Ejemplos con desiertos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Esta vivienda evocó en la memoria de Ferragut y de la joven el recuerdo de las casas improvisadas en los desiertos de la América del Sur, y otra vez volvieron a hablar de su viaje oceánico.
Estaban en el peor sitio del Mediterráneo, donde se encuentran los vientos procedentes del callejón del Adriático, de las estepas del Asia Menor, de los desiertos africanos y del portillo de Gibraltar, mezclando tempestuosamente sus corrientes atmosféricas.
Un viento de infinita pureza, que venía tal vez del otro lado del planeta, deslizándose miles de leguas por los desiertos salados sin tocar una sola corrupción, resbalaba en la garganta de Ferragut como un vino de gaseosa embriaguez.
Además, le pareció un digno final de su hazaña ofrecer a los enemigos, si es que le seguían, la ocasión favorable de atacarle en los muelles desiertos.
De este modo, el trabajo lo ha cambiado todo en el pueblo, y sin la guerra, que ha hecho sentir hasta estos desiertos su devastadora influencia, ya mis pobres feligreses, menos escasos de recursos, habrían mejorado completamente de situación, sus cosechas les habrían producido más, sus ganados, notablemente superiores a los demás del rumbo, habrían tenido más valor en los mercados, y la recompensa habría hecho nacer el estímulo en toda la comarca, todavía demasiado pobre.
Nadie chistaba, había llegado el momento de conocer si el memorial de Martínez era acogido o rechazado, si era necesario pactar con los invasores o perseguirlos, como a perro que huye, con maza al son de almireces y cencerros, hasta los confines de sus bosques desiertos.
Azoraba todo esto a Currita, pareciéndole indicio cierto de conjura sospechosa, y al mismo tiempo que procuraba sostener y animar la desmayada conversación de sus comensales, prestaba oído atento a lo que por fuera del comedor pasaba Sucedía de ordinario los viernes que, aun antes de terminarse la comida, poblaban ya los salones gran número de tertulianos que se apoderaban de las mesas de tresillo y de billar y formaban grupos y corrillos llenos de la alborotada animación, que duraba siempre hasta muy entrada la madrugada Nada se oía aquella noche, y cada vez más inquieta Currita procuraba alargar la comida, agotando todos los recursos de su ingenio e intercalando entre plato y plato historietas que equivalían a las más picantes salsas, con el fin de dar tiempo a la llegada de la gente y evitar que los comensales recibiesen la mala impresión de encontrar los salones desiertos.
A derecha e izquierda las montañas de Mata-Espesa, cubiertas con la exuberante vegetación de las tierras calientes, el cerro de los Otates que, visto desde el punto en que yo estaba, parece un camello que postrado en la arena aguarda el soplo abrasador de los desiertos.
Antes de amanecer, otra vez al carruaje, otra vez a los caminos desiertos, temerosas de los ladrones.
Si pensaba en Andalucía, oía la patética rondeña y la tristísima caña, que con sus interminables cadencias traen a la imaginación los páramos infinitos de los desiertos de Africa.
Experimentaba el jinete indefinible malestar, disculpable en quien, nacido y criado en un pueblo tranquilo y soñoliento, se halla por vez primera frente a frente con la ruda y majestuosa soledad de la naturaleza, y recuerda historias de viajeros robados, de gentes asesinadas en sitios desiertos.
En todas las poblaciones subalternas de Europa, y especialmente en las estacionarias y vetustas como aquella Ciudad, hay casi siempre, desde los comienzos de nuestro alborotado siglo, un organista que sueña con eclipsar a Rossini, un coplero que sueña con eclipsar a lord Byron, o un albéitar, lector de periódicos, que sueña con eclipsar a Marat, un jóven, en fin, pálido y tétrico, que huye de la gente, y pasea solo por los desiertos campos, foco de pensamiento y de bílis, hígado con piés y sombrero, declarado enemigo de cuanto ve en torno suyo, y cónsul moral de todo , cuya febril imaginacion sigue los pasos a las celebridades contemporáneas más de su agrado, como el astrónomo sigue la marcha de los planetas que nunca ha de visitar y que ruedan indiferentes por el cielo, sin sospechar la existencia de los observatorios.
Bien parece un gallardo caballero, a los ojos de su rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada con felice suceso a un bravo toro, bien parece un caballero, armado de resplandecientes armas, pasar la tela en alegres justas delante de las damas, y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares, o que lo parezcan, entretienen y alegran, y, si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes, pero sobre todos éstos parece mejor un caballero andante, que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, sólo por alcanzar gloriosa fama y duradera.
Digo, pues, señor respondió Sancho, que, de algunos días a esta parte, he considerado cuán poco se gana y granjea de andar buscando estas aventuras que vuestra merced busca por estos desiertos y encrucijadas de caminos, donde, ya que se venzan y acaben las más eligrosas, no hay quien las vea ni sepa, y así, se han de quedar en perpetuo silencio, y en perjuicio de la intención de vuestra merced y de lo que ellas merecen.
Pocos ermitaños están sin ellas respondió don Quijote, porque no son los que agora se usan como aquellos de los desiertos de Egipto, que se vestían de hojas de palma y comían raíces de la tierra.
De tanta confusión no las arenas del padre Tajo oirán los tristes ecos, ni del famoso Betis las olivas: que allí se esparcirán mis duras penas en altos riscos y en profundos huecos, con muerta lengua y con palabras vivas, o ya en escuros valles, o en esquivas playas, desnudas de contrato humano, o adonde el sol jamás mostró su lumbre, o entre la venenosa muchedumbre de fieras que alimenta el libio llano, que, puesto que en los páramos desiertos los ecos roncos de mi mal, inciertos, suenen con tu rigor tan sin segundo, por privilegio de mis cortos hados, serán llevados por el ancho mundo.

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