Ejemplos con cendales

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

los cendales, también más sencillos que los rasos son de seda o lino o de ambas cosas a la vez o con algún hilillo de oro y siempre transparentes.
La dama está envuelta en finos cendales y sostiene entre sus manos un rosario de gruesas cuentas.
A su espalda la mole de la sierra se ocultaba entre cendales de un violeta profundo.
Solo que los duendecillos están escondidos detrás de las puertas, y cuando les vuelve a picar el hambre, porque se han jurado comerse al portero poco a poco, empiezan a dejar escapar otra vez el aroma de las adormideras, que a manera de cendales espesos va turbando los ojos y velando la frente del portero vencido, y no ha pasado mucho tiempo desde que puso a los duendes en fuga, cuando ya vuelven estos en confusión, se descuelgan de las ventanas, se dejan caer por las hojas de las puertas, salen de bajo las losas descompuestas del piso, y abriendo las grandes bocas en una risa que no suena, se le suben agilísimamente por las piernas y brazos, y uno se le para en un hombro, y otro se le sienta en un brazo, y todos agitan en alto, con un ruido de rata que roe, las adormideras.
Ya embocaban a la cabecera del puente de Toledo cuando un desgarrón de las nubes, que cubrían casi totalmente el cielo, dejó ver un cuarto de luna, con desmayada luz entre cendales, corriendo hacia los bordes grises que habrían de ocultarla de nuevo.
La voz de Aura le penetra en el sentido como un himno de deidades lejanas, desconocidas, apenas visibles en su envoltura de blancos cendales.
-Estamos en plena novela, amigo Salvador -dije librando mi rostro de aquellos cendales-.
los cendales candorosos de sus pétalos de seda.
Hace rato, sin duda, la estancia está llena de una neblina densa que azulea en extraños cendales en torno a las ampolletas de luz roja.
Un periódico, violando el silencio que la prensa se impusiera, narró en sus columnas un Cuento tártaro, donde, tras harto transparentes cendales, reconocíase a todos, y Julito, llevado de su prurito de llamar la atención, dejose intertiuvar, y narró pintoresca historia en que no faltaron ni las pasiones fuertes de la antigüedad, ni la pira de Dido, ni el veneno de los Borgias, ni aun, aun, penetrando en los dominios de la Mitología, las celosas iras de Juno, persiguiendo implacable a la hija de Inacus, la infortunada Yo, y ni aun aquí paró, pues, ansioso siempre de hacerse notar y de ser parte principal en todo acontecimiento notable, contó las apasionadas confidencias que allí, en el lugar del suceso, y horas antes de él, le hiciera la loca, y así las oraciones de aquel excelso rito de amor rodaron, profanadas, ridiculizadas, escarnecidas, por oficinas y periódicos.
El primer desengaño, el primer contacto con la realidad de la vida, era lo que envolvía en cendales de tristeza las facciones del Año mozo y crispaba sus dedos al volver con fastidio las hojas del instrumento legal.
Mudo y perplejo la contemplé, y no es dudoso que me deshice en cumplimientos y excusas, achacando a desvanecimiento de mi cabeza la increíble equivocación en que había incurrido, mas apenas marchó el tren camino de las sierras, volvió la dama a presentarse en su primera forma y desnudez, con los mismos cendales vaporosos que contorneaban sus bellas formas, con el mismo ornato de rústicas espigas en la cabellera de oro, los mismos ojos que no se podían mirar, y la propia irradiación abrasadora de su cuerpo.
Por entre aquellos cendales veía la joven el bien contorneado pecho del adolescente, de color rosa tostado, signo de la más vigorosa salud.
¡Permitiera Dios que no os hubiera visto en tal cantidad, flácidos ubres, aquí saliendo con vergüenza de entre bien puestos cendales, allí surgiendo de golpe como pelota de goma por la abertura de un pañuelo rojo, y que no os mirara estrujados por los dedos experimentadores del profesor o de la partera! En un lado el facultativo examinaba aréolas, en otro Miquis, después de rebuscar vestigios de pasadas herejías, cogía el lactoscopio y poniendo en él la preciosa sustancia de nuestra vida, miraba junto a la ventana, al trasluz, la delgadísima lámina líquida, entre cristales extendida.
Solo que los duendecillos están escondidos detrás de las puertas, y cuando les vuelve a picar el hambre, porque se han jurado comerse al portero poco a poco, empiezan a dejar escapar otra vez el aroma de las adormideras, que a manera de cendales espesos va turbando los ojos y velando la frente del portero vencido, y no ha pasado mucho tiempo desde que puso a los duendes en fuga, cuando ya vuelven estos en confusión, se descuelgan de las ventanas, se dejan caer por las hojas de las puertas, salen de bajo las losas descompuestas del piso, y abriendo las grandes bocas en una risa que no suena, se le suben agilísimamente por las piernas y brazos, y uno se le para en un hombro, y otro se le sienta en un brazo, y todos agitan en alto, con un ruido de rata que roe, las adormideras.
