Ejemplos con creyesen

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pero vuelta ésta al redil, sola, y en el supuesto, nada aventurado, de que el suceso hubiese transcendido, por muy honrada que volviera, ¿habría muchas personas que lo creyesen, y, entre éstas, una que se atreviera a pedir su mano? Más aún: ¿se atrevería a concederle la suya el mismo hombre que la había robado, si llegaba a advertir que el caudal de la fugitiva estaba expuesto a deshacerse como la nieve al sol?.
Y muchos parecían entusiasmados con esta esperanza, como si al contemplar la constelación admirada desde su niñez se creyesen ya en sus casas.
Sí, poseía todo lo que da la felicidad aparentemente, por esto a nadie comunicaba su tristeza, para que no le creyesen loco.
Era un ataúd, en el que dormitaba, rodeado de seres egoístas que se defendían del vecino o intentaban aplastarle, siempre en continua guerra, como si todos se creyesen inmortales y temblaran por su sustento durante una vida sin límites.
En el ambiente agrio y polvoriento de la casucha, veían desarrollarse con los ojos de la imaginación ciudades fantásticas, y preguntaban candidamente sobre los alimentos y costumbres de las gentes de por allá, como si los creyesen seres de distinta especie.
No vio más que ridiculez indigna en que la creyesen objeto de la pasión de un fraile.
¡Y pensar que todos tenían valor en tales casos, todos, hasta Andresito, aquel pazguato que se declaró a Amparo con la mayor facilidad! ¡Cristo! ¡Cómo se reirían de él sus hermanas si conocieran sus timideces! Sólo esto faltaba para que todos los de casa le creyesen un imbécil.
Nuestros compañeros de viaje hallaron muy justa esta demanda, y, en su virtud, los bondadosos salmantinos que a todos nos servían de nos prometieron hacernos dar cuantos rodeos creyesen interesantes, aunque tardásemos mucho tiempo en llegar a la.
Tomar inventario de todas las existencias, sin olvidar nada por despreciable que pareciese, hacer las clasificaciones provisionales, que se creyesen mas propias a facilitar el exámen, reservando para el fin la clasificacion definitiva, notar cuidadosamente las fechas, los caractéres, las referencias, y distinguir así la prioridad o posterioridad, ver si en aquella balumba se encuentran algunas escrituras primitivas, que no se refieran a otras anteriores, y que contengan la fundacion de la casa, establecer reglas claras para distinguir las primitivas de las secundarias, no empeñarse en referir todos los documentos a uno solo exigiéndoles una unidad, que quizás no tienen, pues podria suceder que hubiese varios primitivos, é independientes entre sí.
Y he aquí que una voz exclama entonces: -¡Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos en que había moros y Cristianos, en que cada cual luchaba y moría por su fe, en que el idealismo dirigía las acciones humanas, en que esta corta vida era como un torneo en que se disputaban los hombres el derecho a la inmortalidad, en que el alma era señora del cuerpo, y no su esclava y su cautiva, en que todos se consideraban iguales, no porque todos se creyesen dioses, sino porque todos sabían que no eran nada ni nadie ante Dios, y en que el error consistía, no en desconocer, como se desconoce ahora, que tenemos espíritu, y que nos espera otra vida y que Dios nos aguarda en ella, sino en la elección de los medios para lograr tan altos fines!.
Pero vuelta ésta al redil, sola, y en el supuesto, nada aventurado, de que el suceso hubiese trascendido, por muy honrada que volviera, ¿habría muchas personas que lo creyesen, y, entre éstas, una que se atreviera a pedir su mano? Más aún: ¿se atrevería a concederle la suya el mismo hombre que la había robado, si llegaban a advertir que el caudal de la fugitiva estaba expuesto a deshacerse como la nieve al sol?.
Ana, contenta de que la dejasen sola, de que la creyesen dormida o en sopor, repasaba en su conciencia aquellos pecados de que quería acusarse, era relator la memoria, fiscal la imaginación, y poco a poco, según las olas de salud subían en su marea, la enferma, perdido el terror con que despertara, oía la acusación con dulce curiosidad creciente, la idea del infierno se desvanecía, como mueren las vibraciones de una placa, lejos ya de las sensaciones de asco y terror, aquellas culpas recordadas, que eran la vida, la realidad ordinaria, pasaban por el cerebro de Ana como un alimento, daban calor, fuerza al ánimo, y, sin que el remordimiento se extinguiera, el relato adquiría más y más interés.

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