Ejemplos con guardias

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pero los guardias insistieron en su negativa.
Los guardias cansáronse pronto de este registro infructuoso.
¡Nobles inconvenientes de ser valeroso y que le tengan a uno cierto miedo! Y cada , viendo en el registro un testimonio de su mérito, levantaba los brazos y avanzaba el vientre, prestándose satisfecho al manoseo de los guardias, mientras miraba orgulloso hacia el grupo de las muchachas.
Algunos contestaron con un leve al saludo de la pareja, pero todos fingían no verla, y miraban a otra parte, como si los guardias careciesen de presencia real.
Y revueltos con ellos, guardias forestales y gendarmes pertenecientes a pueblos qué habían recibido con retraso la noticia de la retirada.
Eran invenciones de los navegantes de imaginación: cuentos de proa para pasar las guardias nocturnas.
Era de no acabar de oírle, y tenerle que rogar que se calmase, cuando con aquel lenguaje pintoresco y desembarazado recordaba, no sin su buena cerrazón de truenos y relámpagos y unas amenazas grandes como torres, los bellacos oficios de tal o de cual marquesa, que auxiliando ligerezas ajenas querían hacer, por lo comunes, menos culpables las propias, o tal historia de un capitán de guardias, que pareció bien en la corte con su ruda belleza de montañés y su cabello abundante y alborotado, y apenas entrevió su buena fortuna tomó prestados unos dineros, con que enrizarse, en lo del peluquero la cabellera, y en lo del sastre vestir de paño bueno, y en lo del calzador comprarse unos botitos, con que estar galán en la hora en que debía ir a palacio, donde al volver el capitán con estas donosuras, pareció tan feo y presumido que en poco estuvo que perdiese algo más que la capitanía.
Un muerto yacía en la acera, custodiado por dos guardias.
Cisneros, como era gobernador del Reino, puso guardias en todos los puertos, y el canónigo emisario fue hecho prisionero al ir a embarcarse en Valencia.
Allí no había secretarios, ni plumas, ni días de angustia esperando la sentencia, ni guardias terroríficos, ni nada más que palabras.
La llave entró rechinando en la cerradura, y en vano forcejeó Germán para hacerla dar vueltas, preciso fue sacarla de nuevo, untar las guardias con aceite, e introduciendo un palo por el ojo, giró al cabo al sexto o séptimo empuje.
Y prosiguió diciendo, con grandes ponderaciones y mucho misterio, que el otro contendiente era sir Roberto Beltz, capitán de guardias agregado a la embajada inglesa, hombre muy posma, muy preguntón, muy aficionado a investigar el porqué de todas las cosas, y metódico y ordenado hasta el punto de reírse por la mañana de los chistes oídos la noche antes.
Intervinieron los guardias de orden público en favor de las mujerzuelas, y mientras tanto, huyeron en un segundo los lujosos trenes, al galope, a la desbandada, mordiéndose los hombres el bigote de despecho, escondiendo las mujeres, llenas de vergüenza, los rostros azorados.
Acompañábanle media docena de guardias municipales, un alcalde de barrio y hasta diez o doce hombres de mala catadura, provistos de grandes garrotes, que parecían por las trazas pertenecer a la por aquel tiempo famosa.
Mientras tanto, asombrado Butrón de aquel brusco arranque, y muerto de susto ante audacia tan temeraria, echaba a toda prisa las cortinillas para que no le viesen, y Currita, riendo como una loca, se asomaba por el vidrio de la trasera para ver a los transeúntes refugiarse asustados en los portales, y a los guardias públicos correr detrás de la berlina, haciendo señas de que parasen.
Nadie había visto nada, nadie sabía nada, contaba con risotadas brutales cómo se había roto él mismo la cabeza volviendo de la taberna, a consecuencia de su apuesta, que le hizo andar con paso vacilante, chocando contra los árboles del camino, y los dos guardias civiles tuvieron que volverse a su cuartelillo de Alboraya, sin sacar nada en claro de los vagos rumores de riña y sangre que habían llegado hasta ellos.
Llegaban unos tirando de sus caballejos con el serón cargado de estiércol, contentos de la colecta hecha en las calles, otros en sus carros vacíos, procurando enternecer a los guardias municipales para que les dejasen permanecer allí, y mientras los viejos conversaban con las mujeres, los jóvenes se metían en el cafetín cercano, para matar el tiempo ante la copa de aguardiente, mascullando su cigarro de tres céntimos.
Caminando junto a la carretera polvorienta, sin ver otras caras que las de los carreteros que marchaban perezosamente tras sus vehículos, o las de los guardias de Consumos sentados ante sus garitas, Juanito se encontraba mejor.
Le desacreditaban el establecimiento con sus feas palabras, los guardias le tomarían ojeriza por consentir en su casa tales blasfemias contra la excelentísima corporación, y ademásesto era lo principal, conocía de antiguo a aquellos parroquianos, que, cuando se alumbraban de veras, costaba un disgusto sacarles el dinero.
Acostumbrado a los simulacros de los llanos de Armilla de Granada y del Campo de Guardias de Madrid, creí que iba a asistir a un.
El médico de guardia conocía a Maxi, y después de curarle la contusión de la cabeza, que no tenía importancia, le mandó a su casa al cuidado de los guardias de Orden Público.
Embebecida en esta cavilación llegó al Campo de Guardias, junto al Depósito.
Desde el corredor alto se veía parte del Campo de Guardias, el Depósito de aguas del Lozoya, el cementerio de San Martín y el caserío de Cuatro Caminos, y detrás de esto los tonos severos del paisaje de la Moncloa y el admirable horizonte que parece el mar, líneas ligeramente onduladas, en cuya aparente inquietud parece balancearse, como la vela de un barco, la torre de Aravaca o de Húmera.
Echó a andar hacia Madrid por el polvoriento camino del antiguo Campo de Guardias, y volviendo a mirar su reloj por un movimiento maquinal, tampoco entonces se hizo cargo de la hora que era.
¡Qué bien dicho! El único que se resistía a dejar el local fue Díaz Quintero, que empezó a pegar gritos y a forcejear con los guardias civiles Los diputados y el presidente abandonaron el salón por la puerta del reloj y aguardaron en la biblioteca a que les dejaran salir.
Villuendas se reía sin atajarle, gritando: ¡Adiós, mi dinero!, ¡eh! ¡socorro!, ¡guardias!.
Guardaría, pues, su tesoro, y se valdría de todas las trazas de su ingenio para defenderlo de las miradas y de las uñas de Nicanora porque si esta lo descubría, ¡Santo Cristo de los Guardias!.
Los Ranchos son lo mismo que las demas guardias, pero ha tenido la felicidad de tocarle un Comandante activo y laborioso, como lo es D.
Cubierta la nueva línea con cuatro guardias, y obligando a los poseedores hagan sus establecimientos en los intermedios de aquellas, y tengan necesariamente en su estancia cuatro armas de chispa è igual número de blancas, quedará no todo resguardada de los insultos de los infieles tan hermosa campaña, sino que se les arrojará insensiblemente del otro lado del Tandil.
Desde este punto hasta la barra del Diamante, en el expresado Negro, deberán establecerse ocho guardias y las estancias intermedias en los términos dichos anteriormente, é igual numero desde la expresada barra, a la distancia que convenga de la del Fuerte de San Carlos de la jurisdiccion de Mendoza: debiendo fundarse un pueblo en la confluencia del Diamante, y otro próximo a la dicha guardia de San Carlos.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba