Ejemplos con capotón

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Al verle don Simón a la luz de la fogata, con aquella cara, con aquel birrete de piel y envuelto desde el cuello hasta los pies en un capotón de monte, creyó estar contemplando a uno de los que él había visto salir alguna vez por escotillón en el teatro, entre llamaradas de resina.
El padre admiró el pequeño retazo de oro en las bocamangas del capotón gris con los faldones abrochados atrás, examinando después el casco azul obscuro de bordes planos adoptado por los franceses para la guerra de trincheras.
Allí nos metimos, y el señor Arcipreste, desembarazado de la gorra de piel y del capotón, se me presentó en toda su gallardía simpática.
Mientras esto hacía el de a pie, el río seguía mugiendo, el viento rebramando, el agua cayendo, aunque no en tanta copia como antes, los truenos en todo su furor, y el caballero, sin apearse, envuelto en su capotón impermeable, que le cubría de pies a cabeza, inmóvil y negro como su cabalgadura, asemejábase a una estatua esculpida en carbón de piedra.
Era alto, más que el de Caórnica, de luenga y puntiaguda barba blanca, moreno de color, de nariz muy prominente y aguileña, ojos pequeñitos y verdes y cejas erizadas y blanquísimas, la cabeza cubierta con un alto gorro cilíndrico de piel de nutria, y todo el cuerpo, hasta los pies, con un capotón de paño ceniciento.
En cambio Quintanar, ceñido al cuerpo el capotón espeso, tenía que hacer esfuerzos para no dar diente con diente.
Al verle don Simón a la luz de la fogata, con aquella cara, con aquel birrete de piel y envuelto desde el cuello hasta los pies en un capotón de monte, creyó estar contemplando a uno de los magos que él había visto salir alguna vez por escotillón en el teatro, entre llamaradas de resina.
El botero, rebujado en un capotón de capucha, salió de su vivienda.
Envuelto en su recio capotón de marino, ponía Juan al viento la vela, embrazaba el timón y conducía la embarcación sobre las olas por bajo de las nubes, tercas durante un mes en cubrir el cielo, en pasar al ras de los montes formando escuadrones que el viento empujaba arremolinándolos, encabritándolos contra las puntas del rocaje donde rompía el oleaje con siniestro rumor.
Allí nos metimos, y el señor Arcipreste, desembarazado de la gorra de piel y del capotón, se me presentó en toda su gallardía simpática.

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