Ejemplos con florestas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Arranca del borde del lago, diamante líquido contenido entre colinas verdes, atraviesa valles de cultivo, florestas primitivas, quebradas oscuras, puentes colgantes sobre torrentes bravíos, cimas doradas por el sol y donde descansan las nubes, cadenas dentadas inmóviles y silenciosas, corre, sube, baja.
Desiertos, florestas tropicales, planicies y otras áreas -incluyendo las ciudades más desarrolladas- todas tienen distintas formas de vida silvestre.
Es una especie que gusta de poca luz, de claridad a semisombra, habitando florestas umbrófilas densas sobre árboles centenarios muy altos, en las partes del tronco más protegidas aunque nunca a sombra verdadera.
Estas industrias le habían permitido lo mismo que ir a buscar a Carrara y a Paros los mármoles para su palacio de Varsovia, hacer venir de Cuba todo un cargamento de tierra vegetal extraída de las vírgenes florestas de esta isla de clima tropical, a fin de asegurar a sus plantas y flores preferidas las condiciones de existencia más favorables.
No agotan calores estivales la mullida grama de sus dehesas, ni los vientos glaciales del Citlaltépetl marchitan la exuberante lozanía de sus florestas.
Los más grandes poetas, sin que nadie les tache de pervertidores, fundan sus obras admirables en aquellas pasiones que convertían en alcobas las grutas, las florestas, los prados, las selvas y los bosques.
—Así será verdad, replicó Vidriera, pero lo que ménos ha menester la farsa es personas bien nacidas, galanes sí, gentiles hombres y de espeditas lenguas: tambien sé decir dellos que en el sudor de su cara ganan su pan con inllevable trabajo, tomando continuo de memoria, hechos perpetuos jitanos de lugar en lugar, y de meson en venta, desvelándose en contentar a otros, porque en el gusto ajeno consiste su bien propio: tienen mas, que con su oficio no engañan a nadie, pues por momentos sacan su mercaduría a pública plaza, al juicio y a la vista de todos: el trabajo de los autores es increible, y su cuidado estraordinario, y han de ganar mucho para que al cabo del año no salgan tan empeñados, que les sea forzoso hacer pleito de acreedores, y con todo esto son necesarios en la república, como lo son las florestas, las alamedas y las vistas de recreacion, y como lo son las cosas que honestamente recrean.
Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por acomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus señoras.
Y, aunque se deja entender que no podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque, en efeto, eran hombres como nosotros, hase de entender también que, andando lo más del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su más ordinaria comida sería de viandas rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces.
Llegóse, en fin, el día de su partida, tan alegre para don Quijote como triste y aciago para Sancho Panza, que se hallaba muy bien con la abundancia de la casa de don Diego, y rehusaba de volver a la hambre que se usa en las florestas, despoblados, y a la estrecheza de sus mal proveídas alforjas.
No quiso entrar en el lugar don Quijote, aunque se lo pidieron así el labrador como el bachiller, pero él dio por disculpa, bastantísima a su parecer, ser costumbre de los caballeros andantes dormir por los campos y florestas antes que en los poblados, aunque fuese debajo de dorados techos, y con esto, se desvió un poco del camino, bien contra la voluntad de Sancho, viniéndosele a la memoria el buen alojamiento que había tenido en el castillo o casa de don Diego.
En verdad, señora respondió Sancho, que en mi vida he bebido de malicia, con sed bien podría ser, porque no tengo nada de hipócrita: bebo cuando tengo gana, y cuando no la tengo y cuando me lo dan, por no parecer o melindroso o malcriado, que a un brindis de un amigo, ¿qué corazón ha de haber tan de mármol que no haga la razón? Pero, aunque las calzo, no las ensucio, cuanto más, que los escuderos de los caballeros andantes, casi de ordinario beben agua, porque siempre andan por florestas, selvas y prados, montañas y riscos, sin hallar una misericordia de vino, si dan por ella un ojo.
Nocedal: Vuelvan las musas a morar en regaladas florestas, con su gracioso antiguo continente, ceñida de flores la cintura, dejen de andar a pie y descalzas, desaseadas y en cabello por esas calles, y tornarán a ser queridas y respetadas.
Por doquiera el bejuco de «matapalo» —rastrero pulpo de las florestas— pega.
Pasé por valles, por serranías, silbé en la lira de los tiranos, que la han formado las cuerdas tiesas de los ahorcados en los ramajes de las florestas.