No fue que dejara de quererle, dejó de acordarse de él, de verle, de sentir lo que le quería, velo sobre velo, en su cerebro fueron cayendo cendales de olvido, pero olvidaba.
Sentado estaba en la única silla que había allí, exprimiendo con la pluma los cendales del tintero, dispuesto a hacer números con ella en el sobre de una carta, en el que se leía en letra fina, pero como de mano insegura y trémula: ''Al señor don Plácido Quincevillas.
Entonces, el califa y los otros dos vaciaron sus copas, mientras se retiraban las esclavas para ser reemplazadas al punto por otras diez cantoras, vestidas de seda escarlata, ceñidas con cendales escarlata, y mostrando suelto el cabello, que les caía pesadamente por la espalda.
Cuando ya dejaban las copas, entraron otras diez cantoras, vestidas de seda azul y ceñidas con cendales del Yamán bordados de oro, se acomodaron en los sitios de las diez primeras, que se marcharon entonces, y templando sus laúdes preludiaron un coro con notable maestría.
Las primeras lluvias de la estación que ya habían caído, amontonaban en el horizonte celajes espesos y pesados, que adelgazados a veces por el viento y esparcidos entre las grietas de los peñascos y por la cresta de las montañas, figuraban otros tantos cendales y plumas abandonados por los genios del aire en medio de su rápida carrera.
Bella, rica y amada, necesitaba caer pura, envuelta en los cendales luminosos de su castidad coronando su vida por el martirio, para decir después de su muerte: ¡fue también santa!.
Así, el aura embalsamada de este día primaveral hame traído a la memoria y al corazón otro en que, de regreso del colegio, niño todavía, o más bien en esa edad, dintel de la infancia y de la juventud, llevando bajo el brazo a Balmes, Gil de Zárate, Ganot y Delaunay, caminaba extasiado en la contemplación de un grupo de jóvenes vestidas de blancos cendales y coronadas de rosas.
¡Cómo le puso de ilustre patricio, estadista gigante, ciudadano perínclito, talento preclaro y caballero sin tacha! ¡Cómo empalmaban las nubes de incienso unas con otras, y qué bien y con qué arte se extendían después a «la egregia familia, ornamento y gala de la colonia distinguidísima y elegante» que honraba a la sazón con su presencia «nuestra playa incomparable!» Pero ¡ay! ni la alusión más remota a aquello de los «transparentes cendales» y «las gasas tenues» de la otra vez.
¡Y luego, aquellos blancos cendales, que la idealizan! Es de la Concepción, como si dijéramos: el país de las buenas mozas.
Si entre aquella semioscuridad, protegido por aquellos tupidos cendales aéreos, consiguiese yo apretar una manita o me permitiese alguna osadía mayor sin encontrar resistencia.
Aquel diván del Smart-Círculo, obra de Maple, empezaba a fatigarse de resortes, a consecuencia de haberlo elegido Federico Galluste y yo, dos amigotes, para nuestras confidenciales charlas, ondulatorias y polícromas, como los cendales de Loïe Fuller.
¿Y qué diré de mis piezas fugitivas? ¿Qué diré, sino que pasan de cuatrocientos mis sonetos, sin contar algunos que se me han escabullido por mor de no estar siempre mis faltriqueras bien acondicionadas, ni incluir tampoco los que acabo de hacer alusivos a mi prisión, a la oscuridad de la carbonera, y a los cendales arácneos que me cubrían? Pero, ¡qué sonetos! ¡Qué madrigales! ¡Qué romances! ¡Qué estrambotes! ¡Qué enigmas amorosos! Todos ellos o la mayor parte, ya se ve, era preciso, son alabanzas, quejas, favores, celos, de mi Nise, y esta Nise, bendígala Dios, es una dama ideal, compuesta de retazos, en la cual he querido epilogar y unir cuantas perfecciones repartió en las demás la naturaleza.
Sacó éste, con mucha flema, un legajo del arcón, y del legajo un papel, y después de leerle entre dientes del modo que Fernando le entendiera, sentóse, humedeció la pluma en los no muy empapados cendales del tintero, y escribió, cerca de la firma que en el papel había, lo que el joven deseaba.
El tal, cuando se vio solo, sacó del bolsillo la carta que había guardado al acercarse Bastián, tornó a humedecer la pluma en los cendales del tintero, hizo algunos números en la parte no escrita del sobre, luego se entretuvo en despegar el sello, que guardó cuidadosamente entre otros que tenía envueltos en un papel dentro del armario y, por último, rompió la carta en pedacitos muy pequeños, que aún subdividió en otros casi microscópicos.

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