Ejemplos con cazador

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El canónigo fumaba un cigarro largo y fino, yo, un cazador, ese tabaco oscuro, velloso y de sangre, tan enérgico, sutil y esencial provocador de ideas e imágenes que, a veces, sustituye con ventaja los beneficios del trato humano, sin sus inconvenientes y molestias.
Miranda esperó, esperó como el cazador en acecho.
Hallábase el mundo invadido por una especie de locura, tanto más triste y frenética cuanto más extendida estaba por las imbéciles plumas de imaginaciones calenturientas, cundía por todas partes el mal gusto y gastábase inútilmente en lecturas perniciosas, cuando hé aquí que aparece esa luz brillante que disipa las tinieblas de la inteligencia, y cual suelen las tímidas aves huir al divisar al cazador o al oir el silbido de la flecha, así desaparecieron los errores, el mal gusto y las absurdas creencias, sepultándose en la noche del olvido.
——Yo, por ejemplo, no le pagaría al maestro de coches: el maestro de coches tomaría un palco en la Zarzuela y lo dejaría a deber: la empresa de la Zarzuela ajustaría cantantes y no les daría un maravedí: los cantantes comerían en la fonda, y dirían : el fondista haría lo mismo con el carnicero, el pescadero, el cazador y el hortelano: el hortelano tomaría fiado en la tahona: el tahonero debería el trigo al labrador: el labrador no llevaría la renta al propietario: el propietario no pagaría las contribuciones, y el Gobierno le debería a todo el mundo!—Y, a propósito del Gobierno: de esta manera, no habiendo oro, plata, cobre, billetes de banco ni papel del Estado, resultaría que todos los ministros serían sumamente morales, a no ser que se dedicaran a robar cuadros y alhajas, cosa que ni siquiera puede imaginarse, sobre todo en nuestra hidalga nación.
Este sí que está de buen año ¡pobre ángel! El infeliz estaría ayer con sus compañeros posado en el alambre tan contento, tan guapote, viendo pasar el tren y diciendo allá van esos brutos hasta que vino el más bruto de todos, un cazador y ¡prum! Todo para que nosotros nos regaláramos hoy.
El sobrino y la cocinerita entraron sin hacer ruido en sus respectivas madrigueras, como los conejos cuando oyen los pasos del cazador.
Y cuando más descuidado está el cazador, viene callandito por detrás una pulmonía de la finas, le apunta, tira, y me le deja seco.
Estaba cabizbajo como los que pierden dinero, como el cazador impaciente que se desperna de monte en monte sin ver pasar alimaña cazable, como el artista desmemoriado a quien se le escapa del filo del entendimiento la idea feliz o la imagen que vale para él un mundo.
El cazador le aguardaba en Cebre, e hicieron la jornada juntos, Primitivo, por más señas, se mostró tan sumiso y respetuoso, que Julián, quien al revés que don Pedro poseía el don de errar en el conocimiento práctico de las gentes, guardando los aciertos para el terreno especulativo y abstracto, fue poco a poco desechando la desconfianza, y persuadiéndose de que ya no tenía el zorro intenciones de morder.
Cada reforma que Julián quería plantear, la calificaba de imposible, encogiéndose de hombros, cada superfluidad que intentaba suprimir, la declaraba el cazador indispensable al buen servicio de la casa.
Fijó sin embargo una mirada escrutadora en las escuetas facciones del cazador, donde creía advertir, muy encubierta y disimulada, cierta contracción diabólica.
Obedeció el cazador sin perder su helada calma.
En la cuadra, el pastor, adolescente de cara estúpida y escrofulosa, confirmó la versión del cazador.
Tampoco hay burraobjetó el cazador sin pestañear ni alterar un solo músculo de su faz broncínea.
Está sin una ferradura siquieradeclaró serenamente el cazador.
Era Primitivo, salvo tal cual momentáneo acceso de brusca y selvática alegría, hombre taciturno, a cuya faz de bronce asomaban rara vez los sentimientos, y con todo eso, Julián se juzgaba blanco de hostilidad encubierta por parte del cazador, en rigor, ni hostilidad podía llamarse, más bien tenía algo de observación y acecho, la espera tranquila de una res, a quien, sin odiarla, se desea cazar cuanto antes.
Como el jinete permanecía indeciso, el cazador añadió:.
El cazador alto se volvió hacia los demás, con familiaridad y dominio.
El segundo cazador parecía hombre de edad madura y condición baja, criado o colono: ni hebillas en las polainas, ni más morral que un saco de grosera estopa, el pelo cortado al rape, la escopeta de pistón, viejísima y atada con cuerdas, y en el rostro, afeitado y enjuto y de enérgicas facciones rectilíneas, una expresión de encubierta sagacidad, de astucia salvaje, más propia de un piel roja que de un europeo.
El cazador que venía delante representaba veintiocho o treinta años: alto y bien barbado, tenía el pescuezo y rostro quemados del sol, pero por venir despechugado y sombrero en mano, se advertía la blancura de la piel no expuesta a la intemperie, en la frente y en la tabla de pecho, cuyos diámetros indicaban complexión robusta, supuesto que confirmaba la isleta de vello rizoso que dividía ambas tetillas.

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