Ejemplos con borrón

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Podías ver la silueta de su pelo -dijo Sasson-, pero su cara era un borrón estático.
Las hierbas marinas ondeaban temblorosas sus verdes cabelleras, frutos redondos semejantes a los higos chumbos agrupábanse blancuzcos en las aristas de las rocas, flores que parecían de nácar brillaban en la profundidad de las aguas verdes, y entre esta vegetación de misterio destacaban las estrellas de mar sus puntas de colores, apelotonábase el erizo como un borrón negro lleno de púas, nadaban inquietos los caballitos del diablo, y un chisporroteo de plata y púrpura, de colas y nadaderas, pasaba veloz entre torbellinos de burbujas, surgiendo de una cueva para perderse en otra boca de insondable misterio.
No se ría usted de mí, por Dios, porque yo me estoy sorbiendo las lágrimas al mojar la pluma, y hasta ese borrón, que usted dispensará, es porque se me cayó una sobre el papel.
De pronto surgió en el horizonte, exactamente en el lugar indicado, sobre el borrón del bosque, una enorme columna de humo, una torre giratoria de vapor negro, seguida de una explosión volcánica.
'Pero repare Vuestra Alteza en que más que de vituperio es digna de alabanza la Reina, porque de otras hablan las historias que se divirtieron cuanto les dio la gana, guardando el desvarío debajo de siete capas, o haciendo de él público alarde, con desvergüenza, y esta empieza por mirar a Dios, por temerle y guarecerse dentro del Sacramento, para que nadie pueda poner en su fama el borrón más mínimo.
El niño entonces vio una cosa terrible, una cosa que recordó años después y aun toda su vida: el hombre emboscado se incorporaba, con su único ojo centelleante y fiero, se echaba a la cara la formidable tercerola, se oía un espantoso trueno, voz de la bocaza negra, flotaba un borrón de humo, que el aire disipó instantáneamente, y al través de sus últimos tules grises el abuelo giraba sobre sí mismo como una peonza, y caía boca abajo, mordiendo sin duda, en suprema convulsión, la hierba y el lodo del camino.
Es por eso que el tipo odioso por excelencia, es el de aquel que, violando la sabia ley de la reciprocidad, se mancha enteramente con el borrón de la ingratitud.
La humanidad entera se ha ocupado y se está ocupando de la religión, los legisladores la han mirado como el objeto de la más alta importancia, los sabios la han tomado por materia de sus más profundas meditaciones, los monumentos, los códigos, los escritos de las épocas que nos han precedido nos muestran de bulto este hecho que la experiencia cuida de confirmar, se ha discurrido y disputado inmensamente sobre la religión, las bibliotecas están atestadas de obras relativas a ella, y hasta en nuestros días la Prensa va dando otras a luz en número muy crecido, cuando, pues, viene el indiferente y dice: «Todo esto no merece la pena de ser examinado, yo juzgo sin oír: estos sabios son todos unos mentecatos, éstos legisladores, unos necios, la humanidad entera es una miserable ilusa, todos pierden lastimosamente el tiempo en cuestiones que nada importan», ¿no es digno de que esa humanidad, y esos sabios, y esos legisladores se levanten contra él, arrojen sobre su frente el borrón que él les ha echado y le digan a su vez: «¿Quién eres tú, que así nos insultas, que así desprecias los sentimientos más íntimos del corazón y todas las tradiciones de la humanidad, que así declaras frívolos lo que en toda la redondez de la tierra se reputa grave e importante? ¿Quién eres tú? ¿Has descubierto, por ventura, el secreto de no morir? Miserable montón de polvo, ¿olvidas que bien pronto te dispersará el viento? Débil criatura, ¿cuentas acaso con medios para cambiar tu destino en esa región que desconoces? La dicha o la desdicha, ¿son para ti indiferentes? Si existe ese juez, de quien no quieres ocuparte, ¿esperas que se dará por satisfecho si al llamarte a juicio le respondes: «¿Y a mi qué me importaban vuestros mandatos ni vuestra misma existencia?».
La necesidad me hizo ver más tarde el borrón que un asesino arrojó sobre este suelo, ya manchado.
-Señora, va usted a decir que me meto en lo que no me importa, pero ya que las cosas vienen así rodadas -y aquí alzó don Lope su hermosa cabeza y extendió uno de sus brazos, trémulo aún por la emoción que le dominaba-, juro también por el nombre que llevo y por Dios que me oye, devolverle a usted a su padre, o lavar el borrón que hoy ha caído sobre Coteruco, quemando en las llamas que le devoren por sus cuatro costados, a los infames autores del atropello.
Y como la cuestión era gravísima y exigía una solución inmediata, se propuso comprobar personalmente si el borrón salvador había ya apartado de su cabeza aquella espada de Damocles que la amenazaba.
La verdad envuelta en alegorías ha cedido el paso a la verdad engastada a fuego y martillo en punzantes ironías: las telas que envuelven el corazón se han encallecido, y el escritor de hoy al tomar la pluma debe exclamar como ciertos guerreros: ¡hierro, despiértate! ¿Y nada memos que hierro será preciso para matar al hombre hormiga? ¿No bastará un borrón de tinta? Lo veremos.
-Señores -exclamaba- ya lo ven ustedes: esta capilla es el lunar, el feo lunar, el borrón diré mejor, de esta joya gótica.
Ahora, si estas menudencias no valen nada para ustedes, la cuestión cambia de aspecto, y si el destino del hombre sobre la tierra es otro que hacer risueño y apacible el grupo de una familia cobijada al calor del hogar doméstico, confieso sin repugnancia que nuestras patriarcales costumbres fueron un borrón que manchó a la humanidad en los tiempos del oscurantismo.
«Mucho le estorbaba la pluma entre los dedos», y bien lo revelaban la rudeza de los trazos, la desigualdad de las letras y las señales de más de un borrón lamido en fresco o extendido con el canto de la mano, «pero con paciencia y buena voluntad se vencían los imposibles».

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