Ejemplos con cajiga

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Así, esta variedad recibe los nombres de carballo en Galicia, carbayu en Asturias y cajiga en Cantabria.
El Palacio de La Cajiga en Abandames, es una edificación del siglo XVII, y perteneciente a la familia Mier y en el que se ve un empeño en el cuidado de las formas y proporciones.
Los montes están cubiertos de bosque caducifolio cuyas especies más abundantes son roble, haya y cajiga.
Siguiéndole yo siempre, salimos por la ancha portalada característica de todas las casas solariegas de la Montaña, entramos en una verde y entoldada calleja, y al llegar a la Iglesia que estaba cerca, nos sentamos en un rústico banco detrás de ella y bajo una viejísima y copuda cajiga.
Dudar que Alfredo echó los bofes para hacerse necesario y cumplido caballero a los ojos de las damas, sería lo mismo que decir que éstas hallaron el placer que habían soñado, que no bostezaron trescientas veces, sentadas en el viejo tronco de una cajiga, mientras dirigían la vista hacia el Oeste en busca de una columna de humo, mensajera de una locomotora, y lo mismo que negar que al día siguiente, aun contra la experiencia y la verdad de los hechos, sostenían las mismas señoras que se habían divertido.
La cajiga aquella era un soberbio ejemplar de su especie: grueso, duro y sano como una peña el tronco, de retorcida veta, como la filástica de un cable, ramas horizontales, rígidas y potentes, con abundantes y entretejidos ramos, bien picadas y casi negras las espesas hojas, luego otras ramas, y más arriba otras, y cuanto más altas más cortas, hasta concluir en débil horquilla, que era la clave de aquella rumorosa y oscilante bóveda.
Es, en suma, la cajiga, un verdadero salvaje entre el haya ostentosa, el argentino abedul, atildado y geométrico, y el rozagante aliso, con su cohorte de rizados acebos, finas y olorosas retamas, y espléndidos algortos.
Desde aquel asiento, lo mismo que desde la fuente, podía la vista recrearse en la contemplación de un hermoso panorama, pues, como si de propio intento fuese hecho, la faja de arbustos se interrumpía en aquel sitio, es decir, frente de la cajiga, de la fuente y del asiento, un gran espacio.
Subiendo sin fatiga por la ladera, y a poco más de cincuenta varas de la fuente, de la cajiga y del asiento, se llega al borde de una amplísima meseta, sobre la cual se desparrama un pueblo, entre grupos de frutales, cercas de fragante seto vivo, redes de camberones, paredes y callejas, pueblo de labradores montañeses, con sus casitas bajas, de anchos aleros y hondo soportal, la iglesia en lo más alto, y tal cual casona, de gente acomodada o de abolengo, de larga solana, recia portalada y huerta de altos muros.
Y con esto, descendamos del campanario, pues he dicho bastante más de lo que pensaba y hace falta en el presente capítulo, y volvamos a la cajiga, que no a humo de pajas comencé por ella el relato, mas no sin advertir que se la llama en Cumbrales la Cajigona, lo mismo que al sitio que ocupa, que a la fuente y que al asiento a ella cercanos, es decir, que «agua de la Cajigona» se llama a la de aquel manantial, «vamos a la Cajigona» dicen los que se encaminan a sentarse a la sombra de ella, y «prados de la Cajigona» se denominan los que la circundan.
Mire usted, hombre, no es vanidad, pero creo que no se me altera el pulso si me hallo cara a cara con el lobo en un callejo del monte, y entro en cátedra, y tiemblo delante del profesor, colgado de la última rama con una mano, y con el hacha en la otra, desmocho una cajiga, si es preciso, sin que me asuste la altura ni el trabajo me fatigue, y entre mis compañeros de clase soy torpe, encogido y flojo, en las calles tropiezo con los transeúntes y los coches, y el ruido y el movimiento me marean, y las casas enfiladas me entristecen, en el teatro me duermo y en la posada me ahogo, y en la posada, y en la calle, y en el teatro, y en la cátedra, yo no pienso en otra cosa que en Cumbrales, y en cuanto hay en Cumbrales, y en esta cajiga, y en este banco, y en esta sombra, y en esta fuente.
-¡Le digo a usted que no! Lo que sucede es que esta cajiga, y este banco, y esta fuente y cuanto los ojos ven desde aquí y pueden abarcar desde lo alto del campanario, lo tengo yo metido en el alma, con la rara condición de que cuanto más me alejo de ello, más hermoso lo veo.
Y ahora sí que nos es de todo punto indispensable salir de la romería, porque don Anacleto, riéndose aún de la broma de Almiñaque, ha mandado al carretero que unza los bueyes y ha colocado alrededor del toldo, por la parte exterior, unas cuantas ramas de cajiga, señales infalibles de que se dispone a marchar.

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