una dulzura que contrastaba con la huraña repulsión de poco antes, añadió:.
Gabrieldijo el maestro una tarde, usted que es tan observador y sabe tanto, ¿no se ha fijado en que España es triste y no tiene el dulce sentimentalismo de la verdadera poesía? No es melancólica, es triste, con su tristeza huraña y brutal.
El instinto, más bien que la reflexión, hízole comprender entonces el riesgo que corría ella misma y huyó de nuevo por la calle del Caballero de Gracia, sin detenerse un momento, sin resollar siquiera, sin ver nada ni oír nada, ni pensar nada tampoco, hasta que, jadeante y sin saber cómo, se encontró en su , rígidos los miembros, huraña la vista, fuera de las órbitas los ojos, teniendo delante el negro de ébano, que levantaba en lo alto la lámpara encendida como para alumbrar en su entendimiento el horrible cuadro y que le mostraba con temerosa inmovilidad los blancos dientes en su sonrisa siniestra, eterna como la mueca del condenado.
El pobre viejo, al saber el gran descalabro, en vez de irritarse depuso su huraña actitud, aproximándose a su antiguo dependiente para darle consejos con tono paternal.
Y doña Manuela, ofendida por la insistencia de su hijo, que tildaba de quijotesca , se separó de él casi tan huraña y despreciativa como Conchita.
Allí nada me divertía ni me consolaba, pasé el día sin comer, huraña, renuente a las atenciones del padre y a los obsequios de una anciana, ama de gobierno de aquella modesta casa.
-¡Ah, perra, ya sé quién es el que te ha puesto así, pero antes que se salga con la suya, como hay Dios que le arrancaré la lengua y el alma! Rosa, erguida delante de él, lo contemplaba hosca y huraña.
La senté en mis rodillas y la acaricié, no era huraña.
Era una chiquilla como de ocho años, hija de cristiana, trigueñita, ñatita, de grandes y negros ojos, simpática, aunque un tanto huraña.
Si para el mundo entero fue en adelante seca, huraña, la flor de sus enojos la reservó para la intimidad de la alcoba.
Doña Eulalia quedará libre entonces de toda molestia, y aunque siempre recatada, honestísima y decorosa, depondrá sus desdenes, dejará de ser huraña y se hará para todo el mundo conversable y mansa.
Así pasaron meses y años, estuvo tres de ellos en el servicio de la Armada por su condición de matriculado, y pensó que con esta ausencia tan larga y un cambio tan radical de costumbres se olvidaría todo en el pueblo, pero tampoco le salió bien ajustada esta cuenta, pues cuando volvió a él se encontró con los de siempre: la sospecha de que le miraban de mal ojo y en la actitud recelosa y huraña en que estas no bien fundadas aprensiones le ponían continuó siendo, como siempre, el primero en el trabajo, pero de propio intento él último y el más callado en las filas o en los corrillos de la Hermandad de mareantes a que pertenecía.
, un poco huraña.
Pero él ¡con qué deleite hubiera saboreado el primer silbido del tordo, el arrullo voluptuoso de las tórtolas, el monótono ritmo de la codorniz, el chas, chas cacofónico, dulce al cazador, de la perdiz huraña!.
Aquellas confusiones, mezcla de malicia y de inocencia, en que la habían sumergido las calumnias del aya y los groseros comentarios del vulgo, la hicieron fría, desabrida, huraña para todo lo que fuese amor, según se lo figuraba.
Ustedes no quieren que yo sea obscura, seria, huraña.
La musa lírica es voluntariosa, huraña y rebelde.
El Imperial rebosaba gente, junto a una de sus puertas, en lugar protegido por la sombra, jugaban a las cartas Pepe el Tano y Paquillo el Cardenales, a los que contemplaba con expresión huraña el Cartulina, cuyo rostro reflejaba la honda tristeza en que le sumergiera la deserción de Maricucha.
La melancolía me agostaba como una parásita asida a mi existencia, y la tristeza vana iba cambiando mi naturaleza, haciéndome desconfiada, poco expansiva, huraña.
Osmunda, por el contrario, era marchita y huraña, mal vista de propios y olvidada de extraños, la hija de don Román era rica, y vivía en una casa firme, cómoda, limpia y blanqueada, y tenía, para recreo, un piano en la sala y muchas flores en el jardín, la hija de don Pelayo era casi pobre, vivía sobre carcomidos tableros, entre cuatro paredes sucias y agrietadas, y por toda distracción, tenía la hiel de soledades y el despego de don Lope.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba