Ejemplos con arrojé

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Viendo caer sobre mí la otra bota de ella, le arrojé yo las dos mías, a lo que contestó lanzándome un vaso de agua que tenía en la mesa de noche.
Con esta exclamación arrojé de mi lado a la impostora, dándole un empujón que la hizo vacilar sobre sus pies como la estatua sacudida por terremoto, y salí de su casa.
Hace un rato, verás ¡qué cosa tan extraña! Me acordé de un pobre que me pidió limosna esta mañana Era un infeliz que tiene una pierna deforme y repugnante, llena de úlceras Me pidió limosna y le arrojé una moneda de cobre, diciéndole con horror: Quítese usted de delante de mí, so pillete.
Has de saber que anteayer me encontré a doña Lupe en la calle y le arrojé otra chinita.
Me metí la mano en el pecho, saqué el corazón, lo estrujé como una naranja y se lo arrojé a los perros.
A tal arranque tomé mi partido: arrojé la onza en la cesta de la muchacha, y me alejé.
Corrí al campo, deposité en el hoyo el contenido de mi último viaje, arrojé lejos la tierra, que ahora reemplazaban masas enormes de oro, y volviéndolo todo a su orden habitual en la tienda, rendido de fatiga, pero el alma cerniéndose en espacios infinitos, tendime en mi cama y cerré los ojos, menos que para dormir para entregarme a mis pensamientos.
Contesté: ¡Te doy las gracias, padre mío, pero renuncio a regresar al lado de mis padre, si no debo volver ya a ver a la joven que me habló! Y al decir estas palabras me arrojé a los pies del anciano llorando, y le supliqué que me indicara el medio de volver a ver a las jóvenes vestidas de palomas.
Entonces me arrojé por el sendero que me estaba abierto, franqueé el espacio, llegué al término.
Sí, yo le así por el cinto cuando cayó a mis pies sin conocimiento, con él me subí a una almena, y desde allí se lo arrojé a sus gentes diciéndoles: «¡Ahí tenéis vuestro valiente y generoso caudillo!».
Arrojé.
Me golpeé entonces la cabeza con las dos manos, y exclamé todavía: ¿Qué necesidad tenías de viajar ¡oh miserable! cuando en Bagdad vivías entre delicias? ¿No poseías manjares excelentes, líquidos excelentes y trajes excelentes? ¿Qué te faltaba para ser dichoso? ¿No fué próspero tu primer viaje? Entonces me arrojé al suelo de bruces, llorando ya la propia muerte, y diciendo: ¡Pertenecemos a Alah y hemos de tornar a él! Y aquel día creí volverme loco.
Al leer esto, arrojé la carta sobre el mostrador, exclamando con profunda decisión:.
-¡Sin embargo, he entrado en tu casa muchas veces! Por mí quedaste sin madre al tiempo de nacer, yo fui causa de la apoplejía que mató a Juan Gil, yo te arrojé del palacio de Rionuevo, yo asesiné un domingo a tu vieja compañera de casa, yo, en fin, te puse en el bolsillo ese bote de ácido sulfúrico.
ajustarnos, arrojé el arco y así de la guadaña, cerré los ojos y apreté los puños y comencé a.
¡Mi corazón también parecía haberse convertido en ceniza! La luz de la aurora entraba ya por mi ventana cuando recogí las cenizas dispersas por el cuarto y las arrojé al jardín.
Entonces esperé a que los hombres de arriba tapasen de nuevo el brocal, y sin hacer el menor ruido, muy sigilosamente, cogí un gran hueso de muerto y me arrojé de un salto sobre la mujer, rematándola de un golpe en la cabeza, y para cerciorarme de su muerte todavía la propiné un segundo y un tercer golpe con toda mi fuerza.
Yo me puse entonces a recoger rubíes, esmeraldas y demás piedras preciosas que cubrían el suelo, y se las arrojé al viejo judío.
lágrimas que rodaban por sus inmóviles mejillas! ¡Ah!, Maximiliano, entonces experimenté una especie de remordimiento, me arrojé a sus pies gritando: ¡perdón, perdón, padre mío!, harán de mí lo que quieran, pero no me separaré de vos.
En un segundo desenterré el cofre con ayuda del azadón, y para que no viesen que lo había desenterrado, volví a llenar el agujero, arrojé el azadón por encima de la tapia y me lancé por la puerta, que cerré por fuera, llevándome la llave.
Así, pues, no pudiendo resistir más el hambre, me arrojé sobre los adorables katayefs, que prefería a todo, y quién sabe cuántos deslicé en mi garganta, pues parecían amasados con perfumes del Paraíso por los dedos diáfanos de las huríes.
Los dos hermanos se pusieron de pie, y gritaron: ¡Gloria a Alah, que te ha salvado, ¡oh santo asceta! y te ha devuelto a nuestra veneración! Entonces aquella maldita repuso: ¡Oh mis queridos hijos! quise morir en la pelea, y me arrojé entre los combatientes, pero los infieles me respetaban y apartaban sus aceros de mi pecho.
Que arrojé al turbio mar de mi destino.
Si me arrojé a luchar contra las olas.
Mi familia debió enterarse de mis vacilaciones, porque hallándome en lo más comprometido de ellas, supo explotarlas tan bien, tanto me aduló, tanto ponderó mi garbo y mi estatura, que, vencido al cabo, arrojé la gorra debajo de la cama, como si quisiera huir de todo peligro de tentación, me calé el sombrero, cerré los ojos, y me lancé a la escalera, zumbándome los oídos y viendo las estrellitas sobre cejales del rojo más subido, entre relámpagos verdes y amarillos, y otras muchas cosas que sólo se ven en circunstancias como aquellas y cuando aprietan mucho unas botas nuevas.
«¡Acuérdate, Águeda, de que por impío le arrojé yo de tu casa! Si impío vuelves a admitirle en ella, la maldición de tu madre pesará sobre ti por todos los días de tu vida, y no te abandonará ni a las puertas de la eternidad».
Consiguiente a esto, apenas salio la justicia de aquella casa, cuando me arrojé en ella para prestar auxilio y consolar a mis desgraciados amigos.
Iban a apuntarte a tí también, pero yo me arrojé a sus pies jurándoles que no eras un verdadero médico y diciendo que te habían acusado sin motivo.
La china Carmen, mujer de veinticinco años, hermosa y astuta, adscrita a una comisión de las últimas que anduvieron en negociados conmigo, se había hecho mi confidente y amiga, estrechándose estos vínculos con el bautismo de una hijita mal habida que la acompañaba y cuya ceremonia se hizo en el Río Cuarto con toda pompa, asistiendo un gentío considerable y dejando entre los muchachos un recuerdo indeleble de mi magnificencia, a causa de unos veinte pesos bolivianos que cambiados en medios y reales arrojé a la ''manchancha'' esa noche inolvidable, al son de los infalibles gritos: ¡padrino pelado!.
Yo, repuesto del susto y queriendo vengarme en ella de mi debilidad, comencé a coger cantos de los que había allí caídos, y tantos le arrojé que al fin le acerté.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba