Ejemplos con ciriales

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y, de esta manera, vió pasar ante sí, como fantásticas visiones que se mofaban de su amoroso delirio, los históricos estandartes del tiempo de la Conquista, los ciriales de la Parroquia, los muñidores con sus pértigas de metal, las devotas que cumplian yendo descalzas, los labriegos con sus capas de paño de Ohanes, los cofrades con sus escapularios y veneras, los Nacionales con sus morriones colgados a la espalda, los músicos con sus piporros o bajones, los chantres con sus papeles de música, los acólitos con sus incensarios.
Ya en esto llegaron todos los de la compañía de don Quijote adonde él estaba, y más los de la procesión, que los vieron venir corriendo, y con ellos los cuadrilleros con sus ballestas, temieron algún mal suceso, y hiciéronse todos un remolino alrededor de la imagen, y, alzados los capirotes, empuñando las diciplinas, y los clérigos los ciriales, esperaban el asalto con determinación de defenderse, y aun ofender, si pudiesen, a sus acometedores, pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el más doloroso y risueño llanto del mundo, creyendo que estaba muerto.
Las imágenes se erguían, inmóviles, en las andas, los ciriales alumbraban en paz.
Volviendo a la plaza Mayor y a sus patibularios ornamentos, digo que era cosa de necesitarse la cruz y los ciriales para dar un paseo por ella, cerrada la noche, en esos tiempos en que no había otro alumbrado público que el de las estrellas.
Doña Claudia, poco a poco, desmerecía, su cara de rosa mañanera se había vuelto del color de los ciriales.
Ana vio aparecer en el púlpito de la izquierda del altar la figura de Glocester, siempre torcida pero arrogante: la rica casulla de tela briscada despedía rayos herida por la luz de los ciriales que acompañaban al canónigo.
El Arcediano, en la escalera del púlpito esperaba con los brazos cruzados sobre la panza, cerca de él y haciendo guardia estaban dos acólitos con los ciriales, uno era Celedonio.
Cuando allí no cabía ya una pulga y el silencio era completo, Barriluco, que se hallaba acurrucado sobre unos ciriales tendidos debajo de la escalera, dijo a media voz, recogiendo un apóstrofe del cura a los maldicientes:.
Isidora no podía contener la risa oyéndole cantar: Vienen luego los ciriales- con las mangas parroquiales.
Veíase por una calle la cruz, poniéndose en salvo sin ayuda de los ciriales.

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