Ejemplos con eternidad

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La rueda estallaba, poblando el negro espacio de llamas de explosión, de millares de millones de gritos y estremecimientos, que eran otros tantos seres arrojados a través del misterio de la eternidad.
Don Restituto no podía conformarse con que a él y a su Basilisa les diesen una entrada general de galería para contemplar de lejos la gran apoteosis de la eternidad, puesto que él pagaba el billete tanto como el que más y más que casi todos.
Después de media horita, que para Novillo fué una eternidad de inefables congojas, porque se verificaron varios choques meteóricos de miradas, halláronse otra vez par a par el zapatero y el político.
Después de lo que Apolonio calculó como una eternidad de silencio, se atrevió a decir:.
Todos los otros que no son venidos al es porque son muertos y en la eternidad de la nada.
Los de aquí estamos también muertos y miramos el mundo desde la perspectiva de la eternidad.
Ahora mismo me apercibía yo a describir la Rúa Ruera, de la muy ilustre y veterana ciudad de Pilares, en donde vivía Belarmino Pinto, llamado también monxú Codorniú, zapatero y filósofo bilateral, cuando, al pronto, en el umbral u orilla de mi conciencia, se yergue el espectro de don Amaranto de Fraile, enarbolando un tenedor de peltre, que a mí se me ha figurado tridente de Caronte, ese Neptuno del mar de la eternidad.
Pero tampoco le salía la cuenta, porque se levantaba una figura ruin y mal trajeada, que, con voz de grillo mal emitida, soltaba un aluvión de párrafos enmarañados que nadie se tomaba la molestia de desenredar, o un finchado presuntuoso, que entre período y período de su discurso ponía una eternidad de paseos en corto, estirones de chaleco, montaduras de lente y mares de agua con azúcar, ya un perezoso desaplomado Adán, que parecía las pocas y desmadejadas frases que decía a fuerza de restregarse contra el banco y de tirar de sus bragas hacia arriba, o un mozo encanijado y presumido, que sin ciencia, sin virtudes, sin voz y sin palabra, quería convencer como los sabios y convertir como los justos, ya un osado boquirrubio, cuyo único afán era medir sus fuerzas con las de los del Parlamento, que se guardaban muy bien de replicarle, ya un viejo atrabiliario, cuyos furores causaban risa y cuyos chistes hacían llorar de compasión, ya una especie de cuáquero mugriento, demagogo impenitente, que vociferaba sobre justicia y amor al prójimo, no en nombre de Dios, a quien negaba, blasfemo, sino de una razón que parecía faltarle a él, ya que no a los que en santa calma le escuchaban.
No de otra manera observa Taine que, en las grandes obras de la arquitectura antigua, la belleza es una manifestación sensible de la solidez, la elegancia se identifica con la apariencia de la fuerza: las mismas líneas del Partenón que halagan a la mirada con proporciones armoniosas, contentan a la inteligencia con promesas de eternidad.
Absorto en su austeridad hierática, el país del sacerdote representaba, en tanto, la senectud, que se concentra para ensayar el reposo de la eternidad y aleja, con desdeñosa mano, todo frívolo sueño.
Ni sé cómo llegué al cuarto tenía miedo, mucho miedo de encontrar con alguien con el ama Engracia pero yo decía: adelante: Sardiola asegura que se marcha hoy y si se marcha tú también te irás a León y ya, en toda la vida, y en la eternidad, Lucía, como no le veas en el cielo, no sé yo dónde le verás.
Tiene este horrible mal de la tisis tan diversas fases y aspectos, que hay enfermo que al morir cuenta los instantes que le restan de existencia, y haylo que cae sorprendido en la eternidad, como la fiera en el lazo.
Hermoso era, sin embargo, para los dos el momento, de concordia suprema, de dulce olvido, la vida pasada se borraba, la presente era como una tranquila eternidad, entre cuatro paredes, en el adormecimiento beato de la silenciosa cámara.
Ellos no lloran, Teri, y se muestran grandes y serenos en su despedida, no porque son hijos de dioses, sino porque tienen una confianza de niños, una fe ingenua y sana en la eternidad de su amor.
¡Cómo poner al mismo nivel al egoísta crédulo que con unos cuantos sacrificios y mortificaciones cree comprarse una eternidad de alegría en el cielo, y al hombre moderno, que hace el bien sin creer en futuras recompensas, ni en el agradecimiento de divinos fantasmas, únicamente por la alegría de socorrer al semejante, por la solidaridad que debe existir entre todos los que tripulan el barco errante de la Tierra! Así habían procedido siempre los grandes mártires y los genios.
