Ejemplos con echáis

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Todo el amor, toda la caridad, toda la virtud que economizáis en el mundo, y la justicia que echáis de menos en la tierra, daban gritos por salir de vuestro corazón.
En él veis borrados los junquillos y doseletes, notáis el rastro del arco estalactítico, echáis de ver un resto de friso greco-romano, y acaso encontráis algún extravagante delirio de Churriguera, todo revuelto y remendado, pero todo elocuente y revelador de pasados destinos.
Quiere hacer uno un viaje largo, y si es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse, pues, ¿por qué no hará lo mesmo el que ha de caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes, como es la de la mujer con su marido? La de la propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se vuelve, o se trueca o cambia, porque es accidente inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una vez le echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle.
¡Ay señor! ¡Si la hubierais visto! De seguro os echáis a reír, ni.
Y bien, se dirá aún, batiéndose tras la última trinchera: ¿No será un amo cada uno de esos administradores? ¿No será un nuevo señor cada uno de esos directores técnicos? ¿No será cada una de estas asociaciones un nuevo poder enfrente de otros poderes? ¡Echáis abajo un mundo de autoridades y creáis otro nuevo!.
Ahora ya sabéis que cada moneda que echáis en vuestras arcas como precio de la fatal bebida, es la suerte de un pobre labriego que irá a presidio, de uno que irá al sepulcro, de un niño que caerá en la orfandad, de una esposa que verá día a día consumirse el esfuerzo de su compañero, en el estanco o en la cárcel.
Si viajáis de noche y echáis pie a tierra, no os preocupéis de vuestra montura.
Si de pronto os hierve el cerebro y echáis gusanos por la nariz, u os acomete otra dolencia igualmente monstruosa, recordad qué blanca mano, trémola de odio, os ha ofrecido el mate.
- ¿Es verdad? ¡Cómo! ¿Me recibís? ¿No me echáis? ¿A mí? ¿A un presidiario? ¿Y me llamáis caballero? ¿Y no me tuteáis? ¿Y no me decís: ¡sal de aquí, perro! como acostumbran decirme? Yo creía que tampoco aquí me recibirían, por eso os dije en.
Casio, aunque de nuevo se incomodaba con estas cosas, nada proponía o advertía ya a Craso por verle irritado, pero fuera de su vista llenaba de improperios a Arianmes, a quien decía: “¿Qué mal Genio, oh el más malvado de todos los hombres, es el que te ha traído entre nosotros? ¿Con qué hierbas o con qué hechizos pudiste mover a Craso a que arrojara el ejército en una soledad vasta y profunda, haciéndoles andar un camino más propio de un nómada, capitán de bandoleros, que de un general romano?” El bárbaro, que sabía plegarse a todo, con éste usaba de blandura, animándole y exhortándole a que tuviera todavía un poco de paciencia, pero a los soldados con quienes se juntaba como para darles algún alivio los insultaba, diciéndoles, con risa y escarnio: “¿Pues qué, creéis que esto es caminar por la Campania, y echáis menos sus fuertes, sus arroyos, sus deliciosos sombríos, sus baños y sus posadas? ¿No os acordáis de que nuestra marcha es por los linderos de los Árabes y los Asirios?” De esta manera se burlaba de los Romanos aquel bárbaro, el cual, antes que más a las claras se conociera el engaño, se ausentó, no sin noticia de Craso, a quien todavía hizo creer que iba a introducir la confusión y el desorden en el ejército enemigo.
Habiendo ocupado su lugar, “Antes- dijo- me era molesto ¡Oh Romanos! el infortunio de haber perdido la vista, pero ahora me es sensible, como soy ciego, no ser también sordo, para no oír vuestros vergonzosos decretos y resoluciones, con que echáis por tierra la gloria de Roma.
Vuestra Majestad ya ve hasta dónde llegan mis enemigos: se os amenaza con dos guerras si no me echáis.
—¡Ta, ta!, no digáis eso —le replicó un amigo—, que os echáis a perder, que os tendrán.
—También, si no se la echáis, os echa él a perder a vos.
—¡Oh! —replicó el apasionado—, ¿no veis que el vino, si le echáis agua, le echáis a.
-Si vosotras los echáis a perder con ser tan madrotas.
» —«En verdad, señores míos, les responde Amintas, que nosotros no lo acostumbramos así, no por cierto, antes el uso es tener en otra pieza bien lejos del convite a nuestras mujeres, pero pues que las echáis menos, vosotros, que sois ya nuestros dueños, quiero que también en esto seáis luego servidos.
¿No echáis de ver, por otra parte, cómo fulmina Dios contra los brutos descomunales a quienes no deja ensoberbecer, y de los pequeños no pasa cuidado? ¿No echáis de ver tampoco, cómo lanza sus rayos contra las grandes fábricas y elevados árboles? Ello es que suele y se complace Dios en abatir lo encumbrado, y a este modo suele quedar deshecho un grande ejército por otro pequeño, siempre que ofendido Dios y mirándolo da mal ojo, le infunde miedo o truena sobre su cabeza, accidentes todos que vienen a dar con él miserablemente en el suelo.
Tal era la interpretación y juicio que Darío profería, pero, Gobrias, uno de los septemviros que arrebataron al Mago trono y vida, dio un parecer del todo diferente del de Darío, pues conjeturó que con aquellos presentes querían decirles los escitas: si vosotros, persas, no os vais de aquí volando como pájaros, o no os metéis bajo de tierra hechos unos ratones, o de un salto no os echáis, en las lagunas convertidos en ranas, no os será posible volver atrás, sino que todos quedareis aquí traspasados con estas saetas.
-Doña Beatriz -dijo gravemente el religioso-, no hace mucho tiempo que la misericordia divina os sacó de las tinieblas mismas de la muerte, y no sé cómo en vuestra piedad lo echáis en olvido tan pronto y así desconfiáis de su poder.
-¿Cómo echáis en el olvido que mis votos sólo se rompen con la muerte? -le replicó el joven amargamente.
-¡Albricias, señora!, que en esta misma noche estaré fuera del convento y todo se remediará, pero, por Dios y la Virgen de la Encina-, que os soseguéis, porque si de ese modo os echáis a morir, a fe que vamos a hacer un pan como unas hostias.
-Claro, me habéis creado una reputación de excentricidad, soy, según vos, un Lara, un Manfredo, un lord Ruthwen, y después de pasar por excéntrico, echáis a perder vuestro tipo, y queréis hacerme un hombre cualquiera, común, vulgar: me pedís explicaciones, en fin.
¿Echáis de menos una dicha perdida? ¿Erais, pues, muy feliz?.
Como a muerto, me echáis tierra en la cara,.
vicisitudes podrán secundar nuestros proyectos! ¡Sigamos, pues, esperando, nada más grato ni más dulce que la esperanza! Pero, entretanto, vos, Valentina, vos que me echáis en cara mi egoísmo, ¿qué habéis sido para mí? La bella y fría estatua de la Venus púdica.
Si después de haberme echado en la boca doce gotas, en lugar de diez, vieseis que no vuelvo en mí, me echáis el resto.
-¡Vivos de Satanás!: ¿qué me queréis, que no me dejáis, muerto y consumido? ¿Qué os he hecho, que sin tener parte en nada, me disfamáis en todo y me echáis la culpa de lo que no sé?.

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