Ejemplos con domingos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¿Cómo se visten los campesinos los domingos?.
Todos los domingos por la mañana, después de oír misa de once, porque creía en Dios y en la providencia, a pesar de que en este mundo no hay justicia, ni plan, ni sentido, Apolonio se encaminaba al circo gallista, seguido de un aprendiz con los capaces en donde iban los gallos que aquel día echaba a pelear.
Yo voy también al colegio con ésta, y en mi casa se come principio todos los días, y los domingos se toma café, y mi papá tiene un perro en la huerta que muerde a las tarascas pegotonas.
Roseta tenía dos faldas más y Batistet y los pequeños se pavoneaban los domingos vestidos de nuevo de cabeza a pies.
Algunos minutos antes de llegar a su vivienda, cerca de la alquería azul donde las muchachas bailaban los domingos, el camino se estrangulaba, formando varias curvas.
No eran allí escasas la algazara y la confusión los domingos por la tarde.
Y como si fuese una gala nueva que veía por primera vez, metióse por la cabeza con gran cuidado, cual si fuese de sutiles blondas, la saya de percal de todos los domingos.
Mucho le gustaban los domingos, con su libertad para levantarse más tarde, sus horas de holganza y su viajecito a Alboraya para oir la misa, pero aquel domingo era mejor que los otros, brillaba más el sol, cantaban con más fuerza los pájaros, entraba por el ventanillo un aire que olía a gloria: ¡cómo decirlo! en fin, que la mañana tenía para ella algo nuevo y extraordinario.
No fumaba, había entrado dos o tres veces en su vida en casa de , y los domingos, si tenía algunas horas libres, en vez de estarse en la plaza de Alboraya puesto en cuclillas como los demás, viendo a los mozos guapos jugar a la pelota, íbase al campo, vagando sin rumbo por la enmarañada red de sendas, y si encontraba algún árbol cargado de pájaros, allí se quedaba embobado por el revoloteo y los chillidos de estos bohemios de la huerta.
¡Chico más tímido! No tenía en el mundo otros parientes que su abuelo, trabajaba hasta en los domingos, y lo mismo iba a Valencia a recoger estiércol para los campos de su amo, como le ayudaba en las matanzas de reses y labraba la tierra o llevaba carne a las alquerías ricas.
Abajo mugía la máquina de vapor, dando bufidos espantosos que se transmitían por las múltiples tuberías, rodaban poleas y tornos con un estrépito de mil diablos, y por si no bastase tanto ruido, las hilanderas, según costumbre tradicional, cantaban a coro con voz gangosa el , el y el , con la misma tonadilla del llamado Rosario de la Aurora, procesión que desfila por los senderos de la huerta los domingos al amanecer.
Los domingos iban como en peregrinación hombres y mujeres a la cárcel de Valencia para contemplar a través de los barrotes al pobre libertador , cada vez más enjuto, con los ojos hundidos y la mirada inquieta.
Los domingos, si iba un rato a la taberna de , donde se reunía toda la gente del contorno, era para mirar a los jugadores de truco, para reir como un bendito oyendo los despropósitos y brutalidades de y otros mocetones que actuaban de gallitos de la huerta, pero nunca se acercaba al mostrador a pagar un vaso.
Buen mozo, eso sí, le temblaban todos en la taberna de , los domingos por la tarde, cuando jugaba al truco con los más guapos de la huerta, pero en casa debía ser un marido insufrible.
Pero cuando lo vea otra vez, tengo la certeza de que me abrazará agradecido y me llamará ¡tiíto!, como cuando era pequeño y pasaba los domingos jugando en los porches de mi casa.
No subía a la casa, eso no, ¿qué dirían los vecinos? pero si le estaba vedado entrar en aquella escalerilla, que se le antojaba camino de misterioso santuario, podía acompañar a Tónica y su amiga los domingos por la tarde.
Allí esperaba Juanito la aparición de Tónica, que todos los domingos, por hallarse libre del trabajo, se encargaba de la compra, evitando esta operación a su compañera, cada vez más falta de vista.
El Mercado le atraía los domingos en las primeras horas de la mañana, e iba a lucir sus arreos entre los puestos de las floristas.
