Ejemplos con extendí

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Al verle extendí los brazos y grité con toda la fuerza de mi voz.
¿En tanto dónde estaba lord Gray? Extendí la vista y le vi tras el respaldo del monumental sillón de doña María, muy enfrascado en estrecha plática con Asunción, que sin duda le estaba convenciendo de la superioridad del catolicismo con respecto al protestantismo.
Extendí con avidez la vista por la multitud de caras que allí se confundían, y no vi ninguna de las que buscaba.
Extendí la vista por la superficie del agua: agitome una bullidora inquietud, y aquella fuerza secreta que me impelía a seguir adelante, redoblose en mí.
Yo extendí mi brazo alrededor de su cintura, y él, cerrando los puños, elevándolos convulsamente al cielo, apretando los dientes y mordiendo después el pomo de su sable, lanzó una imprecación, una blasfemia, que habría hecho desplomar el firmamento, si lo de arriba obedeciera a las voces de abajo.
Tres veces extendí mi mano hacia el cofrecillo, y tres veces la retiré.
Mientras te decía el último adiós, naturalmente extendí un pie sobre la acera.
Entonces extendí la mano, dispuesto a jurar.
-No era un sueño, no, porque extendí la mano hacia la campanilla, y al ver este movimiento, la sombra desapareció.
Me precipité hacia él y extendí mis manos.
Extendí hacia ella mi mano.
Extendí la vista para buscar en la extensión gris algo tangible a qué poderme referir y vi lejos, muy lejos, sobre la enorme extensión de huesos, un esqueleto que como yo, se elevaba en aquel campo de desolación.
Pero nuevamente la mañana hizo brillante mi esperanza, y extendí mi clemencia hacia Biddy, de modo.
En la noche lluviosa extendí el brazo y le tenté.
Antes de sentarme saqué del bolsillo un pañuelo bordado de oro, y lo extendí debajo de mí.
Y extendí la mente por los campos de la historia, y al ver la haz de la tierra cubierta de ruinas y de cadáveres, a las razas luchando contra las razas, a las ideas contra las ideas, al ver la fuerza convertida en derecho y a los pícaros en la cumbre de los honores, y a los buenos en el abismo de todas las desventuras, a la mujer holgada y consentida, arrojando a los pies de su amante el honor de su marido, al marido, mancillando en torpes mancebías la fe jurada en los altares, al ver al poderoso explotar al necesitado, y al necesitado escupir la mano que le da la hogaza, al ver aquí el látigo, allí la tea, acá el atropello, allá la asechanza, y en todas partes y en todos tiempos y a todas horas, el orgullo, la soberbia, la envidia, la venganza, imponiéndose al mundo como una calamidad incontrarrestable -¡ay!, exclamé en mis adentros-, niño es el hombre, y aun con frecuencia es ángel, pero también es tigre carnicero en cuanto arroja a Dios de su conciencia.
No sé en dónde encontré una escalera que apoyé en el muro para subir por ella y ver los detalles, el caso es que subí, y cuando estaba más abstraído en mi ocupación, como me estorbase para examinar a mi gusto la mitra del abad una tela oscura y polvorienta que la envolvía casi toda, extendí la mano y la arranqué, y de debajo de aquella cosa sin nombre, que era su habitación, salió la araña.

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