Ejemplos con habana

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Sala Tespis, Hotel Habana Libre, La Habana, Cuba.
Castillo de los Tres Reyes del Morro, La Habana, Cuba, y de la III Bienal Internacional de Grabado.
Hotel Habana Libre, La Habana, Cuba.
Galería de Arte San Miguel del Padrón, La Habana, Cuba.
Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño, La Habana, Cuba.
Exposición de Arte Abstracto Salón de la Solidaridad, Hotel Habana Libre Tryp, La Habana, Cuba.
Casa de las Américas, La Habana, CUBA, Center for Cuban Studies, Nueva York, ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA,.
Centro de Prensa Internacional, La Habana, CUBA.
Taller Internacional de la Imagen Fotográfica a la Cuarta Bienal de La Habana.
Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, CUBA.
Al empeñarse en ser marino, su padre, el viejo Valls, autor de la fortuna de la casa, le había embarcado en una goleta de su propiedad que traía azúcar de la Habana.
Y mi papá recibe todos los años, de renta, más de doce sacos de harina, quince arrobas de manteca y dos cajas de azúcar de la Habana.
No, si aseguran que su padre es un banquero riquísimo de la Habana.
Sus viajes habían sido a América en bergantines de su propiedad, trayendo azúcar de la Habana y maíz de Buenos Aires.
Cerca de diez meses estuvieron por Valencia, al cabo de los cuales regresaron a La Habana, continuando don Mariano en el desempeño de su antiguo destino.
La Habana lo recibió afectuosamente.
A pesar del trabajo excesivo y de su dedicación a la literatura, Martí no dejó un día de conspirar desde que llegó a La Habana.
De regreso de Cayo Hueso pasó por Tampa, siendo aprobadas en esta ciudad las referidas bases, siguiendo a New York, en donde lo esperaba un gran pesar: la carta denostadora que el General Enrique Collazo, por error o ceguedad del momento, le escribiera desde La Habana, y que firmaron con él, otras distinguidas personalidades de la revolución.
Era antes de la revolución, durante un breve paso de Martí por Cuba, no solo antes de que el movimiento revolucionario estallara, sino también antes de aquella, para muchos aun no claramente conocida, aparición de Antonio Maceo en La Habana.
En aquella época el Liceo de la Habana se hallaba establecido en la Calzada de la Reina.
Cuando en compañía del que fue primer Presidente de nuestra República, ya constituida en definitiva y reconocida por todas las naciones, don Tomás Estrada Palma, en los últimos tiempos de la revolución, en la época en que en el puerto de la Habana voló el acorazado americano Maine , hice yo un viaje a Tampa y Cayo Hueso, esto llamó profundamente mi atención.
Y esa idea de don Emilio Castelar era la idea que aquí tengan todos los que no estaban, diré mejor, los que no estábamos comprendidos en la conspiración, porque a pesar del papel que yo posteriormente pude desempeñar, modesto y obscuro, en el movimiento revolucionario, he de declararlo sinceramente, y nunca he pretendido lo contrario, en la conspiración inicial no estuve comprendido ni iniciado, hasta el punto de que, no sospechando que yo podía ser capaz de semejante cosa, el señor Juan Gualberto Gómez, a pesar de haber llevado su defensa ante la Audiencia de la Habana cuando se le procesó por la publicación de un artículo titulado Por qué somos separatistas , jamás contó conmigo y aun hubo de decirme, ya en Ceuta, donde nos encontramos, que él se hubiera dirigido a mí si hubiese sabido que yo era susceptible de ser inyectado con semejante virus, a lo que le contesté que quizás, en aquellos momentos, no hubiera sido yo susceptible de recibir, con fruto, la inyección.
Había trasladado cargamentos de chinos de Hong-Kong a San Francisco de California, montañas de trigo de Odessa a Barcelona, recordaba viajes a Australia, a la vela, por el cabo de Buena Esperanza, hacía memoria, con sonrisa pudorosa, de sus juergas de la Habana, en plena juventud, con ciertos marinos rumbosos como nababs y valientes y crueles lo mismo que los aventureros de otros siglos, los cuales, al bajar a tierra, gastaban en unas cuantas noches la ganancia de sus viajes desde las costas de África con la bodega abarrotada de negros.
—Vosotros, africanos, haréis lo mismo en Ceuta: vosotros, asiáticos, podréis reunir vuestra cuota en Bombay: vosotros, americanos, en la Habana, y vosotros, habitantes de la Oceanía, girad sobre Manila, que es ciudad española.
Figúrate que en la Habana veía, desde el castillo de Atarés, las señales del vigía del Morro, distinguiendo perfectamente los colores de las banderas.
Apresuró el paso todo lo que pudo, y al llegar a su calle ¡Dios! lo que se temía Fortunata en el balcón, mirando por la calle del Castillo hacia el paseo de la Habana, por donde seguramente había seguido el coche.
La dejaré a usted en la calle de la Habana.

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