Ejemplos con cetrino

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Su rostro cetrino se coloreó con una aurora alegre.
El camarero, cetrino y bigotudo, le escuchó atentamente, con una complacencia de tercero, y al fin pudo formar una personalidad completa con todos sus datos.
Y mayor zozobra que el despego de los primos y agnados me causó la insistencia con que paseaba la calle un sujeto alto y zancudo, de color cetrino, barba negra, nariz tajante, con lentes que daban no poca impertinencia a su mirar fisgón, bien vestido, la chistera un poco ladeada.
Presentía yo hermoso día, uno de esos inolvidables días que dan a las almas de los niños festivo buen humor, uno de esos días que convidan, a sacudir el yugo escolar para irse por los campos a tenderse bajo los álamos del río, cabe las ondas murmurantes, cerca de las piedras cubiertas de musgo, lejos del dómino cetrino e irrascible, lejos de las coplas del Iriarte, de las discusiones del Foro y de las catilinarias terríficas, día de los más bellos para.
La luz de la lámpara iluminaba de lleno su rostro cetrino y anguloso: tenía los ojos grandes, pardos y tercos al mirar, la frente alta, afeada por cierta depresión hacia las sienes, los labios recios y las facciones salientes y toscas, como de talla mal labrada.
Era un hombre alto, de color cetrino, facciones angulosas y barba negra muy cerrada.
Era el general Morillo, hombre colosal, de color cetrino, adusta fisonomía.
Tenía el color cetrino que resulta de la mezcla de hembra negra y varón indio, pero lo crespo del pelo y el óvalo del rostro no admitían la probabilidad de semejante maridaje, sino el de madre negra y padre blanco.
-¡Hombre, hombre! -decía esforzando su extenuada voz y queriendo dar a su cetrino rostro una animación que no le salía de adentro.
Era el recién venido delgado, bajo, de color cetrino, algo afeminado en los movimientos, pulcro en el trato de su persona y sin pelo de barba en todo su rostro.
En esto llegó Catana, con su cabeza gris, su color cetrino, sus ojos negros y bravíos, su sempiterno vestido de indiana muy floreado, y su pañolón negro, de seda, con los picos anudados atrás.
Apoyado en una de las mesas colaterales, solo, y puesta la mano sobre un cubilete de dados, vestido negro, alta gorguera, y espadín al cinto, hallábase un hombre de edad indefinible, color cetrino, rizada cabellera y barba punteaguda, cuyo bigote se retorcía sombreando una boca de labios delgados y sarcásticos.
Una mañana que salió, poco después del alba, a su excursión por las afueras de la Puerta de Toledo, habiéndose sentado a descansar como a un kilómetro más allá del puente, caminito de los Carabancheles, vio que hacia él se llegaba un hombre muy mal encarado, flaco de cuerpo, cetrino de rostro, condecorado con más de una cicatriz, vestido pobremente y con todas las trazas de matutero, chalán o cosa tal.
Era Santiago Ibero un mozo gallardísimo, franco, con toda el alma en los ojos y el corazón en los labios, cetrino, de mirada ardiente.
Salí al instante, y me encontré con Nicolás Rivero, bastante desordenado de ropa, que sin ningún preámbulo, ni la menor alteración en su rostro cetrino y ceñudo, me dijo: «¿Puedo ezconderme aquí, Pepito? Me ha dicho eza zeñora que a la otra zeñora la tenemoz de cuerpo prezente.
Veo al cetrino Nicolás Rivero, al fornido Pidal, a Cantero chiquitín, a Moreno López elegante, a Negrete proceroso, y oyendo el run-run de un orador, para mí desconocido, cierro los párpados, el sueño me rinde.
Era de rostro cetrino y disforme estatura, vestía de paño burdo con peluda montera, se auxiliaba de un grueso palo con nudos y porra.
Entró en un Rastro que allí había, mísero bazar de ropas hechas, nuevas y baratas, o usadas y en buen uso, y cuando examinaba un colgadizo de chaquetones de pana, con idea de hacer alguna compra, salió al trato un hombre de rostro cetrino y pringoso.
Y un joven delgado, de barba rala, de color cetrino, de traje no muy lucido, de ojos azules claros muy melancólicos, a pesar de no faltar ni un día sólo a la portería defendida como una fortaleza, nunca podía pasar adelante, y eso que, a juzgar por el gesto de ansiedad que ponía cada vez que le negaban el permiso de entrar donde tanto le importaba, aquella negativa debía de causarle angustias de muerte.

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