Mis viajes y mis estudios, y el haber visto la bahía de Río-Janeiro, y las costas fertilísimas que la circundan, y sus lagos interiores, y las cien islas de la bahía enorme llenas de perenne verdura, y sus sierras gigantescas, y sus florestas seculares, y sus bosques fragantes de naranjos y limoneros, y el haber vivido en la orillas feraces del Ganges y del Brahmaputra con sus pagodas, palacios y jardines, y el haber visitado las márgenes del golfo de Nápoles tan risueño y lleno de recuerdos clásicos, no destruyen en mí la arraigada condición del bermejino, quien jamás cree ni confiesa que haya nada más bello, ni más fértil, ni más rico que su lugar y los alrededores de su lugar.
Mientras que al cantor americano le sucede a veces que escribe versos sobre la luna de Italia, a la luz de la luna de América, que suple a su lámpara, paseando por sobre azucenas y yerbas sahumadas, lee con entusiasmo las descripciones de la Suiza, y recostado bajo las florestas del Paraná, sueña en los prodigios de Oriente, mientras los pájaros dorados cantan a su oído y se pasean por sus miembros embargados por el sueño.
La posición de este castillo era sumamente pintoresca y graciosa: rodeado de breñas y peñascos, cuyas crestas altísimas parecían medir el horizonte, ofrecía un golpe de perspectiva magnífico, terminado por el valle de Lemus, serpenteado por infinidad de murmuradores arroyos que se precipitan a porfía y buscan su natural confluencia: hermosas llanuras, verdaderas florestas alfombradas de verdinegras plantas, confundíanse como pequeños oasis, en una serie irregular de colinas coronadas de pinos y olivares de un verdor aterciopelado y mate.
la que en las florestas.
salida del fondo negro y misterioso de las florestas.
Comían al aire libre, paseaban por florestas tupidas o asoleadas praderas, se mecían en columpios, remaban sobre el Sena en barquillas gallardas.
En el centro, sostenido por pilastras de oro, sobre cada una de las cuales había un pájaro con plumaje de esmeraldas y pico de rubíes, erguíase una especie de oratorio adornado con colgaduras de seda y oro, y al que unas gradas de marfil unían al suelo, donde una magnífica alfombra, diestramente fabricada con lana de colores gloriosos, abría sus flores sin aroma en medio de su césped sin savia, y vivía toda la vida artificial de sus florestas pobladas de pájaros y animales copiados de manera exacta, con su belleza natural y sus contornos verdaderos.
¡Afuera, allá, las mágicas florestas,.
¿Será verdad? ¿Volveré a mi tranquilo valle y las campanas no resonarán como antes en mi corazón, y la luz encendida al pie del retablo antiguo no brillará como antes a mis ojos, y el campo no tendrá los mismos aromas, ni el horizonte los mismos destellos que en mi infancia, cuando las ilusiones se teñían en las florestas como las alitas de las mariposas, o la fe libaba esperanzas en la lejana estrella, como la abeja miel en la flor del cantueso y del romero? Si ha de suceder así, no me lo digas, y déjame que avive en la memoria, con toda la fuerza de mis recuerdos aquellos días en que no contábamos los años y en que no caían sobre nuestras cabezas las escarchas.
campiñas, alternadas de huertas, parques, florestas y jardines, y de trecho a trecho se.
leyéndolas en latín Erasmo, el Evorense y otros, y escogiéndolas en romance las florestas.
cada año las florestas atentos no más que a recrear los materiales sentidos, sin emplear el.
Habíanles dicho allá, en la aldea, que al pasar de un mundo a otro cruzarían una línea, llamada del Ecuador, y en esa línea se dividían las razas, las florestas y las faunas.
La tormenta empezaba a fraguarse en las nubes, por entre aquellos apacibles maizales crecidos, en las fuentes claras, en las florestas serenas, en el ambiente luminoso, iniciábase una ráfaga de amenaza.
Y, a propósito: no hay trovador novel ni poeta melenudo que se haya creído dispensado de echar un parrafito a las orillas del manso Guadalquivir, o del ''aurífero'' Darro, o a las aguas del histórico Guadalete, sembrando aquí o allá bosques y florestas, frondosidad y fragancia, césped y lirios, que así existen donde los colocan los vates, como yo soy arzobispo, en cambio, cuando alguno de aquellos ingenios ha pisado el suelo de la Montaña, en lugar de cantar lo que ella le mostraba, en lugar de darle lo que se le quita para engalanar ajenas hermosuras, se ha ocupado en escribir a la «civilización» si los moradores de aquende comen borona, andan descalzos y gastan los calzones más o menos remendados, como si se tratara de un aduar de Marruecos o de la isla de Annobón.

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