Los domingos, a las siete de la mañana, salía Juanito de su casa con el alegre desembarazo del colegial que en día de fiesta todo lo ve de color de rosa.
Rezo cuando estoy triste, oigo misa los domingos, tengo mucho miedo al diablo, pero me gusta bastante el mundo y voy siendo algo impía, pues algunas veces me digo que no es tan pésimo como lo pintan los predicadores.
Rendida del trabajo, dedicaba las horas de la noche y los domingos enteros a la lectura de novelas, devorándolas, sin predilección, pues bastaba para su gusto que la hiciesen llorar mucho, pero mucho.
Sus papas lo llevaban bastante elegantito, eso sí, pero limitábanse a darle los domingos tres pesetas y un sermón encargándole que no fuese derrochador ni calavera, que mirase en qué gastaba su dinero y mucho cuidadito con meterse en sitios malos.
¡Calle, siñora! ¡Cuan apurada está la pobre! Su marido nos ha salido un borrachín, un bufao, que todos los domingos vuelve de la taberna de a cuatro patas, como un burro, y lo han de meter en la cama para que duerma la mona un par de días.
Después se apasionó, como toda la juventud de su época, por , y a pesar de que don Eugenio le enviaba a misa lodos los domingos y a comulgar por trimestre, hízose un tanto irreligioso, y en su interior comenzó a mirar con desprecio a los curas pacíficos y bromistas que visitaban por la noche el establecimiento para jugar a la brisca con el principal, y cuando cayó en sus manos , paseábase por la trastienda, mirando los fardos apilados con la misma expresión que si en vez de paños, percales e indianas contuviesen un enorme tesoro, toneladas de oro en barras, celemines de brillantes, lo suficiente, en fin, para comprar el mundo.
Empleó los domingos en que le daban suelta yendo al tiro del palomo en el cauce del río, o paseando gratis arrellanado como un príncipe en las estriberas de las tartanas, con la epidermis a prueba de traidores latigazos, fue ascendiendo lentamente cíe burro de carga a aprendiz viejo, por fin, a dependiente, y al cumplir dieciocho años viose tan transformado, que, violentando sus instintos económicos, fortalecidos por las saludables enseñanzas del principal, se gastó cuatro pesetas en dos retratos que envió a los de allá arriba , a sus antiguos colegas de pastoreo, para que viesen que estaba hecho todo un señor.
Los domingos, de vuelta de misa, a conversar con las tías y con Angelina, a leer, a escribir.
Las de la Parroquia, graves, solemnes, como un arcediano cuando entona el prefacio en la misa de Corpus, las de San Francisco seriotas, sonando en ritmo circular, rotundo el toque, como en los domingos de cuerda, las de San Juan desafinadas y chillonas, el campanario de la iglesita de San Antonio armaba una algazara sin igual, como en una orquesta platillos y chinesco, en la espadaña del convento de Santa Teresa se volvían locas las campanillas, y el esquilón rajado del Cristo resonaba presumido y vanidoso, a semejanza de un tenor cascado que no quiere retirarse del teatro.
Desde el día en que entré a servir al jurisconsulto me propuse vivir aislado, lejos de los chismes villaverdinos que ya comenzaban a disgustarme, así es que a las horas de descanso me encerraba en casa, a leer o a conversar con Angelina, y únicamente los domingos por la tarde me echaba a vagar por los callejones, o me iba a pasar dos o tres horas en las orillas del Pedregoso o en las verdes laderas del Escobillar, de donde volvía cargado de helechos y flores campesinas.
Jueves y domingos salíamos de paseo, a lo largo del fangoso río, cuyas aguas parecían dormidas a la sombra de los sauces piramidales.
Como era natural, no le faltaron a la tía Carmita muy finos galanes, donceles amartelados que no la dejaban ni a sol ni a sombra, que desde la esquina le hacían unos osos fenomenales, que la seguían a todas partes, lo mismo a las distribuciones piadosas en la iglesia de San Francisco, que, todos los domingos, a la misa de diez en el templo de San Juan de la Cruz, que era, en aquel antaño, la preferida de todas las muchachas lindas y en privanza, como ahora, en estos felices días, la misa de ocho en Santa Marta.

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