Ejemplos con compradores

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En la opiñón de la mayoría de los compradores por la web y la crítica de la AMG, este desconocido pero gran álbum representa un viaje en el tiempo imaginario, es decir, una sensación de viaje en el tiempo o de visualización de estos gigantes del Mesozoico gracias a esta música.
De acuerdo con uno de los contactos entre los compradores y vendedores del oro, esa cantidad de oro en polvo bien puede llevar el trabajo de uno o dos días.
, alentando el estado del vehículo como coleccionable entre los compradores estadounidenses.
Los juegos de un solo jugador están disponibles en las tiendas de juegos, donde los compradores potenciales pueden descargar demos si están disponibles.
Los dos estilos, slip y bóxer, compiten en el mercado, con una marcada distinción en preferencias regionales y generacionales de los compradores.
De esta manera los compradores pueden tener una idea de lo que van a adquirir.
Los compradores se endeudaban y se hipotecaban para adquirir las flores, y llegó un momento en que ya no se intercambiaban bulbos sino que se efectuaba una auténtica especulación financiera mediante notas de crédito.
invasion the yokerl snochers: Mientras los Simpson estaban ocupados con Lard Lard, los alienígenas saquean el centro comercial y secuestrar a los compradores.
Había oído muchas veces a su patrón las mismas palabras cuando comentaba algo gracioso o al regatear con los compradores de bestias.
Las vendedoras de buñuelos y de bollos con miel y castañas confitadas, atraían a los compradores con sus gritos frecuentes, mientras que los muchachos de la escuela formaban grandes corros para cantar villancicos, acompañándose de panderetas y pitos, delante de los pastores de las cercanías y demás montañeses que habían acudido al pueblo para pasar la fiesta.
Venía de tarde en tarde, a la hora en que había menos tertulios, se leía de cabo a rabo los periódicos, y luego ¡a charlar con Sarmiento y con Venegas! Mientras don Procopio jugaba adentro con sus cofrades, afuera, delante del mostrador, en presencia de los compradores, se enredaban pláticas que frecuentemente se convertían en disputa.
Recortaban cruelmente sus tiernos rabos mientras hablaban con los compradores, o aprisionaban sus finos tallos con el hilo, sin que les enterneciera el perfume que en son de protesta les arrojaban al rostro.
¡Cómo está esto! ¿No es verdad que entristece? Y menos mal para ti, que no has conocido los buenos tiempos, cuando desde el amanecer reinaba aquí un estrépito de dos mil demonios, y abajo, tu abuelo y yo sentíamos temblar el techo al empuje de los telares, mientras arreglábamos cuentas o sacábamos de los armarios las ricas piezas para enseñarlas a los compradores.
¡Vaya un negocio ruin el de la tienda! Trabajar rudamente, exponerse a pérdidas, sufrir la mala educación de los compradores, todo para juntar, céntimo tras céntimo, unos cuantos miles de reales a fin de año.
Con sus borceguíes lustrosos, una chaqueta vieja del amo arreglada chapuceramente, la cabeza siempre descubierta, con pelos agudos como clavos y las orejas llenas de sabañones en todo tiempo, era Melchorico el aprendiz más gallardo de cuantos asomaban la cabeza a las puertas para llamar a los compradores reacios.
Sobre el rumor del gentío, que encerrado y oprimido en tan estrecho espacio tenía bramidos de amor tempestuoso, destacábase el agudo chillido de la aterrada gallina, el arrullo del palomo, el trompeteo insolente del gallo, matón de roja montera, agresivo y jactancioso, y el monótono y discordante quejido del triste pato, que, vulgar hasta en su muerte, sólo conseguía atraerse la atención de los compradores pobres.
Doña Manuela atendía con interés las palabras de los compradores y no volvió la cabeza para ver quién abría la puertecilla de la garitaa la que pomposamente llamaban despachoy saltaba velozmente el mostrador.
El techo bajo de los pórticos repercutía y agrandaba las voces de los compradores.
Los puestos de venta llegaban hasta las mismas puertas del Principal, los compradores codeábanse con el centinela, y los dos oficiales de la guardia, con las manos metidas en el capote y las piernas golpeadas por el inquieto sable, paseaban por entre el gentío buscando caras bonitas.
La multitud, chocando cestas y capazos, arremolinábase en el arroyo central, dábanse tremendos encontrones los compradores, algunos, al mirar atrás, tropezaban rudamente con los mástiles de los toldos, y más de una vez, los que con el cesto de la compra a los pies regateaban tenazmente eran sorprendidos por el embate brutal y arrollador del agitado mar de cabezas.
La plaza, con sus puestos de venta al aire libre, sus toldos viejos, temblones al menor soplo del viento, y bañados por el rojo sol con una transparencia acaramelada, sus vendedores vociferantes, su cielo azul sin nube alguna, su exceso de luz que lo doraba todo a fuego, desde los muros de la Lonja a los cestones de caña de las verduleras, y su vaho de hortalizas pisoteadas y frutas maduras prematuramente por una temperatura siempre cálida, hacía recordar las ferias africanas, un mercado marroquí con su multitud inquieta, sus ensordecedores gritos y el nervioso oleaje de los compradores.

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