Ejemplos con hotel

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¿Había elegido su marido de usted algún hotel en Bayona?le preguntó.
Llegaba en esto corriendo otra figura humana, que venía también del hotel por la escalera, e interponiéndose, se inclinó para recoger a Lucía.
Cuando volvió al hotel subió a la cámara mortuoria, y allí halló a Juanilla, transida de miedo y de cansancio, velando a la difunta.
El sol lanzaba al través del follaje dardos de oro sobre la arena de las calles, el frío era seco y benigno a aquellas horas, las tres paredes del hotel y de la casa de Artegui formaban una como natural estufa, recogiendo todo el calor solar y arrojándolo sobre el jardín.
Es un aditamento regular al coste de la pensión en el hotel.
Conviniéronse en ello, y Miranda hubo de pedir la cuenta del gasto hecho en el hotel, que le trajeron escrita en casi indescifrables garrapatos.
Con verbosidad enteramente francesa convenció a Miranda y a Perico de que debían alojarse en un , por evitar a las damas la enojosa promiscuidad de la mesa redonda de hotel, y para que se encontrasen como en su propia casa.
Por encargo de Miranda el ama del hotel escribió a la villa termal, encargando hospedaje.
Le presentó Artegui en silencio el brazo, y ella, dudosa al pronto, aceptó por fin, caminando ambos automáticamente en dirección al hotel.
¡no se olvide usted! que le digan que está aquí en este hotel, sin novedad, y que le aguarda.
Al entrar en el hotel, la dueña se acercó a ellos, su sonrisa, avivada por la curiosidad, era aún más complaciente y obsequiosa que antes.
Poco más departieron, hasta volverse al hotel.
Artegui puso fin al ataque pagando los juegos elegidos y dando las señas del hotel para que se enviasen.
La dueña llamó a una camarera, no menos que ella pulcra y servicial, y tomando ésta dos llaves de la tabla numerada en que colgaban todas las del hotel, echó delante por las escaleras enceradas, y la siguieron Artegui y Lucía.
Con esto, los dos hermanos salieron en triunfo del Sardinero para Francia y detuviéronse en Bayona, en el hotel de San Esteban, donde tuvimos la honra de conocerles.
Rióse ella misma de sí misma al notar la febril impaciencia con que esperaba la hora de ir a Palacio, porque ni la señora de López Moreno había sentido mayores ansias ni más vehementes deseos el día de su famosa presentación en el hotel Basilewsky.
Jacobo, cansado al fin de dar vueltas, acabando de creer que el asunto todo de los masones era una farsa y la carta de Pérez Cueto un chasco de Carnaval que debía completarla, decidióse a llamar como última prueba a la puertecilla condenada, única que, fuera aparte de la del hotel, había en la calle, los golpes retumbaron en el silencio, y un eco muy extraño, que asustó a Currita, los reprodujo a lo lejos.
Sólo dos reverberos de gas alumbraban la calle, el portero del hotel había entornado la puerta, y el cuarto menguante de la luna derramaba su suave claridad, permitiendo distinguir claramente los objetos.
¿Vendría quizá equivocado el número de la casa y sería aquella buena alhaja la autora de la carta? Parecióle esto a Currita improbable, y un hecho positivo la sacó de dudas: abrióse de repente la gran mampara de cristales que cerraba en el hotel el fondo del vestíbulo y apareció un coche que vino a detenerse al pie de la escalera, ni el cochero ni el lacayo traían librea, ni veíanse tampoco en el coche armas, iniciales o corona, al ejercitado olfato de Currita olióle todo aquello, desde luego, a principios de aventura.
Es esta calle muy corta, y formábanla en aquel tiempo, por la acera de la izquierda, la gran verja del jardín que rodea a un hotel de Recoletos, un solar lleno de escombros y la esquina de una casa de la calle de Serrano, en la cual se abría una puertecilla, al parecer condenada, a la derecha, extendíase primero la fachada lateral de cierto edificio público, seguía luego un hotel suntuoso, y terminaba la acera con otro solar en construcción y la esquina de otra casa de la calle de Serrano, en que no había puerta ninguna.
Pedro López comparaba en el salón de Currita con aquellas famosas tertulias que comenzaron en el hotel Rambouillet y acabaron con madame Staël, Recamier, Tallien y Girardin, y ciertamente que si no se encontraba en aquel como en estas la culta y amena conversación y la urbanidad más exquisita de antaño, que ha venido a ser hoy entre damas y caballeros como atributo exclusivo de las pelucas empolvadas y las chorreras de encaje, encontrábase de igual modo aquel principio disolvente de toda moral, que consiste en tolerar y autorizar el escándalo.
¿Te enteras? En un hotel muy bonito, y se llama ¿Cómo se llama? Pues, señor, no me acuerdo, ello era un nombre así como de píldora.
Aturdido todavía y lleno de saña, entróse precipitadamente Jacobo en el carruaje y dio orden al cochero de volver a Bayona, al Hotel de Saint Etienne, donde se había apeado la víspera.
Despidiéronse al cabo protector y protegido, y aquel, para lanzar al público sin pérdida de tiempo la noticia, corrió a ponerse, desde luego, de punta en blanco para sus nocturnas correrías, y bajar de seguida a la terraza del hotel, donde toda la colonia española esperaba, como siempre, la llegada del correo.
Su sorpresa fue, pues, grande cuando Jacobo, con la austeridad de un san Pablo primer ermitaño y la fortaleza de un san Antonio en el desierto, se negó rotundamente a salir del hotel, diciendo que había jurado no pisar el impuro suelo de París, que jamás tomaría en la mano una carta y que no pareciéndole ya conveniente marchar a Madrid a causa del cambio político, había decidido salir a la mañana siguiente para Biarritz, donde pensaba intentar una reconciliación con¡polaina!¡con su mujer!.
La impresión del frío prodújole a la salida del Círculo una ligera punzada en la muela fósil, y apretó el paso sobresaltado para llegar pronto al hotel y tomar buchadas de elixir que le librasen de una noche toledana.
Todo quedó en silencio un breve rato, oyéronse después los ligeros pasitos en diversas direcciones, tornáronse a acercar a la puerta, sintiéndose tras ella el roce del vecino sospechoso que espiaba, y más tarde, al dar la una en el reloj del hotel, oyóse un golpe semejante al de un cuerpo pesado que cae sobre un colchón de muelles, después un ¡Aaaaaah! prolongadísimo, un bostezo formidable, que vino a tranquilizar a Jacobo.
Y, como si esperase hallar con el movimiento alguna de esas ideas que se ocurren de repente al volver una esquina o brotan en medio del arroyo, lanzóse a la calle después de encerrar en la cómoda todos los papeles, y siguió por el bulevar des Capucins, y entró por el de la Magdalena, y recorrió luego toda la calle Real, y entróse después por un laberinto de calles desconocidas, para volver a las dos horas al hotel, rendido, fatigado, sin haber pensado nada ni decidido nada tampoco.
En su estilo bullen la agitación de un hijo del siglo , la tristeza de un español que no sabe de qué ufanarse, la angustia de un corazón afectuoso que llora sobre todo lo que desaparece, que en clama por el hogar, en se resuelve contra esta vida de hotel que vamos adoptando, gimiendo sobre los muebles profanados o las reliquias santas, vendidas al peso, y en el conduélese viendo desaparecer los varios caracteres, trages y costumbres de las provincias.

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