Ejemplos con domingueras

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Su mujer y Margalida, que no se creían unidas por el parentesco a esta familia, manteníanse aparte, como si las alejase la diferencia entre sus alegres ropas domingueras y aquel aparato de dolor.
El altar se destacaba de la obscuridad por salteados golpes de resplandor en su estofa luciente, y San José, con las velas no encendidas aún, vestidito de fiesta, aguardaba risueño la ofrenda litúrgica, en unas andas domingueras al lado del Evangelio.
Desde que Tuste entró en el taller, les acompañaba en sus domingueras expansiones, y cuando Teresa cultivó la amistad de los armeros por querencia de Juan, fue también de la partida una vez o dos, y por cierto que se recreó lo indecible, tomando gusto a lo que parecía ensayo de vida suelta.
Mirando hacia abajo se veía el patio grande, parte de la calle de Rodas, y a la izquierda patios de casas domingueras, en cuyas celdas se veían claridades, y a lo largo de los corredores o en las entornadas puertas sombras movibles.
¡Qué hombres estos! Todavía quieres más, y estás derribando una manzana de casas viejas para hacer casas domingueras y sacarles las entrañas a los pobres.
Entre las habitantes de las casas domingueras es muy común que la que viene de la plaza con abundante compra la exponga a la admiración y a la envidia de las vecinas.
¡Como ella no sabía negarse, y las otras pobres no conocían otro refugio cuando se trataba de las galas domingueras!.
Ya nos bañamos, no en Arechavaleta, Biarritz, Baden ni Cestona, pero sí en Liérganes, Las Caldas, Ontaneda o Viesgo, sin que la salud lo exija ni mucho menos, hacemos nuestros viajecitos de verano, y si bien no llegamos a Alemania, Suiza ni Italia, tenemos aldeas en la provincia que sirven, aunque con trabajillos y apreturas, para confinarse tres docenas de familias de lo mejorcito de la población hasta bien entrado septiembre, tenemos para excursiones domingueras, a falta de un Aranjuez, un Carabanchel o un Pardo, un Boo, un Guarnizo y un Renedo muy cucos, y contamos, sobre todo, para que no les falte la fisonomía a estos y otros pasatiempos, un gran acopio de imberbes doctores que durante la estación de los granizos se están embebiendo en la corte en lo más sustancioso de la doctrina y en las fuentes más autorizadas.
Respirando una atmósfera propia que parece rodearles, como una muralla impenetrable a los ojos profanos, habitan un mundo ignorado de todos, y mientras las modernas gentes se ríen de su apariencia carcomida y haraposa, y de aquellos usos ya perdidos que ellas guardan cuidadosamente como un precioso tesoro, mientras las personas sensatas y cuerdas murmuran, sin duda con intención moralizadora, de las rarezas y excentricidades de esos entes que viene a mezclarse entre ellas como una tela sucia entre sus ropas domingueras, esas pobres ruinas vivientes siguen impertubables su marcha por el derrotero de la vida, dejando, aun después que se han extinguido, un eterno recuerdo que, si bien hace asomar comúnmente una sonrisa a los labios, conserva en el fondo algo que conmueve dolorosamente el corazón.
Y con esto torció Fabio López el rumbo que llevaba, en dirección a lo más despejado de aquellas espesuras domingueras, pensando muy juiciosamente que el pueblo, con sus trapitos de cristianar, entretejiéndose con la masa elegante, es una nota pintoresca y decorativa de hermoso efecto en un cuadro tan animado y de tanta luz como aquél, pero que lo echa a perder todo con su pueril afán de que conste su protesta de que está allí entre lo más encopetado con perfectísimo derecho y porque le da la gana de ejercitarle, cosa que nadie le negaría, aunque sólo se limitara a desempeñar su papel con la compostura que le desempeñan los demás.
Mirando hacia abajo se veía el patio grande, parte de la calle de Rodas, y a la izquierda patios de casas domingueras, en cuyas celdas se veían claridades, y a lo largo de los corredores o en las entornadas puertas sombras movibles.
Desde que Tuste entró en el taller, les acompañaba en sus domingueras expansiones, y cuando Teresa cultivó la amistad de los armeros por querencia de Juan, fue también de la partida una vez o dos, y por cierto que se recreó lo indecible, tomando gusto a lo que parecía ensayo de vida suelta.
A veces se oía alguna copla de fandango, con que aludía a sus domingueras aventuras tal o cual fámula de la vecindad, o con que el aprendiz del próximo taller mataba el tiempo, mientras llegaba la infalible noche y con ella la concertada cita.

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