¡Ah, mísero Luzbel, ridículo pazguato que ofrecía con torpe malicia las cortas felicidades de la tierra a cambio de una eternidad de tan horrible fuego! La respuesta no era dudosa.
Sólo vería en lo alto a Jesucristo, vivo y terrible, que se adelantaba a juzgarle, y detrás la eternidad, oscura, inmensa, implacable.
Y de lejos, por entre el ramaje, arrastrándose sobre las verdes olas de los campos, contestaban los ecos del vals que iba acompañando al pobre hacia la eternidad, balanceándose en su barquilla blanca galoneada de oro.
Así es que, si bien doña Luz, no distinguiéndose en esto de los demás mortales, no pensaba ni sentía todo a la vez, como las causas de su pensar y de su sentir más hondo no tenían punto señalado en nuestro planeta, ni momento marcado en la cronología, los efectos se sustraían también a las leyes de la sucesión y del lugar y parecía que se daban en una eternidad inmóvil.
La única metafísica ineludible de aquel enemigo de la metafísica era la eternidad de ese ser indefinido y vago.
El silencio para siempre, la amarga satisfacción del no ser, la grandiosa monotonía de la eternidad libre de toda alteración.
Parado, siempre mudo, siempre señalando la misma hora, me parecía aterrador como la eternidad.
Sus lecturas favoritas, la sarracena ardentía de su sangre española, no les dejan entrever otra ventura que un amor de exceso como dijo el poeta, en donde amor y beso fueran síntesis de la eternidad.
Y, una vez atento al sagrado rito, aunque nuestro filarmónico volteriano sepa también de memoria las , ¿quién os dice que, al ver al anciano sacerdote cubierto de oro y pedrería, arrodillado al pié de la Cruz, abatiendo la encanecida frente o alzando con mano trémula el Pan de la Comunión, brindis de alianza entre la eternidad y la vida, entre los cielos y la tierra, no sentirá despertarse en su corazón algo que le hable de la brevedad de la existencia, de la grandeza del universo, de la injusticia de los hombres, del porvenir de nuestra alma inmortal, de las creencias de su infancia, de la existencia de un Dios? ¿Cuál será, cuál puede ser el corazón de piedra que no tiemble, cuando tiemblan simultáneamente la piedra de aquellas bóvedas, aquel pueblo arrodillado que se golpea el pecho, aquellos millares de luces, aquel aire poblado de las religiosas armonías del órgano y del repique triunfal de las campanillas de oro, aquellas nubes de incienso, aquellas voces que cantan, y aquellas lenguas de bronce que, desde la erguida torre del templo, levantan una oración tan poderosa que detiene las nubes en su carrera?.
—¿No es cada Campo-Santo una colonia de esa patria de todos que se llama la Eternidad?.
Roe que te roe me estaré yo un rato de eternidad, y si Dios me descubre y me echa una peluca, le diré: Señor, es para que entre mi sobrino, que era muy ateo de jarabe de pico, se entiende, y me daba para los pobres.
¡Ay! Dios, si me muero, y el pensamiento vive más allá de la muerte, estaré viendo toda la eternidad esta carita graciosa, con su expresión celestial, estos ojos serenos y risueños, esta cabellera oscura con ráfagas blancas que le hacen tanta gracia esta boca, que no habla sin que me duela el alma.
¡Ah, qué tontita es la criatura y qué refistolera! Porque esto de meter las narices en la eternidad, es una cosa que a Dios le debe cargar mucho.
Manuel se estremeció convulsivamente al oir aquel nombre con que el pájaro americano saludaba todos los dias, hacía muchos años, la salida del sol, y un mundo de recuerdos y de fallidas esperanzas reapareció ante sus ojos, haciéndole volver del cielo a la tierra, de la eternidad al tiempo, del olvido a la realidad.
Díles a entender la hermosura de la gracía, y la fealdad del pecado, la eternidad consabida en uno y otro extremo de pena y gloria, con la duracion del alma, y otros puntos que juzgué por convenientes, los que oyeron con gusto: y tratándoles de reduccion, un ladino, llamado , me respondió lo mismo que ya me habia informado Ignacio, su compañero, por lo que conocí de cierto en estos deseo de reducirse.

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