Ejemplos con céfiros

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Por los céfiros lascivos empujada / veríais la diosa que del mar salía / exprimiendo cabellera remojada / mientras otra mano el pecho la cubría.
Para aquel que ve una espada desenvainada sobre su impía cabeza, los festines de Sicilia, con su refinamiento, no tendrán dulce sabor, y el canto de los pájaros, y los acordes de la cítara, no le devolverán el sueño, el dulce sueño que no desdeña las humildes viviendas de los campesinos ni una umbrosa ribera ni las enramaas de Tempe acariciada por los céfiros.
No era una mujer nerviosa y fantástica, pero conocía ya bastante bien y a sus expensas el temperamento de su marido, para quien los granos de arena eran montañas y los céfiros violentos huracanes.
Creía yo que el verdadero amor era premio y palma de la bondad, y que para amar y ser amados, con amor tan alto como yo le sentía y alcanzaba a comprenderle, elevación sublime, anhelo incesante de perfección, aspiración interminable a lo absoluto, era preciso que el alma se asemejase, por lo inmaculada y pura, a la flor que coronada de rocío abre su intacta corola al soplo cariñoso de los céfiros.
Óigalo o no lo oiga, resulta que de la conversación de aquellas mujeres, del tumulto de cosas humanas que percibe en las novedades que ellas cuentan, de las ideas de pasión, de combate, de felicidad, de leyes naturales y de leyes escritas que estas novedades siembran en su alma, de lo que le mandan y vedan las obras místicas que lee, de lo que dicen con su mudo lenguaje las flores, los pájaros, los céfiros, el sol, la luna y hasta las tímidas estrellas, va formándose en el corazón de Amparo un mundo armónico y fulgente, lleno del sentimiento universal, lanzado en órbitas mucho más amplias, libres y luminosas, que el mundo de las cuatro paredes de su encierro, y henchido de un concento misterioso, que canta incesantemente esta oda de una sola frase:.
Empezaron a despojarse de su follaje los árboles, enfriose el aire al compás del solemne y tristísimo crecimiento de las noches, soplaron céfiros asesinos, precursores de aguaceros y tormentas, los remolinos de hojas secas corrían por el suelo húmedo murmurando tristezas, y sobre todo derramaron llanto sin fin las nubes pardas, en tal manera que no parecía sino que en la superficie de la tierra había algo que debía ser para siempre borrado.
fiaban a los céfiros la melodía de su voz y de sus instrumentos.
Sonidos negros detrás de los cuales están ya en tierna intimidad los volcanes, las hormigas, los céfiros y la gran noche apretándose la cintura con la Vía láctea.
Allí estaba la encanijada solterona aristocrática, verdadera gaviota imponderable, envuelta en muelle plumaje de céfiros y encajes, la robusta matrona de plateados rizos y sonora voz, égida, guía y maestra de su pimpollo, aspirante a cortesana, fresca y delicada criatura que, viendo del revés sus conveniencias, buscaba aquel agosto sofocante para desarrollar sus abriles risueños, las del jubilado funcionario X***, de quienes se contaba que, puestas por su padre en la alternativa de comer patatas y vestir con lujo, o comer de firme y vestir indiana, optaron sin vacilar por lo primero, la rolliza codiciada heredera de un banquero de nota, buscando con ojos de diamantes una ejecutoria de primera clase para ennoblecer las peluconas de su padre, la sublime viuda, de rostro dolorido, que entretenía allí sus penas mientras labraba en un claustro retirada celda para enterrarse en vida, la dama esplendorosa y rozagante que movía un huracán con sus vestidos y muchas tempestades con sus coqueterías, la inofensiva esclava del buen tono, que se exhibía así por cumplir un deber de «su posición», la pudorosa beldad que recitaba arias de Norma y cantaba monólogos de Racine.
su nombre sublimando, cual céfiros rientes,.
Las monjas se hallaban en el coro, y su canto algo distante, unido al silbo de los céfiros y al murmullo de las ondas en medio de la calma tan imponente y majestuosa, daba pábulo al dolor de la doncella y a las lúgubres ideas que en aquel momento la ocupaban.
¡Yo te invoco, oh musa de la sencillez y de la verdad! Abandona por un momento la deliciosa montaña donde moras, y haz que fluyan de mis labios aquellas voces que enternecen el espíritu y elevan la imaginación, blandas como los céfiros del abril, penetrantes y ruborosas como los ojos de las Gracias.
La noche avanzaba, el cielo estaba purísimo, el ambiente perfumado, suaves céfiros recreaban a los caminantes, y la luna se ostentaba en el cielo con todo el esplendor de su melancólica belleza.
creía que vagaba en una nube de felicidad a merced de céfiros perfumados y en brazos de la más.
¡Cuán seductora parecía en aquellos momentos Acidalia! Su velo no cubría ya el alabastro de su torneada garganta, y los plácidos céfiros del mar jugueteaban con el suelto cabello, languidecía de amor, y en sus mejillas de carmín, que parecían enrojecidas por una llama que las abrasase, brillaba un sudor voluptuoso, que la hacía aún más hermosa, en sus húmedas.
En ayuda de las ideas morales vienen los sentimientos, que también los hay morales, y poderosos, y bellísimos, porque Dios, al permitir que sacudan y conturben nuestro espíritu violentas y aciagas tempestades, también ha querido proporcionarnos el blando mecimiento de céfiros apacibles.
de los céfiros se mecían las bellas plumas de colores que adornan su dorado yelmo.
fecunda primavera, que todos los años vuelve y pasa veloz conducida, por los plácidos céfiros,.
levantan embravecidas o se amansan humildes las olas del océano, los huracanes o los céfiros, las.
palma de Delos, temblorosa al suave impulso de los céfiros.
Y mientras tanto, bajo aquel horizonte despejado ya y sin nubes bajo aquel pabellón de plateados astros que la luz del crepúsculo empezaba ya a amortiguar, alzábase un cono impuro, una mancha flotante, aplomada y densa como el penacho de un volcán en erupción y rodeado siempre de un enorme círculo de llamas, corona de fuego invisible casi a la luz matinal de aquel día tan risueño, semivelado luego por ligeras nubecillas errantes, brumas juguetonas del crepúsculo, velo sutil y diáfano que ocultara el rubor de ese espléndido sol naciente que escondido entre aquellos celajes flotantes a impulso de los céfiros, parecía enlutado o avergonzada acaso ante aquella escena, ante aquel sombrío testimonio de ese escándalo abominable de la historia.
Los ramos de acacias y de lilas volvíanse airones al suave empuje de los céfiros.
En mi Sion de dolores vagaba yo silencioso y solitario, las copas de los árboles habían perdido sus verdes hojas, los céfiros suspiraban y la noche me vestía con sus tristes sombras.
Tiene para ello, que esparcir en la atmósfera perfumes embriagadores y poéticos gorjeos de aves, en suave abaniqueo de céfiros.
Por no decir ventosidades, dirá: ''tengo éolos ó céfiros infectos''.

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